PEMS: de bi-regional a bio-regional?

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Rio Apurímac en Tres Cañones. Fuente: Mavis Bellorín – Panoramio/Google Earth 2012.

El Proyecto Agro-energético de Desarrollo Regional y de Propósitos Múltiples Majes-Siguas, más conocido como Proyecto Especial Majes-Siguas (PEMS) fue concebido, desde su nacimiento, como un conjunto integral de sofisticadas obras hidráulicas con el objeto de transvasar aguas de los ríos Colca y Apurímac para irrigar los desiertos de las pampas de Majes y Siguas. Como parte de las obras de aducción, el PEMS incluye la creación de un río artificial que transportará hasta 34 m3/seg, es decir, casi tres veces más que el río Chili. Han pasado casi 41 años desde aquel 3 de octubre de 1971, cuando el presidente Juan Velasco, (acompañado por el arequipeño Rolando Gilardi, su ministro de Aeronáutica), ordena el inicio de las obras al pie del Tuturutu. Una obra que supuestamente debió haberse concretado en 10 años, lleva hoy un desesperante retraso de 31 años y una inversión total acumulada de más de 1,200 millones de dólares. No es objeto del presente artículo discutir acerca de dicho retraso ni sobre qué hubiéramos logrado con invertir dicho monto en otro rubro hace 41 años atrás; sino más bien en aclarar algunos conceptos en torno a la salida política que el actual gobierno central ha deslizado con respecto a un súbito enfoque trans-regional del PEMS.

En principio, sería pertinente precisar que si bien el PEMS originalmente, y según su partida de funcionamiento, nace como un proyecto exclusivamente regional; en aquel entonces (1971) no existían regiones como jurisdicciones políticas, tal como hoy ocurre. Como se recordará, estas recién nacen en 1987, por lo que la definición de región como ámbito geográfico y/o como área de influencia, no se puede identificar con plena claridad. Esta situación deja un gran vacío para interpretar, con meridiana precisión, el concepto de “regionalidad” del PEMS y deja, de otro lado, una puerta abierta para discutir territorialidades.

Curiosamente, el PEMS ha utilizado la Zonificación Ecológica y Económica – ZEE como parte de sus herramientas de planificación y ordenamiento del territorio. Sin embargo, ésta importante herramienta -cuya finalidad es la de garantizar el uso racional de los recursos- aparenta haber fallado en su aplicación; pues de otro modo no se entiende porqué la ZEE no involucró el análisis de los posibles conflictos sociales derivados del transvase de las aguas, habida cuenta que los conflictos hidro-sociales o socio-ambientales por temas de agua ya se advertían por todo el mundo desde ya hace varias décadas. Tal parece que estamos frente a una típica planificación miope y egocéntrica que no pudo alcanzar una macro zonificación territorial basada en una reflexión más integral, como es la bio-regional y que muy bien hubiera permitido adelantar y mitigar ciertas incompatibilidades socio-ambientales, como las últimamente surgidas con Espinar. Parece que faltó más estudio y más profundidad de estudios; y no solamente algo más que mejor comunicación y más amplio diálogo.

En consecuencia, la aplicación del concepto de bio-regionalismo al PEMS hubiera resultado más pertinente que una simple y poco pensaba bi-regionalización; debido a que, desde la óptica de la ecología del paisaje y de la ecología de sistemas, se trata de una intervención humana a gran escala y que pretende, en el fondo, la creación artificial de un nuevo hábitat con implicancias territoriales que sobrepasan e involucran cuencas, subcuencas e intercuencas. Una visión estrictamente utilitaria de los recursos proveídos por la naturaleza es, inevitablemente, una práctica insostenible y por ende, inaceptable a la luz de los conocimientos técnicos y científicos de vanguardia en pleno siglo XXI.

Repensar el PEMS como un proyecto bio-regional –amparados en la filosofía de Peter Berg- permitiría poner los pies en la tierra y debería empezar por reconocer una compleja ecorregión junto a todos los entes vivientes involucrados en su desarrollo y ejecución. Una visión ecológica -y no simplemente ecologista- es la única garantía de lograr resultados positivos en la gestión ambiental de un territorio que, sin duda, rebasa esos límites artificial -y muy caprichosamente- delineados por el hombre; y que la naturaleza, casi siempre, no logra respetar ni entender.

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