Julia llegó a este extremo de la ciudad, en el Cono Norte, hace aproximadamente quince años. Su asociación, bautizada como Ciudad de Dios, fue rebasada largamente por muchas viviendas a lo largo de varios kilómetros más, hasta donde ahora se conoce como los nuevos linderos de la actual Arequipa.
Hoy, desde lo alto de este cerro que no termina de poblarse, Julia ve erigir su nueva y precaria urbe. Desde aquí se puede apreciar, a lo largo de los terrenos, el salpicadero de miles de viviendas a medio hacer, producto de las invasiones de varios años, que en algunos casos muestran banderitas patrióticas izadas y flameantes por el intenso viento.
Sus dos hijos, que juegan a un costado de ella intentando dar vuelo a una cometa, se han visto negados de una mejor calidad de vida. Sin agua, sin luz, y con un insultante servicio de transporte, esta generación de personas ha visto limitados sus derechos por la necesidad. El deseo de un espacio cómodo para vivir, ha sido reemplazado por el deseo de habitar donde uno mejor caiga. Si Julia conociera que Arequipa no tiene la necesidad de crecer ni un metro cuadrado más, quizás lo hubiera pensado dos veces.
No es broma. Según varios estudios de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de San Agustín, Arequipa puede quedarse sin expandirse por más de 20 años con la misma masa poblacional que alberga en su territorio. En el ámbito arquitectónico esta verdad se sabe como una ley en el mandamiento. Lo que permitiría que los servicios más elementales estén al alcance de todos. Pero el desarrollo y la expansión de Arequipa, con una visión de futuro sostenible, va más allá de cómo crece….
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