El lunes 16 de noviembre por la tarde, la ola juvenil que había arrojado de la presidencia de la República a un espurio político, impuesto por su ambición y los votos de sus colegas parlamentarios no muy diferentes de él, se calmó finalmente.
Tras cabildeos inútiles, muchos de los parlamentarios que habían despertado la indignación de la mayor parte de la ciudadanía por vacar al presidente de la República, tuvieron que votar por un presidente y una vicepresidenta del Congreso que se opusieron a la vacancia, eligiéndolos por 95 votos contra 24 recalcitrantes. Y así la crisis política terminó, puesto que el presidente del Congreso electo: un hombre relativamente nuevo en la política y sin las máculas de la corrupción, se convertiría al día siguiente en un nuevo presidente de la República.
¿Por qué esos congresistas tuvieron que admitir tal solución?
Porque ellos y sus partidos se habían quemado, por su soberbia y estulticia, y querían salvar lo que fuera ante las elecciones de abril. Es claro, no han perdido las facultades que la Constitución les confiere como congresistas y podrían volver a las andadas y vacar al nuevo presidente, ya que, legalmente, tienen los votos para hacerlo. Es decir, tienen el poder político, pero con una característica: es un poder vacío, como un tambor que puede hacer mucho ruido. Sobre ellos está el poder real de la ciudadanía y de su escenario de acción: las calles y, próximamente, sus votos en las elecciones de abril.
¿Alguna vez esos congresistas se darán cuenta de que su tránsito por el congreso de la República no puede convertirlos en ciudadanos leídos y escribidos en derecho y, menos aún, en ética? En la Constitución actual se declara: “La población civil tiene el derecho de insurgencia en defensa del orden constitucional.” (art. 46º). La acción en las calles es la antesala de este paso, si la arbitrariedad insiste en ensañarse.
El proceso vivido por nuestro país en las dos últimas semanas nos deja las siguientes constataciones y enseñanzas.
1.– Los jóvenes, en su mayor parte de veinte a treinta años, estudiantes y trabajadores, lograron imponerse como una fuerza social y política; y obligaron al Congreso de la República a optar por un presidente de la República no contaminado por los partidos tradicionales y de aventureros. Fue la misma línea de conducta y protesta inaugurada por los jóvenes contra la Ley Pulpín, que el ministro de Economía de Ollanta Humala, Alonso Segura, quiso encajarles a fines de 2014; y por la cual abogó el abogado Pedro Cateriano. A ambos se les vio esta vez merodeando cerca del Palacio de gobierno, tentando, tal vez, de que les tocara alguito.
2.– Fue una acción netamente civil, de ciudadanos indignados por la arbitraria vacancia del presidente Vizcarra, constatada por 70% de opinión a favor según encuestas. La estimularon partidos y grupos que se habían opuesto a la vacancia, y despertó la condena a viejos partidos tradicionales que estuvieron de acuerdo; incluidos los de la llamada izquierda, con la excepción de algunos de sus dirigentes y parlamentarios que se opusieron a ella. Para esos partidos, su adhesión a la vacancia y su participación en el efímero gabinete de Merino fue otro paso en su marcha inevitable hacia su extinción histórica.
3.– La presencia multitudinaria de la gente en las calles demuestra que la ciudadanía va aprendiendo que es ella la titular del poder de mandar. Es el resultado de la confluencia de la difusión de la noción de democracia desde ciertas cátedras universitarias y por algunos ideólogos que comunican sus enseñanzas y planteamientos utilizando las redes informáticas; y de la reacción contra las arbitrariedades, exabruptos, despropósitos y atentados contra la vida de las personas. Por simple y elemental que la teoría sea, es muy difícil que llegue a muchos ciudadanos con la mente alienada por una deficiente educación y los medios. Se filtra de todas maneras, sin embargo, poco a poco; en particular, en las mentes jóvenes, ávidas de enseñanzas y experiencias, convencidas de que la razón está de su parte y predispuestas a la audacia.
Un solo hecho arbitrario puede suscitar esta unión de la teoría y la práctica e incendiar la pradera; como un rayo caído en la oscuridad sobre un terreno en barbecho. Los jóvenes asesinados por los perdigones de la policía represora, Inti Sotelo y Bryan Pintado, intuían posiblemente los riesgos de su lucha contra la arbitrariedad. Y cayeron heroicamente. Y, aunque tal vez no lo supieran, se han convertido en ejemplos dignidad y resistencia popular que nos honran a todos.
4.– La reprobación popular a la vacancia no tuvo como escenario la estructura económica. No fue un episodio de la lucha de clases. Los trabajadores no estuvieron presentes en las calles como tales, sino como ciudadanos y jóvenes. Por el contrario, es verosímil que los empresarios no fueron ajenos a la manipulación de los votos en el Congreso y lograron colocar en la presidencia de la República a un hombre del partido Acción Popular; y subsecuentemente, conformar un gabinete adicto. La presidencia del Consejo de Ministros fue entregada a un político dispuesto a hacer lo que le dijeran, a quien la calle comenzó llamar “anterosaurio”. No faltó en este gabinete un delegado del partido Aprista, experto en los tejemanejes de la corrupción. Pero cuando las oleadas de manifestantes en las calles, rechazaron a ese Poder Ejecutivo, el poder empresarial tuvo que replegarse a una posición de expectativa.
Es evidente que la descomunal corrupción, promovida por el poder empresarial y ejecutada por los políticos tradicionales y aventureros a su servicio; ha suscitado la condena creciente de los ciudadanos hasta convertirse en la indignación que comenzó a crujir como una caldera sobrecargada de vapor.
La pregunta que sigue es: ¿qué sucederá después? La respuesta vendrá de la ideología y de los proyectos de cambio económico, social y político que ella inspire para que la comprensión que los ciudadanos han adquirido no se quede como un episodio del pasado; como pretenden el poder empresarial, sus políticos de alquiler y sus medios.
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