“Doblaje”, cuento finalista VIII Concurso Literario El Búho, 2019

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Esta obra es una de las cinco finalistas de la categoría Cuento, del VIII Concurso Literario El Búho. Así, fue premiada en diciembre de 2019.

El autor, Juan Carlos Nalvarte Lozada, escribió este cuento bajo el Seudónimo: Gog. A continuación, el texto completo.

Historiador y docente universitario. Autor de las novelas cortas Síndrome de Nothing Hill (2013) y El indignado (2015) y del libro de cuento Un granito de mostaza y otros cuentos reaccionarios (2019). Además, su comedia Una mujer autónoma, espontánea y profunda (2017) ganó el segundo lugar del “1er Concurso de Dramaturgia Canto de Grillo”.

Cuento “Doblaje”

Si hubiera prescindido de un suculento, desmesurado y absolutamente innecesario desayuno habría salido temprano de mi casa y nada de esto hubiera pasado. Pero ya se sabe que la glotonería es una de las cualidades que más saltan en mi persona y que más dan de hablar a los maledicentes. Así que se puede decir que la culpa es mía. Bueno, evidentemente yo no tengo la culpa de que aquel hombre fuera atropellado por una combi asesina y salga volando por los aires y que yo me haya visto obligado a recogerlo en mi carro y llevarlo a emergencias. Pero sí que tengo la culpa de que haber estado ahí justo en ese momento.

El pobre hombre gemía desesperadamente mientras avanzábamos a cinco kilómetros por hora en medio del farragoso tráfico arequipeño. Yo trataba de calmarlo con los pocos medios que tenía: la radio y un abanico que guardo en la guantera. Por fin llegamos al hospital y yo agradecí al cielo que mi gemebundo pasajero estuviera aún con vida, habría sido un gran problema si no, mi inexperiencia en la manipulación de difuntos hubiera hecho que seguramente cometiera alguna torpeza de la que me lamentaría largamente.

Luego de inyectarle algunos medicamentos, colocarle unas vendas e instarlo a que se calmara, el hombre estaba listo para regresar a su casa. Yo me había quedado en la clínica por si era necesaria mi declaración o algo así. Cuando se dirigía a la salida, el hombre me vio y se alegró muchísimo y me agradeció profusamente atiborrándome de abrazos y besos en las mejillas. Se presentó, se llamaba Antonio, luego me pidió mi número de celular y la dirección de mi casa para enviarme algún presente.

El sábado siguiente, como a las seis y media de la mañana, Antonio se encontraba en la puerta de mi casa con una canasta con panes de diferentes tipos, mantequilla, mermelada, embutidos, jugos naturales, café y otras delicias que me traía para que desayunara. Lo hice pasar, le presenté a mi esposa y a mi hija y tomamos el desayuno juntos. Le conté sobre mi trabajo como abogado tributarista y tuvimos una agradable conversación sobre deportes y otros temas que ya no recuerdo. Poco antes de irse, Antonio me comentó que era técnico en computación y me ofreció su ayuda en cualquier problema en el que estuviese involucrada alguna computadora. Entonces se lo agradecí y nos despedimos.

Justo por esos días, apareció en la pantalla de mi laptop un puntito negro que a los pocos días se convirtió en una molesta raya que me generaba unos trámites engorrosos para poder leer cualquier documento. Me acordé de Antonio y lo llamé. Él fue a mi casa, se llevó la laptop y me la trajo como nueva al día siguiente. Aquella vez, noté algo extraño en su forma de hablar, era como si tratara de imitar la mía. Lo dejé pasar.

Al poco tiempo, hubo un problema con el internet en mi estudio. Llamé a Antonio y él lo arregló en seguida. Fue cuando me comentó que había empezado a estudiar derecho en la universidad. Luego lo felicité y le dije que cualquier cosa tenía mi estudio y mis libros a su disposición.

Pronto lo volví a necesitar. Me sorprendió que estuviera usando un terno y una corbata de la misma marca que los que yo usaba, de hecho, me sorprendió que usara terno y corbata. Además, había engordado considerablemente. Ese día me pidió que lo aceptara como practicante y yo acepté un poco a regañadientes. De pronto me empecé a sentir incómodo con su presencia, era evidente que trataba de imitarme y cada vez lo hacía con mejores resultados.

cuento

Sería inútil seguir relatando cómo Antonio empezó a parecerse cada vez más a mí. Baste decir que un día mi secretaria le acercó unos papeles para que los firmara y él lo hizo como si le correspondiera. Intenté pedirle explicaciones y él se encerró en mi oficina. Toqué furiosamente la puerta y al cabo fui desalojado por el personal de seguridad. Traté de llamar a los otros socios del estudio, pero nadie me contestó. Furioso, fui a un bar, y contra mi costumbre, bebí hasta que me sorprendió el sol. Cuando estaba a punto de llegar a mi casa, vi que Antonio entraba llevando una bolsa con pan. Creyendo que eran los efectos de la embriaguez me acerqué más e intenté entrar, pero la puerta no se habría, toque el timbre y fui ignorado. Me senté en la vereda absolutamente desolado. A los quince minutos salió Antonio para embarcar a mi hija en su movilidad escolar y al entrar de nuevo a la casa pude entrever como mi esposa lo recibió con un apasionado beso.

Con mi identidad diluida en la nada me puse a estudiar para técnico en computación a ver si así conseguía reemplazar a otro, preferiblemente rico y muy dado a los placeres de la mesa.

Cuento finalista del VIII Concurso Literario El Búho

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Autor

  • Semanario El Búho

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