El reto del pensamiento intercultural

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Escribe: Pablo Quintanilla

Es difícil imaginar cómo recordarán los historiadores del futuro nuestra época. Más difícil aún es conjeturar cómo se verá la filosofía que hoy se cultiva. Sospecho, sin embargo, que hay dos rasgos que sobresaldrán: la interdisciplinariedad y la interculturalidad.

En el primer caso, se trata de disciplinas que estudian los mismos o parecidos temas pero con enfoques o metodologías diferentes. En el segundo, se trata de interactuar con cosmovisiones distintas y analizar qué es lo que ocurre cuando eso hacemos. En ambos se trata de salir de uno mismo para entrar al encuentro con otro diferente, un importante giro que se está dando en la filosofía contemporánea. Esto conduce a que muchos autores no vean a la filosofía como una disciplina con características muy diferenciadas de las otras, sino como parte de un continuo cuyas fronteras son borrosas. De hecho, probablemente las investigaciones más interesantes se realizan precisamente en esos bordes y en territorios transdisciplinarios solo recientemente explorados. La filosofía occidental siempre se reconoció como producto de una cultura mediterránea con rasgos específicos, pero ahora también está saliendo de sí misma para ver qué puede aprender de los presupuestos filosóficos que otras culturas tienen.

         La geografía de la filosofía es, sin duda, el proyecto más importante y ambicioso lanzado en estos dos terrenos. Financiado por la fundación John Templeton, se propone analizar tres conceptos filosóficos (conocimiento, comprensión y sabiduría) en más de 25 lenguas de 10 zonas del mundo, especialmente no occidentales. Los objetivos son descubrir si hay presupuestos que estas distintas lenguas y culturas tengan en común en relación a esos tres conceptos, y de qué manera divergen las distintas maneras que tienen de entenderlos. ¿Hay algo en común, por ejemplo, en las distintas maneras como se entiende “conocer” algo en quechua, hindi, isiZulu, japonés, serbio y árabe? Y si lo hay, ¿por qué es así? ¿Dependen esas similitudes de contingencias culturales, tienen que ver con necesidades adaptativas de los grupos humanos o, más radicalmente aún, están asociadas a rasgos de la evolución del cerebro del Homo sapiens?

En el caso del Perú, las lenguas estudiadas son quechua, shipibo, urarina y castellano. En nuestro país, como en la mayor parte de los otros, las lenguas originarias han pasado por un largo y complejo proceso de integración con las culturas y lenguas occidentales. Lo occidental, a su vez, no es algo claramente delimitable sino es el producto de un mestizaje igual de largo y complejo. Es obvio, por tanto, que no se intenta encontrar presupuestos filosóficos indígenas que no estén de alguna manera integrados con presupuestos no locales. Pero es igualmente claro que estamos ante la que probablemente será la última oportunidad de hacer investigaciones de este tipo de manera aceptablemente confiables, antes que la inevitable globalización lo haga imposible.

         El trabajo de campo involucra a antropólogos y lingüistas, especialmente, pero la interpretación de los hallazgos requiere de mayor colaboración interdisciplinaria. En primer lugar, un primer encuentro internacional para analizar lo hasta ahora realizado tuvo lugar en la Universidad de Johannesburgo, Sudáfrica, en septiembre de este año. El segundo encuentro se realizó en la Universidad Católica del Perú en noviembre, organizado por el Grupo Interdisciplinario de Investigación Mente y Lenguaje. El proyecto no se propone solo discutir sobre los posibles hallazgos, sino también incluye una reflexión teórica sobre las posibilidades y limitaciones de futuros proyectos como este.

Las discusiones se pueden seguir en https://www.facebook.com/groups/geographyofphilosophy/ y para mayor información se puede acceder también a http://menteylenguaje.pucp.edu.pe/ y https://www.geographyofphilosophy.com/

Conceptos no occidentales

La filosofía estudia conceptos. ¿Pero qué es un concepto? Es una representación social de un aspecto de la realidad. Los conceptos contienen, de manera altamente condensada, un conjunto de creencias acerca de algo. Normalmente los conceptos se expresan mediante palabras, aunque hay personas o comunidades que, teniendo conceptos sobre algo, no tienen palabras para expresarlos. Pero, ¿son todos los conceptos culturalmente variables o hay conceptos universales? Hay razones para suponer que toda comunidad necesitaría ciertos conceptos para sobrevivir como, por ejemplo, algunos traducibles por lo que nosotros llamamos “verdad”, “conocimiento” o “causalidad”.

¿Cómo podría sobrevivir, por ejemplo, un grupo humano que no tuviera alguna manera de diferenciar entre personas cuyas creencias son confiables (es decir que saben algo) y personas bienintencionadas pero cuyas creencias son erróneas? ¿O entre creencias que describen cómo es la realidad y creencias que la distorsionan? Entonces, en caso que hubiera conceptos filosóficos universales, ¿qué diría eso acerca de las características cognitivas que han evolucionado en nuestra especie o que se han desarrollado culturalmente sobre la base de la evolución de nuestro cerebro?

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Autor

  • Semanario El Búho

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