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#Hace20Años Alberto Fujimori juramenta: fiesta y tragedia nacional

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El 29 de julio del 2000 se publicó la edición N° 17 del semanario El Búho. En aquel momento Alberto Fujimori acababa de juramentar como presidente de la República para un tercer periodo consecutivo, en medio de protestas a nivel nacional. Además, generó rechazo el Congreso que fue designado en la misma dudosa elección. Este era el sentimiento mayoritario en Arequipa.

Fujimori juró entre abucheos y bombas

El presidente peruano, Alberto Fujimori, asumió el viernes su tercer mandato consecutivo y prometió fortalecer la democracia en el país, mientras en las calles de Lima miles de manifestantes descontentos se enfrentaban con la policía al grito de “abajo la dictadura”.

“Este último período de gobierno tiene dos objetivos prioritarios: fortalecer la institucionalidad democrática y generar empleo y bienestar”, dijo el mandatario en su discurso de asunción ante el Congreso.

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“(Esto será) con disciplina, con prudencia y sobre todo con buena dosis de realismo”, afirmó Fujimori, quien quedó solo ante los legisladores oficialistas por el retiro masivo de la bancada de oposición.

Minutos antes, el mandatario, que este viernes cumplió 62 años, había jurado su cargo ante el abucheo de legisladores de la oposición, que portaban máscaras antigás y levantaban pancartas contra el gobierno.

Sólo dos presidentes extranjeros — Gustavo Noboa, de Ecuador, y Hugo Banzer, de Bolivia- acudieron a la ceremonia, en un gesto de desaire de la comunidad latinoamericana al mandatario peruano.

Protestas en las calles por asunción de Fujimori

En las calles, el principal líder opositor peruano y excandidato presidencial Alejandro Toledo, encabezó una masiva marcha que intentó llegar al Palacio Legislativo, pero debió retroceder ante la acción de la policía.

Cientos de manifestantes desprendidos de la movilización principal se enfrentaron con las fuerzas de seguridad a apenas 300 metros del Palacio de Gobierno, en el centro histórico de Lima, que fue custodiado por efectivos armados con bastones y protegidos por carros hidrantes.

Los gases lacrimógenos provocaron vómitos entre los manifestantes y muchos niños que participaban en la movilización debieron ser atendidos con principios asfixia.    

“Ayúdennos a sacar al ‘Chino’ (por Fujimori). Nosotros los peruanos estamos haciendo una marcha pacífica y nos quieren matar”, reclamó ante la prensa extranjera un indígena que caminó 300 kilómetros para llegar a Lima desde Ica, en el sur de Perú.

Los manifestantes, que lucían improvisadas máscaras antigás fabricadas con botellas de gaseosas, lanzaron bombas molotov contra la policía e incendiaron neumáticos en varias esquinas de la ciudad.

La policía desplegó 35.000 efectivos para defender los edificios gubernamentales en Lima, además de reforzar la seguridad en la casa de gobierno con cables electrificados, hierros afilados y sacos de arena. (CNN con información de Reuters)

Arequipa recuperó su plaza

Inopinadamente, en reacción natural a la absurda e inútil represión de la policía que impedía al público transitar por la plaza de armas, -completamente acordonada por sus cuatro extremos-, ayer, un numeroso grupo de ciudadanos, desbordaron a los efectivos e ingresaron a la Plaza de armas bajo la consigna: “la plaza es del pueblo y no del dictador”. 

Allí se reunieron con el alcalde provincial, Juan Manuel Guillén, quien tras la sesión solemne por Fiestas Patrias, se había quedado sólo en el Municipio. Todas las autoridades se retiraron rápidamente del lugar, apenas concluida la ceremonia la presencia de algunos manifestantes se habían apostado a lo largo de los portales.    

En medio de gran algarabía, cuando finalmente el general Paredes de la PNP cedió y ordenó a sus efectivos replegarse, cientos de arequipeños marcharon vivando por el perímetro de la Plaza y, a invitación del alcalde, en simbólico gesto, ingresaron al Palacio Municipal, donde se reunieron en el Salón Consistorial.                                    

El burgomaestre dio las gracias a los asistentes, por haber recuperado la plaza, “que es recuperar la tradición libertaria de Arequipa. La plaza y el municipio son trincheras de la libertad, y no permitiremos que sean indignamente tratadas y arrebatadas al pueblo”, dijo en señal de protesta por la actitud policial.

Añadió que los problemas que vive hoy el país, son resultado de la oferta de candidaturas, contra el pago de un cupo en las listas parlamentarias. “no debemos permitir que se compren las candidaturas, por eso existen los tránsfugas”, señaló.

Cuando en determinado momento la multitud intentó descolgar el retrato de Luis Cáceres de la galería de exalcaldes, Guillén lo impidió arengando: “nosotros no somos vándalos”, aunque luego agregó, “no nos vamos a achicar”, provocando la risa de los concurrentes.                     

Posteriormente, se dieron algunos vivas más y la multitud se retiró pacíficamente. No obstante, grupos de jóvenes universitarios permanecieron recorriendo las calles y protestando durante toda la tarde.

Fiesta o tragedia nacional

Una marcha histórica que ha significado una movilización nacional sin precedentes, un circo parlamentario y graves incidentes que acabaron con, por lo menos 5 muertos y un centenar de heridos, son los hechos que enmarcan el inicio del tercer periodo gubernamental de Alberto Fujimori. El estallido de la crisis señala un solo camino: la reconstrucción nacional, mediante la conformación de un frente que sólo puede seguir un camino, el de la transición hacia la democracia.

Por primera vez en la historia reciente, un movimiento de carácter nacional se ha manifestado firmemente a través de protestas callejeras y la emotiva Marcha de los Cuatro Suyos que ocuparon el primer plano en los medios nacionales e internacionales, por sobre los actos formales de juramentación de Fujimori e instalación del nuevo Congreso que no promete ninguna renovación real. La crisis de legitimidad afecta también a la forzada mayoría que obtuvo Perú 2000.

El escenario político ha pasado en estos días de lo cómico a lo trágico por lo ocurrido en las instalaciones del Banco de la Nación, cuya violencia no parece combinar con el civismo y la condición de la mayoría de los participantes. La enorme movilización popular busca un cauce pero la inexistente estructura partidaria, que éste régimen se ha encargado de demoler, no podía canalizarla. Sin un orden de esta naturaleza, no hay salida posible

Para fines democráticos, obviamente la protesta es positiva, pero la ausencia de institucionalidad la hace peligrosa.

Alejandro Toledo como promotor de la exitosa marcha, ha avanzado aún más como líder de la oposición, sin embargo, todavía genera muchas resistencias entre los sectores medios que buscan por sobre todo estabilidad en el país, gracias a la imagen de revoltoso que la TV abierta ha proyectado sobre él. Los últimos sucesos serán aprovechados prestamente por los líderes del oficialismo para intentar ensombrecer definitivamente su imagen y que el país se quede, una vez más, sin líderes.

No obstante, la concurrencia al mitin –que pudo ser tres veces mayor sin los innumerables e inenarrables obstáculos que la maquinaria represiva se encargó de poner-, y su anuncio de un Frente Democrático Nacional por la Unión y una estructura política a la sombra, con un gabinete y autoridades regionales elegidas, constituyen hasta ahora la única propuesta del sector opositor para salir de la crisis. Este es el camino que, tarde o temprano, deberá seguir el país en su camino a la reconciliación.                              

La liquidación de los llamados movimientos independientes, se ha puesto también en evidencia. Esa moda de denostar a los partidos ha traído como consecuencia la descomposición, la anarquía y la moda de los tránsfugas bajo el pretexto de la independencia. Un sistema político no puede sustentarse en el libre albedrío, se sustenta en la existencia de partidos sólidos, compromisos y estructuras, si se quiere fortalecer el sistema democrático y con él, la economía de libre mercado.                                       

El alcalde Guillén, nuevamente, ha dado en el clavo, señalando que la salida de esta crisis de gobernabilidad consiste en la reestructuración institucional. Perdida la confianza en las principales instituciones del Estado, intervenidas por el Ejecutivo, sólo quedan como órganos representativos de la sociedad civil, las municipalidades y algunos gremios.             

En este tema, el papel de la Iglesia se presenta como clave para posibilitar una imprescindible reconciliación nacional, a corto o mediano plazo.

Esta transición puede ser violenta o puede hacerse de forma ordenada, sin confrontaciones dramáticas, como ha ocurrido hasta ahora. Pero este proceso tiene que ser conducido por instituciones y líderes de consenso sin pretensiones protagónicas.

Asimismo, la OEA debe asumir el rol que justifica su existencia y con mayor firmeza actuar de inmediato como garante de una efectiva democratización del Estado. La crisis ha llegado ya a su clímax, sólo queda preparar rápidamente las condiciones para la transición de un régimen represivo y abusivo a otro que permita una convivencia pacífica entre los peruanos, con base en el respeto a las leyes y los derechos de las personas.

Por su lado, el presidente Fujimori en su esperado discurso, ha vuelto a dar muestras inequívocas de su vocación autoritaria. Una vaga promesa de estudiar las funciones de la policía, las fuerzas armadas y el servicio de inteligencia, no son señas suficientes de que algo sustancial vaya a cambiar.

La votación para elegir la Junta Directiva en el Congreso, consumó un nuevo fraude, como también confirmó la falta de articulación entre la oposición, la debilidad de los movimientos y la obsolescencia del sistema, tal como está.

El nombramiento de Federico Salas como premier, no pasó de ser una cortina de humo, que no ha logrado los efectos que el gobierno esperaba. Tampoco las cosas andan bien en el oficialismo. Tudela fue llamado al orden y regreso tan altivo agresivo como siempre, pero su poder ha disminuido notoriamente.

Martha Hildebrandt sigue personificando el autoritarismo y el continuismo del régimen. Señales de cambio urgen para no ver nuevamente las escenas de las trágicas fiestas patrias que le tocó vivir al país.

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