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Una mirada histórica a las epidemias en el Perú

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“Los americanos andinos, como otros pueblos indígenas del hemisferio occidental, tambalearon con el impacto desastroso de las enfermedades del Viejo Mundo. Desprevenidos totalmente, aquellos que experimentaron los primeros ataques transmitieron a sus descendientes debilitados la memoria de una época temprana, cuando todos eran libres de tal contagio devastador”.  Es así como David Cook, de Florida International University, inicia su artículo titulado “El impacto de las enfermedades en el mundo andino del siglo XVI”.

Tal parece, que a pesar de la distancia que nos separa, alrededor de 500 años, aún seguimos tambaleando con el impacto de las enfermedades del Viejo Mundo. Las epidemias traídas por los ibéricos iniciaron sus estragos en la zona caribeña, paulatinamente llegaron a tierra firme de parte de los nativos y de las expediciones que se adentraban en el continente.

Así llegaron a la región que actualmente es el Perú, siendo uno de los focos infecciosos el Cuzco, donde logró contagiar a la élite incaica. Una de las víctimas de la infección fue el inca Huayna Cápac, en la década de 1520, mientras estaba en campaña militar al norte del imperio (los historiadores no se ponen de acuerdo sobre el lugar exacto, probablemente alrededor del actual Quito) antes de la llegada física de las huestes de Pizarro al Tahuantinsuyo. Es el fallecimiento de Huayna Cápac la primera muerte registrada por epidemias en la región andina a raíz de una enfermedad extranjera (viruela).

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Según el relato del cronista Pedro Cieza de León, ni bien el inca cayó enfermo se ordenó hacer sacrificios por su salud. Naturalmente no fueron efectivos ya que murió a los pocos días. llevaron su cadáver hasta el Cuzco, lo que presumiblemente propagó la infección. Mientras que, el cronista Sarmiento de Gamboa afirma que el mayordomo mayor del culto del sol Cusi Túpac Yupanqui se encargó de oficiar los rituales; él sacrificó un camélido para extraerle los pulmones y examinar sus venas, siendo su interpretación muy poco alentadora.

Por otro lado, Donald Joralemon hizo una narración, a partir del trabajo de Henry F. Dobyns, sobre lo que pasó en Arequipa durante los últimos años de 1580. Se afirma que los pacientes sufrían de dolores de cabeza e hígado, para posteriormente delirar y correr desnudos por las calles al tiempo que gritaban desaforadamente. Otra causa de muerte eran las úlceras en la garganta, así como las ronchas (aparentemente gangrena), ya que al hacer movimientos bruscos perdían pedazos de carne. Según lo afirmado por Dobyns no fue posible llevar la cuenta de las víctimas, ya que durante las epidemias los cadáveres eran echados a fosas cavadas en las plazas públicas de la ciudad.

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De la misma manera, Jan Marc Rottenbacher con su tesis de maestría “Emociones colectivas, autoritarismo y prejuicio durante una crisis sanitaria: la sociedad limeña frente a la epidemia de fiebre amarilla de 1868” hace un análisis de la epidemia desde un enfoque de la psicología política y la ciencia política hacia lo ocurrido en aquel entonces. Cabe destacar que hay un factor que comparte con la pandemia actual, y es el prejuicio y discriminación hacia personas provenientes de China.

Es sabido que durante el siglo XIX había un encarnizado desprecio de parte de las élites hacia los sectores más pobres; algo que en realidad no ha cambiado demasiado, pero esa era la premisa para asociar la pobreza con la enfermedad, debido principalmente a cuestionar su estado moral, sus hábitos antihigiénicos y su naturaleza “incivilizada”. Así, al momento de enfermar de fiebre amarilla, el trato hacia el infectado era distinto; si se trataba de una persona de sector económico favorecido podía ir a atenderse sin la necesidad de la intervención de alguna autoridad; sin embargo, si se trataba de un integrante de un sector medio o popular, era acompañado por familiares o por orden de las autoridades.

Además, los enfermos provenientes de sectores populares o de menor prestigio social eran llevados a los Lazaretos (el Lazareto Maravillas se ubicaba al exterior de las murallas de Lima), una vez que se hizo la inspección domiciliaria. Estos lazaretos se encontraban lejos del vecindario de residencia de la élite limeña, amparándose en mantener la higiene y cuidar a las personas sanas se segregaba a los enfermos.

En la época se justificaron y ordenaron medidas autoritarias para combatir las epidemias. Las visitas domiciliarias y la obligación de llevar a los familiares enfermos a los Lazaretos fueron algunas. Las visitas eran efectuadas ya sea por la Policía o la Prefectura, por lo que se comprende que había uso de la fuerza y abuso; en ese sentido, las personas que entraban al domicilio podían decomisar o destruir todas aquellas pertenencias que considerasen antihigiénicas. Se destaca que no hay registro periodístico de intervenciones en el vecindario que habitaba la élite local. 

Como el diario El Comercio comunicó el 23 de mayo de 1868 “…un asiático, hombre entendido en materia de inmundicias…”, había una profunda segregación hacia los inmigrantes chinos que eran relacionados con lo antihigiénico e inmoral. Esto legitimaba el accionar de las fuerzas del orden en torno al desalojo de establecimientos comerciales, saqueo y destrucción de posesiones de los inmigrantes asiáticos. Igualmente, era rutinario que en El Comercio hubieran notas como la siguiente del 23 de marzo de 1868:

“En todo tiempo son un peligro las repugnantes tiendas de asiáticos, pero nunca más que ahora, y sobre todo cuando se sabe que aquellos son propensos a padecer y contagiarse [sic] de enfermedades…”.

Recapitulando, se ha presentado un cambio en las reacciones, medidas y sentires respectos a las epidemias en la región que habitamos. El imaginario de los pobladores no ha sido el mismo, y el nuestro hoy debería apelar a estar informados, y no caer en el pánico. No cabe duda que ni bien termine la pandemia del coronavirus surgirán estudios, investigaciones, películas, documentales, crónicas y demás; esta pandemia dejará una huella en el Perú y el mundo. Las generaciones futuras están en juego y la historia que se construye día a día.

Escrito por: Guillermo Cornejo Rossello.

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