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Arequipa

Nuestra infectada academia

"A pesar de estas iniciativas, el resultado final de la participación de la academia peruana frente a la crisis sanitaria terminó en rojo, porque así como hubo acciones positivas, también las hubo negativas"

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la academia

De los recuerdos y evaluaciones que vienen haciéndose del primer año pandémico en nuestro país, hay uno que está pasando cómodamente inadvertido: el de la ciencia o academia. Es decir, son varios los culpables o responsables de los resultados desastrosos que nos arroja este primer año de pandemia: desde las máximas autoridades nacionales, hasta el más insignificante alcalde o regidor; desde nuestro sistema de salud, hasta la posta barrial; desde la angurria de nuestros empresarios, hasta los confiteros callejeros; y desde el llamado modelo neoliberal, hasta la población ignorante. En fin, todos son responsables. ¿Y la academia? Pareciera que este año se la pasó mirando al techo, engañando…o delinquiendo.

Por academia, quiero referirme a lo que la propia DRAE define; es decir, la comunidad o red oficial de instituciones ligadas al quehacer científico, técnico o artístico de sus integrantes. Así, la universidad es, por excelencia, un centro académico, puesto que desarrolla las diversas disciplinas o saberes académicos. Bueno, ese componente de nuestro país, vital en toda sociedad, pareciera que no existe en los recuentos que se hacen en este primer año de la peste.

Tal invisibilización me parece injusta porque se de primera mano (y me refiero concretamente al caso de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa), como la academia puso el hombro para ayudar a superar esta crisis, desde el primer día en que nuestro país se declaró la emergencia sanitaria. Así, la UNSA dispuso de su equipo de médicos, enfermeras, laboratorios, transporte, centros sanitarios, y un largo etcétera que tiene como máximo logro, entre otros, la instalación de una planta de oxígeno medicinal para pacientes atacados por la peste, a un precio simbólico de S/ 4.00 por metro cúbico.

Como la UNSA, otras universidades arequipeñas y del país, hicieron lo mismo. Sé del caso concreto de la Red Peruana de Universidades, RPU, liderada por la Pontificia Universidad Católica del Perú, que a los pocos meses de iniciada la crisis sanitaria, creó ventiladores pulmonares para atender emergencias causadas por la peste. Es más, incluso otras universidades se atrevieron a anunciar que en sus laboratorios crearían la llamada “vacuna peruana”.

A pesar de estas iniciativas, el resultado final de la participación de la academia peruana frente a la crisis sanitaria terminó en rojo, porque así como hubo acciones positivas, también las hubo negativas, y en la balanza, éstas terminaron pesando más. Pues, recordemos que la propia comunidad científica peruana avaló e incluso, promocionó usar desde la hidroxicloroquina e ivermectina, hasta el dióxido de cloro; y ni qué decir, de aquellos que, incluso, aconsejaban mates, enjuagues o cocteles, supuestamente milagrosos.

El colmo de la pésima actuación de nuestra academia en este primer año pandémico, tuvo como protagonistas a la Universidad Nacional de Ingeniería, la Universidad Cayetano Heredia y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, consideradas como las máximas exponentes de nuestra comunidad científica peruana. Pues, como sabemos, estas universidades están seriamente involucradas en actos delictivos, ya sea por haber estafado al país en la instalación de plantas de oxígeno, embolsillándose millones de soles; ya sea mandando al desagüe los estudios clínicos que se venían haciendo por negociar o rifar las vacunas; o ya sea porque sus máximas autoridades se beneficiaron personalmente con esas vacunas. Algunas de estas universidades, han tenido la mínima decencia de acusar o expectorar a sus autoridades; pero otras, como la UNMSM, sigue mirando, con gran cuajo, al techo.

El daño que esto ha causado a nuestra academia es enorme. Si antes de la pandemia teníamos una comunidad científica débil; un año después, la tenemos en estado catatónico, puesto que el descrédito no sólo en nacional, sino internacional. Fortalecer a nuestra academia; prestigiarla, interna y externamente; pero principalmente hacerla realmente útil, en estos tiempos aciagos, es una de las tareas titánicas que como país tenemos por delante. Ojalá que aquellos que nos consideramos parte de esa comunidad, lo logremos.

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