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Una sola plancha; en las previas de las elecciones del 2001

elecciones 2001
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Era diciembre del año 2000 y, tras el abandono de Alberto Fujimori del gobierno, luego de una ilegal re-reelección, el país se aprestaba a nuevas elecciones. Alejandro Toledo, quien había dado pelea liderando la resistencia; Jorge Santisteban de Noriega, quien había realizado una impecable labor como Defensor del Pueblo; Y Juan Manuel Guillén, quien era alcalde de Arequipa y aún era considerado un líder con proyección nacional, se juntaron en Arequipa. El momento demandaba unión y se propugnó una sola plancha, entre los tres, pedido que, como ya es sabido, no se concretó.

Nota de El Búho ante proximidad de elecciones

NOTA ORIGINAL

Mal comienza la transición democrática, cuando los aspirantes al más alto cargo del servicio público, la Presidencia de la República, deciden sus planchas en la nocturnidad de cenáculos cupulares sin consultar a la sociedad civil.

Desde los tiempos de Aristóteles, el bien supremo para el individuo y
para el Estado es la felicidad social; y la ciencia que permite alcanzar ésta,
no es otra que la política, a la cual, -siempre según Aristóteles-,
deberían subordinarse todas las demás ciencias.

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Obviamente la política mundial, en nuestros días, está muy lejos de la concepción aristotélica, a tal punto que la propia palabra, resulta ser una mala palabra y el apelativo de político, no es otra cosa que un insulto. Pero la idea es la idea y mejor es tener ideas a no tener ninguna, porque de lo contrario vamos a empezara confundir las cosas. Tal es el caso de los
titulares dc la prensa neo democrática local y nacional, que arranca sus titulares con: “El conocido doctor, fulano de tal, ha sido tentado por conocidas agrupaciones…” o “El Alcalde Guillén es tentado por dos…”.

En estos últimos días, en que los miembros de Perú 2000 se empiezan a acusar mutuamente de irregularidades con los dineros públicos, o que incluso empiezan a revelar la verdadera naturaleza de sus colegas “topos” que están resultando ser “informantes” de Montesinos; o las propias declaraciones del ex primer Ministro Salas, en las que con gran desparpajo afirma que pidió un sueldo de 25 mil dólares y la “seguridad” de que cuando lo cesen de ministro, el Estado lo siga teniendo en su planilla; o las declaraciones de Rodríguez Medrano, quien por añadidura había sido catedrático de Ética y Moral, nos llevan a preguntamos, si no será cierto que los Centros de Reclusión Penal del país están llenos de víctimas y los verdaderos delincuentes, estarían mondos y lirondos deambulando impunemente por la Ciudad.

Por ello es menester dignificar la política y los políticos y lo primero para este fin es empezar a dignificar el lenguaje. Nadie puede ser
tentado para entrar en política, es más bien una Invitación y un honor. Insistir en el tema de la tentación no es otra cosa que reafirmar el lado
oscuro de la política como trampa, como un oficio vil que consiste en promover el bien público con el único fin de agenciarse el bienestar personal.

Contra el neocaciquismo en elecciones

La democracia, sin duda, es un arte político y como todo arte, es una empresa aburrida. Demanda una paciencia que trasciende la propia vida. La democracia y su construcción se parece a las grandes catedrales: tuvieron un diseñador, pero éste jamás la vio terminada. De esto deben estar conscientes nuestros aspirantes al más alto cargo público en estas elecciones. Todos son hijos de algún tipo de dictadura, todos llevamos el sello de nuestra cultura e historia política social que no es otra que la dictadura, es por ello que ser dictador, es una forma de ser peruano, es una forma de ser pobre (porque somos un país económica y culturalmente pobre) y una forma de ser dictador, es ser caudillo, es ser mesiánico, es ser salvador.

En realidad no existe ni debiera existir ningún líder democrático; el propio principio democrático de una persona, un voto, echa por tierra la pretensión de asumir la democracia por cuenta de otros. Lamentablemente nuestra historia personal está marcada por todos los gobiernos dictatoriales, y ésta es una pesada herencia que debemos depositar en la basura de la historia. La verdadera democracia no precisa de líderes, le basta con tener hombres libres.

La duda hamletiana no vale al salir del teatro

El deber y la obligación de todo filósofo es dudar, cuestionarse permanentemente sobre las interrogantes que hacen de la vida un viaje sin destino conocido. Para esto, la duda tiene un lugar: el silencio interior, tal vez la biblioteca, el pascar solo, un lugar íntimo, en fin, depende de cada cual; pero hacer de la duda un personaje especulador que lo acompañe
como un traje pesado de prudencia no es nada útil, porque la prudencia puede resultar siendo un vicio y terminar en personalísimo cálculo político.

En un servidor público, como es el caso del alcalde, es poco edificante tener dudas y, peor aún, conflicto de lealtades; pues la única lealtad posible en estos casos es con la soberanía de sus ciudadanos. El único conflicto posible es el de deberes; y en estos casos, no hay mejor consejo que el de ‘Mahatma Gandhi”; cuando hay conflicto de deberes, lo mejor es escuchar a la vocecita interior, la única que nos impulsa a la acción inmediata”.

Y es que el destino de millones de peruanos no puede depender de las dudas de una persona por más carismática que sea. Barajando nombres y personas, seres humanos con miles de defectos y veleidades, no hemos avanzado nada a pesar de los 10 años de fujimorismo-monte-cinismo como llaman al régimen pasado en la prensa.

El alcalde de Arequipa ha sido erigido líder de la resistencia por la sociedad civil y la representación que ha asumido es la de miles de arequipeños que con valentía y honestidad han hecho posible la caída del dictador. Estas masas no fueron convocadas por el burgomaestre; la protesta lo convocó y en varias ocasiones lo obligó a salir de su despacho, como representante que personifica a la ciudad. Si por casualidad el alcalde no hubiera interpretado aquel sentimiento, habría acabado como el prefecto, expulsado de la Plaza de Armas.

Fue esa misma multitud la que casi expulsó a Fujimori de la misma plaza en las pasadas elecciones; y que hoy tiene el derecho de ser consultada sobre las decisiones de aquellos a quienes ha elegido como líderes.

Ante la disyuntiva que ha planteado la candidatura de Jorge Santistevan, quien goza de simpatías y reconocimiento por su impecable labor como Defensor del Pueblo; tampoco está dispuesta a olvidar la persistente resistencia y audacia demostrada por Alejandro Toledo,, Indiscutible ganador de la elección popular en los pasados comicios. Hoy, sin embargo, el desgaste originado por meses de anticampaña diseñada desde el SIN ha puesto de relieve sus defectos personales.

El debate, otra vez, se centra en las cualidades y defectos personales de uno y otro. Y es precisamente esta perniciosa tendencia la que estamos obligados a combatir. El sentir mayoritario del pueblo no quiere verse en la disyuntiva de elegir entre 5 o 6 candidatos donde sea inevitable comparar, desde la talla, hasta la belleza de la cónyuge.

Después de 10 años de autoritarismo y pertinaz, sistemática destrucción de los partidos, no hay ninguna alternativa capaz de ofrecer una organización sólida que se haga cargo de un enorme país tan diverso, pues harían falta décadas para interpretarlo y representarlo cabalmente.

El nuevo candidato espera en tres meses formar una organización que se hará cargo del maloliente aparato estatal; y espera convocarlos en base a su simpatía personal y el carisma decorativo de quienes integren su plancha. La lista parlamentaria de estas elecciones probablemente estará integrada también por tránsfugas potenciales.

En el caso de Perú Posible, tampoco es una organización sólida aglutinada en base a principios diferentes del oportunismo y el deseo de medrar. No obstante, la capacidad de convocatoria de su líder en los sectores populares es una poderosa herramienta para aglutinar a los peruanos en torno a causas y principios básicos.

El país no está en capacidad de tolerar un nuevo albur ni las solitarias candidaturas de personas simpáticas. La unidad es necesaria, no para combatir al fujimorismo sino para combatir a la corrupción (de la que ningún partido ha salido bien librado); a la pobreza, a los poderosísimos intereses que siempre estarán en contra del pueblo; y para hacer frente al desafío que representa un mundo globalizado del cual estamos excluidos y a la magnitud de las expectativas populares.

Y esta es la única lealtad posible para los políticos que aspiren gobernar los próximos años.

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