Si no existiera Estado, no tendríamos que pagar impuestos ni cumplir leyes; pero, tampoco existirían mínimos servicios de seguridad, salud o educación. Cualquiera podría entrar en nuestras casas, tomar nuestras pertenencias, nuestras vidas, y no existiría ninguna instancia a la cual recurrir. Imperaría la ley del más fuerte. Aunque, en algunas instancias pareciera que ya estuviéramos en una situación así; lo cierto es que aún tenemos un Estado, aunque bastante debilitado. Pero, ¿qué es el Estado?
Jean-Jacques Rousseau, en “El contrato social”, explica que el Estado surge, porque el ser humano, para poder convivir en sociedad, necesitó organizarse y designar autoridades que garanticen sus derechos. Pero, para que el Estado pueda funcionar, explica Rousseau, el individuo tiene que ceder algunas libertades. Entonces, las personas renuncian al derecho a “hacer lo que les dé la gana”, a cambio de tener seguridad en la protección de otros derechos, como la vida, la propiedad, la salud, etc.
Hoy en día, el debilitamiento del Estado – por ineficiencia, incapacidad y corrupción históricas-, sumado a la crisis pandémica, ha provocado que muchos se nieguen a renunciar a sus derechos y caprichos individuales, pues sienten que nada le deben al Estado. Así, tenemos a miles de personas que se niegan a cumplir medidas sanitarias, con protestas de por medio, pese a los riesgos que ello representa para toda la comunidad. En otras palabras, nos asomamos a la definición textual de barbarie.
Ahora bien, ¿podrían los individuos responder de otra manera?, ¿seguir acatando las leyes en busca del bien común? Considero que sí; lamentablemente, el individualismo es el instinto primario del ser humano.
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“Contrato social”, fue publicado en Correo Arequipa
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