#Hace20Años Juan Manuel Guillén: anatomía de una frustración colectiva

A dos años y medio de la gestión municipal del exrector de la UNSA, El Búho hizo un balance de su gestión, que no fue positivo

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El 22 de junio del 2001 se publicó la edición N° 51 del semanario El Búho, donde se analiza cómo se iba desluciendo el mandato de Juan Manuel Guillén como alcalde de la Municipalidad Provincial de Arequipa.

#Hace20Años Juan Manuel Guillén: anatomía de una frustración colectiva. Arequipa.

NOTA ORIGINAL

Más vale padrino rico que buen gobierno bueno, parece ser la máxima de un alcalde, que luego del triunfo de Toledo, se apresura a cobrar los réditos políticos de su resistencia balconaria para salvar una administración que ya va en caída libre; que en su pérdida de apoyo popular arrastra también a la casa agustina, principal pivote de una gestión marcada por la frustración y el desencanto, a dos años y medio de gestión.

¿Qué podrían pedir los habitantes de Calcuta a su alcalde? Ciertamente no le pedirían que haga de Calcuta, Nueva York; lo mínimo, dentro de lo caótico, sería pedir una Calcuta más vivible. Del mismo modo, ¿qué podrían aspirar los pobres habitantes de una casa de vecindad tugurizada, al presidente de la junta de vecinos? Ciertamente no aspirarían a convertir el conventillo en un condominio con ascensor y todo. Sino lo mínimo. Y esto sería que la vecindad no tuviera mal olor, que esté limpia y que el vecino ricachón y prepotente, que cada vez que arme su juerga y se emborrache, no se ponga a patear la puerta de los más débiles. Que aunque pobre, la vecindad, sea honrada y limpia; que tenga algunos geranios y que todos los vecinos se sientan miembros de una comunidad.

El presidente de la junta de vecinos, sin embargo, se dejó ganar la moral por la pobreza de la vecindad y no puso ningún coto a la miseria moral de la ciudad. Escudado en la pésima situación económica que le habían heredado, dejó hacer, dejó pasar en sus propias narices y se dedicó al cálculo político.

De inmediato olvidó sus promesas de hacer participar a la población en la gestión municipal y, por ello, varios de sus desaciertos le han merecido el rechazo popular. Consiguió, eso sí, colocar un letrerillo de “patrimonio cultural…” a la entrada de la vecindad y con eso, creyó que el barrio debía darse por atendido.

La primera frustración, con Juan Manuel Guillén

Dejar vivos políticamente a los Cáceres. Pocos alcaldes han llegado a la alcaldía premunidos de tanto apoyo y esperanza popular. Las alcaldías anteriores habían dejado la sensación que Arequipa estaba en manos de unos bandoleros, que se habían dedicado al pillaje y saqueo, con la disculpa que por ahí, “hacían obra”. Eran personas sin modales, sin educación ni visión, sinvergüenzas que vendían el mismo patrimonio municipal a varios compradores; en suma unos caciques serranos que hicieron de Arequipa, su enorme hacienda. El cacique mayor, había entrado en latencia y había dejado a su hijo para que le vean la hacienda mientras tanto.

Arequipa no podía quedarse cruzada de brazos y bajo la batuta de Guillén inició una cruzada para recuperar la ciudad; para ello contó con el apoyo de derechas y de izquierdas, de los empresarios y los trabajadores, prácticamente no hubo grupo social importante en la ciudad que le restara apoyo a su candidatura.

Sin embargo, apenas iniciada la transferencia, la ciudadanía quedó estupefacta al saber que el hijo del cacique se había llevado hasta el disco duro de la municipalidad. Luego de ello, escarceos judiciales, cientos de kilos en tinta de primeras planas y todo quedó en rumas de papeleo que dejaron a los Cáceres libres de polvo y paja, reciclados en toda su frescura y merecedores de un premio mayor: congresistas de la República, en nuestras propias narices.

Aquí se puede alegar que la administración municipal no tiene como fin impartir justicia. Es cierto, pero el error político imperdonable de la administración actual es no haber llevado a cabo un juicio político al clan Cáceres; hecho que hubiera puesto la base de una limpieza y moral ciudadanas que Arequipa merece. Y de paso, hubiera obtenido mayor comprensión de la exigente opinión pública. si hubiera expuesto toda la verdad, a la luz del día.

La segunda frustración con Juan Manuel Guillén: la caída de la cultura agustina

El alcalde Guillén no fue un personaje salido de la lucha callejera y sindical, como muchos políticos contemporáneos suyos. Tampoco fue un empresario quebrado y mañoso, metido a político para salvar sus empresas. Tampoco era un próspero comerciante altoandino con ansias de hacerse un lugar en la ciudad. No era un cala, sino digamos, un Jorge hijo del pueblo, moreno, pequeño, exitoso y presumiblemente inteligente.

Guillén había logrado lo imposible. Salvó a la universidad San Agustín, de la intervención estatal. Cuando la mayoría de universidades estatales cayeron, sino en manos del senderismo, en las manos del Ejército, la UNSA parecía ser la Suiza académica, neutral, más allá del bien y del mal. Hubo cierto florecimiento cultural. En un país tan pobre, ser alumno de la UNSA daba a veces, la impresión de estar estudiando, al cambio, en un College norteamericano con estadio monumental y todo.

Todo en plena crisis económica. Cuando todos quebraban, la UNSA surgía, demostrando tercamente que a pesar de la adversidad, que a pesar de la pobreza, el asunto era ser inteligente e ingenioso y se podría salir adelante. Guillén fue una esperanza arequipeña puesta en la ciencia, en la cultura, en la educación pública, en la gratuidad de la enseñanza que devuelve sus frutos a la sociedad. Guillén no era hijo de ccalas, sus padres no lo habían mandado a estudiar ni a Harvard ni Chicago: no era exalumno del Max Uhle ni del San José, ni La Salle; había salido de “La I”, un colegio prole, nacional, cargado de historia y revolución; un alfeñique a la alcaldía; era un hijo de Arequipa, un hijo victorioso, un doctor contra la adversidad, un filósofo contra los mercaderes. No importaba Fujimori, Arequipa podía, pudo con el estadio, qué más no podría hacer.

Pero una vez alcalde, quizá creyó que todo aquel mérito era sólo suyo, que no necesitaba más que al círculo íntimo, al de siempre. Entonces, fiel a su estilo vertical, desdeñó valiosísima ayuda y apoyo gratuito que cientos de profesionales esperanzados ofrecieron, quizás porque ello implicaba sentarse a conversar en una mesa horizontal. No estaba preparado para ello.

Tercera frustración: Del Cid a la Cucarachita Martina

Pasada la luna de miel con Jorge el hijo del pueblo, ya era hora que aparezca El Cid con la cruzada salvadora que había invadido la castiza ciudad. Pero ni el Cid ni su caballo se echaban a andar, y luego vino lo más penoso, los coqueteos con la dictadura; claro que lo cortés no quitaba lo valiente, pero ya habían demasiados gestos como para pensar que el asunto era pura cortesía, entonces empezaron a cobrar forma las especulaciones sobre si el éxito de su gestión en el rectorado fue atributo único de sus habilidades como gestor o alguna financiación oportuna acreditada en contrapartida por algún silencio académico oficial.

Y los meses pasaban y pasaban y se vino la metamorfosis de la Cucarachita Martina; que me caso con éste, o mejor que no me caso con él, sino con otro y a pesar de los deshonrantes obsequios de medallas a connotados miembros del régimen, un día nos dio la sorpresa y se unió al viejo pueblo en su vieja lucha.

Y reapareció en la lucha contra la dictadura, desde el balcón, es cierto, pero en esas horas hacía falta. Allí, al costado en el Portal de Flores, Toledo subiendo encima de la ira popular contra el chino, desde Arequipa, desde el estrado, y llega presurosa la bandera de Arequipa al estrado; pero pasada la euforia de la caída de la dictadura, los humos. la inoperancia de la municipalidad, el tardío recojo de la basura, nos recordaron que incluso la promesa de la democracia, a nivel de la vecindad, se mantenía sin cumplirse.

Juan Manuel Guillén impuso un pago por un supuesto control de humos sin pies ni cabeza, porque cada día hay más humos en la ciudad. Las malas lenguas dicen que ni siquiera fue personalmente a pasar el control con su propio vehículo y entonces no pudo detectar, con su reconocida inteligencia, todas las inconsistencias del proceso que no fue más que un saludo a la bandera, a pesar de buena voluntad de dos o tres funcionarios o regidores que dieron lo mejor de sí, sin resultados.

La niña de sus ojos

Más de una vez lo dijo, revitalizar la agenda cultural de una ciudad que sería “patrimonio cultural de la humanidad”, era el fuerte del plan. En un arranque da entusiasmo o de demagogia llegó a asegurar que Arequipa sería “la Atenas de América”. Y se le podía creer. No sólo era un rector, era un filósofo que decía amar sobre todas las cosas la verdad, la justicia y la belleza.

No sólo el programa municipal en cultura ha sido paupérrimo, sino que el gran pulmón artístico de Arequipa, el Centro Cultural de la UNSA, languidece; y no por falta de voluntad, sino por el escaso apoyo que la nueva gestión, enfrascada en quehaceres más terrenales, le da. Y fue el propio Juan Manuel Guillén quien decidió que así serían los cosas, cuando saliera de la universidad.

El cuerpo municipal

El así llamado, Cuerpo de Regidores, tal vez con dos o tres excepciones, debe asumir también buena parte de la responsabilidad. Se dejaron arrollar tanto por su propia desidia, como por el inevitable afán de concentración de poder del despacho de la alcaldía. La mayoría concejal no pasan de ser corifeos prestos para el protocolo y la etiqueta, pero nulos en cuanto a iniciativa o ejecución.

Y es que, desde un inicio, el grupo no fue tal. Estaba pensado sólo para la fotografía, para el discurso demagógico de constituir un crisol de todas las sangres, cuya fusión está todavía más lejos; desde que el alcalde decidió su ingreso al Club Arequipa y ya no se molesta en conocer personalmente a todos los obreros del municipio, como lo hacía en la UNSA. Ya les dio un asiento en el cuerpo edilicio, como se lo dio a la aristocracia de apellido compuesto o inglés; sin importar que sólo les esperara la inoperancia común.

No ha sido fácil para El Búho hacer esta disección, esta anatomía de un fracaso, que más que el fracaso de un hombre, es la frustración colectiva de un pueblo; el deterioro de una esperanza de mejor destino. De una ciudad que no encuentra una imagen que se merezca y parezca a sus sueños. En este mismo medio, hemos graficado en otros tiempos a Juan Manuel Guillén, como canillita/David frente al adiposo luchador de sumo, el japonés Fujimori. Ciertamente nos causa lástima desandar sobre nuestros propios pasos; pero quizás a la larga estemos contribuyendo a un decisivo golpe de timón en lo que queda de la gestión municipal.

Sólo nos queda seguir los consejos de Emiliano Zapata que no era doctor, que difícilmente aprendió a leer. Y dijo: “No confíen en un hombre, que un hombre, sólo es eso: un hombre; y el hombre muchas veces se equivoca, muchas veces se traiciona a sí mismo; no confíen en un hombre, ni siquiera en mí…”. Tal vez Zapata tenga algo de razón y no debiéramos descargar en una persona la tarea y obligación que es de todos; en la democracia sobran los caudillos y falta el concurso de todos los ciudadanos.

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