¿feliz día Arequipa?

- Publicidad -

Estoy lejos de mi tierra. Siento nostalgia, pena y una enorme tristeza que invade mi ser. Me pregunto si eso mismo sienten todos los arequipeños que viven fuera y que cada sensación, cada olor, cada recuerdo nos remite a la semilla inevitablemente. ¿Es así siempre? ¿Aún cuando la ciudad ya no sea aquella que añoramos y recordamos siempre? ¿Qué pasa por la cabeza de un arequipeño que cada 15 de agosto siente que el alma se le desgarra por dentro cuando está lejos de su tierra?

Desde hace días el Facebook muestra innumerables post de characatos que empiezan a dar muestras de su orgullo, ya sea con fotos de chupes de camarones o impactantes fotografías del Misti y la catedral en todas sus poses y en el Twitter el hashtag #CharacatoQueSeRespeta va camino a ser trending topics. Todos aluden a la fiesta y al orgullo de haber nacido bajo el influjo telúrico del volcán. ¿Pasa eso con otras ciudades? ¿Los limeños, cajamarquinos, iqueños, piuranos, hacen lo mismo? Pues no y no sé por qué.

Es probable que en las próximas horas, los arequipeños nos pongamos insoportables con el tema y hagamos gala de ese chauvinismo que linda con lo exagerado y absurdo. ¿Nos enorgullecemos de qué? ¿Se han puesto a pensar de qué nos podemos sentir orgullosos? ¿De nuestra gastronomía? ¿De nuestra campiña? ¿De nuestra ciudad? ¿De nuestras autoridades? ¿De Tingo? ¿Del domo verde de Zegarra? ¿De nuestro carácter contestatario? ¿De nuestra prensa? ¿De qué?

Ninguna de las respuestas a las preguntas anteriores es un verdadero motivo de orgullo, ya sea porque no existe o porque es una verdadera vergüenza; sin embargo existe allí dentro, metido en nuestro ADN ese orgullo que aflora en agosto como si fuera la bandera que debemos ondear cuatro veces, como en las Olimpiadas. Aunque eso solo sea a estas alturas, un verdadero saludo a la bandera.

Hace ya algunos años, regresaba de uno de mis más largos exilios y la primera sensación que tuve al ver el Misti, fue de una enorme identificación con este tótem que sentí como parte de mis entrañas, era como haber visto mi alma rediviva. Recordé cada instante de mi vida como si fuera una película y lloré.

Recordé mi infancia en Cerro Colorado correteando por las calles polvorientas de ese barrio entrañable, las lluvias torrenciales que inundaban mi jardín, mientras miraba desde la ventana aquellas gruesas gotas que lo mojaban todo. O los vientos huracanados de las mañanas que nosotros desafiábamos caminando en contra, inclinados para evitar ser arrojados al suelo.  El colegio de los curas Marycknoll, donde conocí a mis mejores amigos, las enormes zanjas que abrieron para el servicio de agua potable y que convirtieron las calles en verdaderos campos de batalla para jugar a la guerra.

Pero también de los primeros amores, de esos que nunca se olvidan por lo inocentes y cándidos que fueron. Las visitas a la cocina de mi abuela, extraordinaria cocinera que me enseñó los secretos más recónditos de su sazón y donde pude sentir los olores más exquisitos que había experimentado hasta ese momento y que quedarían grabados en mi memoria. Gracias a ella puedo hacer de la comida un actor de amor puro.

Se acerca el 15 de agosto y los arequipeños nos preparamos para celebrar, no sé si celebraremos el haber nacido en la Ciudad Blanca solo para sentirnos más arequipeños que nunca o solo por la inercia de la costumbre. No lo sé, pero de cualquier forma que sea, levantaré mi cogollo de chicha para brindar por Arequipa. ¿Ustedes entienden? Yo, tampoco.

Autor

Suscríbete a La Portada

Recomendación: Antes de iniciar la suscripción te invitamos a añadir a tu lista de contactos el correo electrónico [email protected], para garantizar que el mensaje de confirmación de registro no se envíe a la carpeta de correo no deseado o spam.
- Publicidad -

Artículos relacionados

Últimas noticias