Error frecuente de los padres es el no explicar con claridad y de manera completa y convincente las “órdenes” que dan a los hijos; suponiendo que el padre es una autoridad en el sentido que el capitan lo es para el teniente (y yo tengo serias dudas al respecto). Tendría que persuadirte por ejemplo, Emilio, de por qué poner tu ropa en su lugar o por qué tapar el dentífrico después de usarlo. Y sé que las razones tienen que ser persuasivas o no son razones para ti, o para cualquier hijo de vecino. En este caso, cuando no las hay o son insuficientes, sólo queda la obediencia y la desobediencia y ninguna de ellas es muy saludable que digamos: la primera produce sumisión cuando carece de buenas razones y eso afecta la capacidad de raciocinio y, la segunda, suele agudizar el inevitable conflicto generacional entre padres e hijos.
Tendrías que preguntarte, Emilio, si no lo has hecho ya, por qué no te exijo obediencia y por qué sólo te pido que hagas algo como quien no quiere la cosa, y por qué no espero que me hagas caso inmediatamente. Respuesta: porque creo que eso no es automático y que hay que darle tiempo al tiempo para que lo internalices. No descarto la debilidad de mi parte (que es causa de engreimiento) y que he sido más madre que padre para ti, pero también esperaba tus 20 años para explicarme y explicarte todo esto. Es verdad que la poca exigencia produce relajo y yo te he exigido poco, casi nada. Sin embargo, la alternativa a mi actitud es, en muchos casos, la obediencia sin razón, o esta no es clara para un chivolo de uno a diecinueve años. Creo también que el puro poder, la pura fuerza, en educación, puede afectar la inteligencia y la libertad del educando. Y del castigo ni hablar: es una claudicación de los padres. Para mí, exigir poco y explicarlo era y es la alternativa menos mala. Dar órdenes sin sentido claro es un acto de puro poder: no educa nada.
El adolecente… adolece de debilidad sicológica, aunque goce de una cierta plenitud física. Pasar de adolecente a joven requiere el (auto) reconocimiento de la dependencia afectiva, material y sicológica respecto de los padres o educadores iniciales. La independencia es necesaria e imprescindible en la vida humana: produce libertad interior y aumento de potencia. Y no se logra con hechos heroicos sino con actos microscópicos, anónimos y por acumulación (gimnasio sicológico): en tu caso, tapar el dentífrico o arreglar tu ropa, como ejercicio y como rutina, pueden producirte ese aumento de potencia justamente, que por supuesto afectará positivamente tu vida deportiva, hace posible el auto gobierno, que hace innecesaria la (auto) represión. La independencia, como todo lo grande, tiene un origen humilde y se logra con autocrítica a fondo y quitándole tareas a la mamá o a la empleada. Así se empieza, indirectamente, a atacar lo esencial: la dependencia sicológica y afectiva. Hay que curarse de esto y sólo hay dos obstáculos verdaderos para un ser humano en formación: la pereza y la cobardía. Son los únicos pecados, las únicas tentaciones que combatir. Al menos eso cree este pechito que te quiere mas que a si mismo.