Asistiendo al funeral

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Inauguración del Palacio Metropolitano de las Bellas Artes Mario Vargas Llosa

La semana pasada estuve en la presentación del  libro “Diccionario de arequipeñismos” de mi gran amigo, el historiador Juan Guillermo Carpio Muñoz y que fue reeditado por el Gobierno Regional de Arequipa. Aquella noche, el patio de la casona de la Biblioteca Mario Vargas Llosa, estuvo repleta de sus amigos y gente que admira su trabajo. Tras una larga ceremonia que se extendió por casi dos horas, donde se hizo gala de un arequipeñismo desbordado, la gente lo aplaudió y casi de inmediato se formó una larga cola para abrazarlo y hacerle llegar palabras de cariño.

Como suelo hacer siempre, me puse a observar. Me pregunté si eso no parecía una cola para darle el pésame a Juanito, pues luego de escuchar que casi todas las palabras recogidas a lo largo de varios años de investigación para este diccionario, casi han desaparecido de nuestro vocabulario, sentí que ya no somos más esos arequipeños que crecimos escuchando a nuestros abuelos y padres hablar con arequipeñismos. Nunca más se oirá que el café está chuma, o que el vecino es un lacla; eso ya pertenece a nuestro pasado reciente y quizá por eso cuando vi aquella larga cola esperando abrazar a Juan Guillermo, pensé en que se parecía a una cola de pésame por lo que ya hemos perdido para siempre.

Arequipa ya no es la misma, ha cambiado, no digo que sea mejor o peor ese cambio, simplemente ha cambiado. Dejó de ser la ciudad limpia del sur, la que se sublevaba ante los atropellos de los mandantes y por supuesto, y quizá lo más importante, dejó de ser esa ciudad orgullosa de su pasado y de su historia.

Una muestra palpable de eso, fue que justamente hace unos días, el inefable alcalde Alfredo Zegarra Tejada (nunca olviden ese nombre) inauguró contra viento y marea y por sobre la ley y las autoridades del Ministerio de Cultura, su “Palacio Metropolitano de las Bellas Artes”, con una ceremonia protocolar en su nuevo coliseo, ese del horripilante  domo verde, y que tiñó de verde las caras de los asistentes. Esa es la nueva Arequipa, la que el alcalde, en su inobjetable concepción, cree que es el camino que trazará el nuevo rumbo del desarrollo para nuestra ciudad.

Esa misma tarde y casi por casualidad, tuve la mala suerte de pasar por el otrora apacible balneario de Tingo y la verdad es que ese monumento al mal gusto ya se levanta por entre la alameda, como una muestra de esa modernidad de la que hablamos. Cualquier exceso que uno pueda imaginarse, está allí; y es que resulta una verdadera misión imposible intentar entender la imaginación y la creatividad del alcalde.

A lo largo de mi vida y en algunos viajes he visto infinidad de lugares que han pasado por la transformación del pasado a la modernidad y algunos logran compatibilizar ambos tiempos de una manera extraordinaria, pero también están los otros que son verdaderos monumentos a la huachafería y a la destrucción total del pasado. De todo hay en este valle de lágrimas ¿verdad?

Arequipa no es más ese himno que nos canta la letra de “El regreso” de Mario Cavagnaro y que escogí como título de mi columnita.

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