El gobierno de Pedro Pablo Kuczynski se enfrenta a un dilema decisivo: se alía con el fujimorismo, sacando a Fujimori de la cárcel cualquiera que sea la forma que ello tome, o encabeza un vasto movimiento democrático para enfrentar esta coyuntura de vacas flacas y amenazas autoritarias que ya habitan nuestra democracia. Lo primero es lo que aconseja la gobernabilidad neoliberal, lo que —diríamos— Kuczynski tiene en su ADN. Lo segundo, el rayito de luz que los demócratas quisiéramos ver al final del túnel.
Nos dirán que pecamos de ingenuos al pensar que Kuczynski puede ir contra su ADN y quizás sea cierto. Pero también es cierto que el voto millonario de los peruanos contrarios al fujimorismo le dieron el triunfo en la segunda vuelta electoral de 2016, o sea, que números no le faltan. Lo que sucede es que los números del otro lado, el del fujimorismo, son más contundentes en la coyuntura inmediata. Su mayoría parlamentaria de 72 congresistas, más allá de alguna pérdida ocasional, los pone en posición de exigir y abusar dentro del Congreso y fuera de él, especialmente contra el Poder Ejecutivo, con el objetivo de conseguir su sometimiento.
Además, para tener la iniciativa de convocar a lo que llamamos un vasto movimiento democrático se necesita un arrojo que Kuczynski hasta el día de hoy no ha demostrado tener, más bien es la flema humorística lo que distingue su carácter, alejada de toda maniobra audaz. Sin embargo, lo están poniendo contra la pared y algunos dicen que al borde del abismo, situación en la que su pellejo empieza a peligrar. En esta ocasiones los seres humanos y más los políticos suelen tener reacciones inusitadas, por ello, quizás, digo es un decir, quizás, Kuczynski nos sorprenda.
Ahora bien, el orden de la cosas es muy importante. No se trata, como han dicho muchos con la mejor de las intenciones, que el Presidente provoque la censura de dos gabinetes y esto le permita disolver el Congreso y llamar a elecciones parlamentarias. No. Por el contrario, se trata de que el gobierno cambie la agenda tecnocrática de derecha por otra que le permita una convocatoria a un movimiento anti autoritario y de combate eficaz a la corrupción, sin temor a la participación de fuerzas distintas que quieran profundizar y no limitar aún más esta democracia. Disolver el Congreso será entonces una medida que podrá tomar con la fuerza necesaria.
Si el Presidente Kuczynski no asume rápido, en el corto, de repente cortísimo plazo, una decisión de esta envergadura, la derecha autoritaria que representa el fujimorismo se lo va a comer con zapatos y todo. Su actuación en este año de gobierno nos hace ver que no están contentos con el control parlamentario o incluso el cogobierno del Perú, que lo que les interesa es el sometimiento de todos aquellos que no sean sus partidarios. No le temen por ello a la inestabilidad política —que se supone como derecha que son debiera ser su prioridad— si ello los acerca al poder.
No creo por ello que debamos quedarnos tranquilos para ver cómo se pelean dos derechas por los despojos de la democracia. Creo que es preciso incidir para que la casa no se incendie y no nos quememos todos en el proceso.