En condiciones regulares – es decir, sin pandemia de coronavirus- las aulas de centros de estudios, ya sean colegios, universidades u otros, son focos de expansión de la gripe común. Los profesores lo saben: los episodios de resfríos son frecuentes debido a su permanente contacto con cientos de estudiantes en ambientes cerrados.
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No es difícil imaginar cómo se traduciría esto en términos del SARS-CoV-2, pues es más letal que un refriado, aunque antivacunas, antimascarillas y conspiracionistas de toda laya se desgañiten diciendo lo contrario. Solo en Perú, según cifras del Sistema Nacional de Defunciones (Sinadef), este año se han registrado 54% más fallecimientos de lo normal (exceso de muertes). Entonces, si la información oficial nos señala que existe riesgo sanitario ¿por qué han comenzado a surgir voces pidiendo que se reanuden las clases presenciales en instituciones educativas?
Con la reactivación de actividades económicas de manera oficial en Lima y no oficialmente en Arequipa, parece que muchos están subdimensionando los riesgos. Los argumentos que se ofrecen para sustentar tal despropósito van desde el aburrimiento de los niños en casas, hasta la angustia de verse tratados como “armas letales”. Tampoco faltan quienes señalen que, en otros países, como Corea del Sur o Dinamarca, ya los niños volvieron a clases, sin mencionar que, a diferencia de esos países, en el nuestro, las normas de cuidado sanitario han venido cayendo en saco roto.
Con más disciplina, el dilema economía vs. salud no sería tan dramático; pero ya sabemos cuál es nuestra realidad. Estar alejados de las aulas no es lo deseable, es cierto; pero es lo necesario.
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