Y de pronto la crisis. El 2020 inició con una noticia impactante: China se declaraba en emergencia a causa del brote de una epidemia causada por el coronavirus. Para este lado del mundo, era una noticia espantosa, pero muy lejana, al fin y al cabo. En poco más de dos meses la epidemia que brotó en un mercado de Wuhan se convirtió en pandemia mundial. Frente a un agresor invisible que se manifiesta en forma de gripe, las primeras reacciones fueron de duda. A pesar de las terribles imágenes de Italia y España, seguía pareciéndonos cosa del otro mundo. Cuando se reportaron los primeros infectados y ante la velocidad de expansión del virus y las declaratorias de emergencia, entonces la gente tuvo miedo.
Las siguientes reacciones: compras de pánico. Sobreabastecimiento de alimentos; además de ello, en EEUU la gente compraba descontroladamente armas; en Perú y otros países de Latinoamérica, papel higiénico. Debe haber una extraña relación cultural entre miedo, inconsciente y producto.
Los presidentes también reaccionaban de forma distinta: el presidente de México, en mensaje a su nación, recomendaba usar estampitas para protegerse del virus. Bolsonaro, de Brasil, se negaba a disponer cuarentena para su país, alegando que el brasileño es fuerte “podría bucear en las alcantarillas y no le pasa nada”, dijo. Mandatarios que se resistían a poner en riesgo la economía.
Pero, ante el avance acelerado de los contagios de coronavirus, todos tuvieron que tomar medidas para salvar las vidas de los ciudadanos. La reacción de parte del gobierno peruano fue una de las más rápidas y responsables. Algo que se reconoce incluso en los medios internacionales. No obstante, haciendo un ejercicio autocrítico, la respuesta de la población, cuya parte consiste en cumplir la cuarentena, no es precisamente de las mejores.
A la fecha, se han reportado casi 100 mil detenciones. Las comisarías, repletas, detienen a los infractores solo por un par de horas y hasta menos. Sería imposible hacerlo por 24 horas. Los noticieros nos han mostrado una amplia gama de infractores. El que dice que vive acasito nomás, el achorado que larga al periodista o se resiste a los policías, los fiesteros que previa convocatoria hacen encerronas, la periodista que conoce al general, el exfutbolista que almuerza fuera de casa y con sus patas, etc.
Un problema que revela muchas carencias, pero si debemos señalar la principal, diríamos que se trata de una gran falta de civismo. Una falta de capacidad para comprendernos y actuar como miembros de una nación. Para Gonzalo Portocarrero la idea de nación consiste en “la existencia de un deber moral para con los otros”, el reconocimiento de la dignidad del otro y el respeto que se le debe.
Es decir, en este caso, cumplimos con la cuarentena y salimos lo estrictamente necesario por cuidarnos del coronavirus, así como para cuidar del otro. Sé que lo estrictamente necesario para los que viven del día a día, de pronto, se les impone de manera diferente. Mi crítica se dirige especialmente a aquellos que, teniendo las condiciones básicas, se dan sus escapadas innecesarias. Se dirige a las señoritas que me encontré en la tienda y que estaban allí solo para comprar snacks, a los que hacen el mercado con la familia completa, a los “faltosos” que no les importa la situación, a los “vivos” que saben qué esquinas doblar para evadir a las autoridades.
Entre otras cosas, la crisis causada por pandemia, a los peruanos, nos recuerda que una de nuestras tareas pendientes es constituirnos como una verdadera nación. Todo indica que el 2021 el Perú cumplirá el bicentenario de su independencia conviviendo con el coronavirus y sus consecuencias. Por tanto, en nuestras proyecciones, deberemos agendar también los puntos y flaquezas que nos ha remarcado esta crisis. Uno de ellos, nuestra idea de nación.
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