Escenas anónimas en el cementerio El Cebollar

Cuando la muerte se vuelve extraña hasta para los propios enterradores

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El Cebollar, es un cementerio, relativamente joven, usado hace unos 35 años, en los márgenes del Distrito de Paucarpata. Gerardo es el guardián, y desde hace seis años, trabaja en la excavación de fosas y la construcción de nichos junto a otros compañeros.

En estos días ha visto como han ido creciendo exponencialmente los entierros en el cementerio. Llegan hasta tres en un solo día, cuando este podía ser el número semanal, en situaciones normales.

Hoy, Gerardo observa cómo el ataúd de Mariano es sepultado. Era un viejo amigo que conoció en el mismo cementerio, pues era un asiduo visitante, para recordar a su esposa, allí enterrada. Mariano murió de covid.

“Siempre cuando venía, se sentaba en el nicho de su esposa y me decía: ¿tienes tiempo? Y me invitaba unas cervezas. Esa era su frase, tienes tiempo, él decía que cuando se muere que lo entierren cerca de su esposa, hasta ya había separado su terreno, ahora ya está a su lado”

Gerardo, Celestino, Don Máximo y Jorge, se han juntado alrededor de la ofrenda que compraron para hacer un pago a la tierra. Esto para que no haya contratiempos a la hora de abrir más fosas y no verse obligados a usar explosivos, ya que esto es muy peligroso.

Prenden el incienso, se los reparten por turnos, esparcen el humo por el lugar, pidiendo por sus seres queridos; y por su trabajo, que los muertos disminuyan, que, además de significarles más trabajo, no es nada fácil ver morir tanta gente.

Los funerales son sucesos que concluyen en escasos minutos, escenarios fugaces, eventos ya comunes para el grupo de amigos que se dedica a la excavación de las fosas. La muerte ya es algo que se han acostumbrado a ver; pero hoy parece diferente, la muerte está más cerca, a veces ya no les toca enterrar a personas desconocidas, sino que algunos ya son amigos cercanos.

La pandemia provocada por el coronavirus ha cobrado tantas muertes, que hasta ellos temen ser enterrados pronto por sus propios amigos. Y es que, reflexionan mientras pagan la tierra, nadie tiene la vida comprada.

Texto y fotos: Edson Canaza Berríos

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