La pandemia no sólo ha destruido la salud de los peruanos y su economía, también lo está haciendo con su precario sistema político y su democracia. Con el mismo entusiasmo con que millones de jóvenes se alistaron en los ejércitos europeos para irse a la primera guerra mundial; así, ya tenemos veinte candidatos que quieren ser presidentes y conducirnos al abismo. El resultado puede ser semejante al de hace cien años: muertes masivas tempranas e injustas, el desgobierno, la anomia y la anarquía.
Dudo que esos candidatos sean plenamente conscientes de que estamos atravesando el infierno. Tenemos a la sociedad dividida, peor que con la vieja normalidad: millones sin empleo ni ingresos fijos y al borde de la desesperanza; al otro extremo, una minoría ciega, sorda y muda, ansiando sus vacaciones en Europa; en el medio, gente desconcertada que se ha resignado a la ley de hierro del “sálvese quien pueda”. Tenemos un millón de estudiantes que no han podido conectarse a “Aprendo en casa”. Una larguísima secuela de enfermos que sobrevivieron al Covid-19 y que no se sabe cómo se los podrá atender; hasta que una vacuna eficaz sea descubierta y aplicada masivamente. Tenemos a la industria y el comercio paralizados, y un deprimente etcétera. Y dudo, porque si tuvieran esa conciencia, tendrían vergüenza y no harían el ridículo de presentarse para no ofrecer nada.
Algunos de estos sujetos se creen con derecho a gobernarnos por el apellido que tienen, por sus millones, por su juventud o porque han comprado su puesto a los vientres de alquiler que tienen su matrícula en el Registro de Organizaciones Políticas-ROP. ¿Puede ser un mérito espantar con un palo a los náufragos africanos para que no suban a los botes salvavidas de los italianos? Pues, es semejante a lo que hizo el alcalde que mandó reprimir a los vendedores ambulantes en medio de la crisis. Hoy marcha primero en encuestas hechizas. Aunque para muchos, el juego está en “posicionarse” para una alianza electoral que los salve de la nada.
La derecha mira al extranjero buscando modelos a imitar, pero es consciente que no puede ofrecer a un Churchill, un Roosevelt, un De Gaulle, ni menos un Plan Marshall. Lástima que la izquierda no deje de criticar a los dictadores y déspotas, a los Bolsonaros y Trumps, pero guarde en su corazón el ansia por la dictadura del proletariado.
No tienen idea de cómo salir de la guerra. Estamos en manos de mediocres improvisados y aventureros. Repetiremos la tragedia de Iglesias y Cáceres, enfrentados en la guerra con Chile; de Cáceres y Piérola; como Sánchez Cerro y los apristas, como Bustamante y los apristas. No podemos ocultar lo que somos: Caínes burlándonos de la desgracia ajena, hinchas de la U celebrando las derrotas del Alianza en la Copa Libertadores. ¿Llegaremos al bicentenario de Ayacucho con nuevas ediciones de los presidentes presos por demagogos y ladrones?
Sin partido que los sustente, sin tener idea de cómo se va recuperar la economía ni la salud, de cómo generar empleo real, fuera del inútil cliché de “más inversión”, qué pueden ofrecer a los estudiantes que no pudieron aprender en casa, los mercaderes que han hecho de las universidades un negocio? ¿Cómo van a gobernar, sin tener los diez mil cuadros que necesita el aparato estatal para ser conducido en cualquier dirección? ¿Qué es lo que tienen entonces para embaucar a los peruanos? Bueno fuera que tuvieran las palabras de Shakespeare o las palabras del doctor Salomón Lerner, cuando presentó el Informe de la Comisión de la Verdad.
Ninguno de ellos es capaz de articular un discurso, un plan, una visión de futuro, ninguno es capaz de llegar al corazón de los peruanos para reunirlos en un abrazo y con la convicción profunda de que podemos vencer al enemigo de la pandemia. Ninguno tiene las palabras porque no tiene el diagnóstico, ni menos el programa de acción. Apenas tienen los balbuceos de Richard Swing, que –a fin de cuentas- tampoco van a necesitar, porque tendremos una campaña virtual, sin mítines ni chocada de manos, shows musicales, ni siquiera los sombreros y las plumas, los vasos de cerveza y los chicharrones que desprecien los candidatos.
Pero tienen lo más importante para la política criolla: ayayeros y amigos dispuestos a financiar encuestas, entrevistas televisivas, viajes, clichés y jingles pegajosos y sobre todo, el kilo de arroz, el tarro de leche, la botella de aceite, las latas de atún, los polos para entregar a los pobres y fotografiarse con ellos (son los mismos a los que desprecian y estarían dispuestos a borrar del mapa político). Amigos que, después, cobrarán en jugosos contratos, como sabemos.
Los sueños de Aldo M. y la Coordinadora Republicana, de pronto, parecen realizarse: la encuesta informa hoy que la gente dispuesta a ir a votar se ha reducido a la mitad. Es decir, el sueño de una “democracia” de republiqueta bananera, donde sólo voten los “ilustrados” y no los analfabetos funcionales; los propietarios y no los menesterosos; los criollos y no los indios, el sueño del oxímoron perfecto: la democracia tutelada por la empresa, la fuerza y la prensa, por los que tienen pasaporte y, debajo, millones de súbditos aborregados por la telebasura y los memes de sus celulares.
El Jurado Nacional de Elecciones debiera exigirles a los “presidenciables” que publiquen la lista de su primer gabinete. Así los electores podremos saber si tienen equipo de gobierno o, apenas, un equipo de fútbol.
Pero no todo está perdido, la alternativa al llanto y crujir de dientes, es que los que miran desde el balcón, los decentes y los ilustrados (sin ironías), bajen a ensuciarse los zapatos y se inscriban en los partidos para renovarlos. Tercera llamada, tienen hasta el 30 de setiembre.
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