28 de julio, duelo nacional

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duelo en julio

No me da el bofe para festejar el 28 de julio. ¿Cómo hacerlo, con tantos y tantos muertos y familias tristes y angustiadas? ¿Cómo tomar un pisco, si mi-llo-nes han perdido su empleo o su negocio y tienen que buscárselas el día a día en las calles? ¿Qué unidad nacional celebrar, si estamos peleados como perros y gatos echándonos la culpa, alimentando rencores, dando la espalda a los que sufren, escondiéndonos en nuestras pequeñas agendas y mezquinos planes? La pandemia nos ha partido por la mitad del lomo, más que la hiperinflación y el terrorismo del 88-92. Vamos camino a tener los muertos del conflicto armado interno, o los del terremoto del 70, o los de la Guerra con Chile, antes de que se descubra la vacuna salvadora.

El racismo, el clasismo, el machismo se unieron al ataque del covid-19. La sospecha es pan del día. Los católicos de mi barrio les cierran las puertas a los venezolanos, ven ladrones en los jóvenes que corren, asaltantes a la vuelta de la esquina. Y si les reclamas por la caridad cristiana, te dicen que no mezcles la religión con la política. Periodistas y alcaldes persiguen y culpan a los que venden cositas en las calles. Las redes sociales son campos de escaramuzas de gratuitos injuriadores. Los políticos se afanan y afinan en buscar la paja en el ojo ajeno. Y todos, en rajar de los políticos que elegimos.

El espíritu capitalista está detrás del alza de los precios de los medicamentos, del oxígeno, de los despidos masivos. Está detrás del “sálvese quien pueda que nos está destrozando.” Los liberales no tienen dónde esconderse, porque saben que las izquierdas tienen razón en su reclamo de un Estado fuerte, capaz de imponer control de precios o control de la producción, o de los pasajes, o de distribuir agua y alimentos gratuitos a los más pobres. En otros países lo han hecho y no son comunistas. Pero no se le puede pedir peras al olmo peruano. Parece que, salvo el incremento previsible en Salud, el presupuesto público no cambiará mucho para el próximo año.

Los que se dicen representar al pueblo fallan porque no oyen, no quieren oír, el último mensaje de Arguedas: “que no haya rabia”. Su rabia los aísla, los deja marginales, hablan de unidades y de frentes y descalifican al primero que quiera unirse a otros que no sean como ellos. Sólo rojos, ni rosados, ni lilas ni morados. Sólo pumas, jaguares y zorros, nada con vizcachas, búhos, águilas o pescados. Han asumido, sin darse cuenta, ese purismo moral que reúne a Abimael y Cipriani.

Es verdad que tenemos los héroes de la pandemia, como el señor Mario Romero Pérez, que se negó a enriquecerse a costa del oxígeno que necesitan los enfermos. También, las decenas de médicos, enfermeras, técnicos de salud, policías, humildes trabajadores de la limpieza y del transporte público y las vendedoras de mercados que nos alimentaron en estos cuatro meses que murieron sin que sus familias y amigos pudieran velarlos. Tantas muertes tempranas e injustas. Lástima que no hayamos tenido el Bill Gates o el Warren Bufett peruano. La Konfiep perdió la oportunidad de ganarse la confianza del respetable, cuando la vida de los peruanos está en juego. Seguimos viviendo en un mundo ancho y ajeno.

No me da el bofe para ver ningún desfile en julio, ni oír la salva de veintiún cañonazos, ni oler el incienso en la misa del Te Deum. Ojalá fuera un día de duelo nacional para recordar a nuestros muertos. Todos unidos en un solo minuto de silencio, para pensar en la brevedad de la vida; en lo que dejamos si la Parca cortara el hilo de nuestro aliento; en cómo quisiéramos que nos recordaran; y en cuál es el legado que dejamos. Que pensáramos en nuestros padres y madres, abuelos y abuelas. Que nos pusiéramos un minuto en los zapatos de los que no tienen chamba, o han cerrado su tienda, o no pueden respirar o en los huérfanos de esta guerra silenciosa. Sólo eso.

(Publicado en Noticias Ser)

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