Encarar la muerte

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Varias autoridades han recurrido a los símiles de la guerra y del lenguaje militar para describir la crisis que estamos atravesando y cómo debemos enfrentarla. Pilar Mazzetti llegó, inclusive, a ensayar una figura contradictoria: “somos los soldados y, a la vez, somos el enemigo”. Los simplones entendieron: soldados son los que no salen de casa y, enemigos, los irresponsables que andan por las calles. Pero ya se sabe que no es así, aunque la confusión sigue al tope.

muerte

Mientras las malas cifras ocultan las buenas noticias de las curaciones, uno se pregunta cuánto resistirá nuestra sensibilidad colectiva si el terremoto de Pisco trajo la muerte de 540 en un par de minutos; y otros tantos trajo el Fenómeno El Niño del verano del 98. Si en el verano terrible del 91, el cólera mató a 3,000 peruanos. Si el conflicto armado interno mató a 28,000, pero en trece años[1] y eran muertes lejanas para los habitantes de las grandes ciudades. Hay que remontarse a dos generaciones atrás para encontrar el límite: el terremoto del Callejón de Huaylas emerge con su cifra monstruosa de 70,000 muertos en un instante.

Entre nosotros, las reflexiones de Guillermo Nugent comparan el presente global con el pasado peruano: “en Italia y España ya se están elaborando protocolos para atención de familiares de fallecidos por el Covid-19, porque son pérdidas en efecto espantosas. En la práctica es casi como volver a actualizar el tema de los desaparecidos; porque muere alguien, es enterrado quién sabe dónde, con muchas otras personas… Entonces sí, es un tema que nos hace conscientes de lo atroz que fueron las desapariciones”.

La jamás imaginada caída del precio del petróleo de ayer es el heraldo que anuncia la recesión de la economía mundial; y con ella el deterioro y la muerte lenta de millones, en esta película de no ficción que se desarrolla, en vivo, en nuestros televisores. Pero no se trata sólo de la salud.

Mientras el Premio Nóbel de Economía, Paul Krugman, teme que, si Donald Trump gana las elecciones de noviembre, la democracia americana se derrumbe para ser reemplazada por un régimen de partido único, como ya ha ocurrido en Hungría y en Polonia; los ciudadanos de 14 países han visto postergadas sus elecciones de nivel nacional, a causa del maldito covid19.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han está advirtiendo que estamos ingresando a una nueva era, pues El capitalismo en su conjunto se está transformando en un capitalismo de vigilancia. Plataformas como Google, Facebook o Amazon nos vigilan y manipulan, con el propósito de maximizar sus ganancias”.  Y saca una conclusión sombría: “El shock pandémico hará que se imponga a nivel global una biopolítica digital que se apodere de nuestro cuerpo con su sistema de control y vigilancia, una sociedad disciplinaria biopolítica que vigile permanentemente hasta nuestro estado de salud” de la que habló Foucault hace décadas.

¿Estamos condenados a experimentar la muerte masiva de los que nos rodean, esperando la nuestra? ¿Cerramos los ojos ante esta realidad? O nos preparamos con optimismo, con la experiencia de haber superado tantas tragedias, y encaramos la muerte, diseñando un futuro que no sea la vuelta a la sociedad conventual/cuartelaria del Medioevo o a la que anunció George Orwell. Si las tecnologías del big data y 5G pueden vigilarnos y saber dónde estuvimos y con quién comimos, qué películas y qué marcas consumimos y nos sugieren nuevos amigos; también podemos ser rebeldes indomables, inteligentes y pendejeretes, como Han Solo o el gasfitero de la película Brazil de Terry Gilliam. Después de todo, los marginados de Wall Street somos carnavaleros y nos gusta darle la vuelta a todo el orden abusivo de los poderosos.

De manera que hay que ver con nuevos ojos la serie de dibujos “No supimos dar la cara” que Santiago Quintanilla expuso hace ocho años, refiriéndose a los combatientes de la guerra sucia. Porque si bien las guerras convierten a las personas en simples estadísticas, hay en el enmascaramiento de hoy un arma eficaz para prepararnos contra el enemigo panóptico –suplantador de Dios- del futuro. Y es que la mascarilla que nos protege del contagio del virus, también nos hará anónimos ante la multiplicación de las cámaras de videovigilancia del Gran Hermano. Apuesto a que sí.

***

[1] Esa fue la cifra que pacientemente fue acumulando la oficina del senador Enrique Bernales y haciéndola pública semana a semana, sobre la base de la información periodística diaria. Muchos no creyeron lo que reveló la Comisión de la Verdad: que los fallecidos fueron cerca de 70,000, porque nadie imaginó las dimensiones y crueldad de la guerra, ni que hubiera tan inmensa cantidad de peruanos sin nombre de apellido en nuestros Registros Civiles.

Publicado en Noticias Ser

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