Es el mediodía y uno de los vigilantes que controla la puerta N°4 del hospital covid Arequipa llama a los que tienen familiares internados en el tercer piso. De inmediato, se agolpan en la entrada hombres y mujeres intentando ingresar, mientras que otro grupo pregunta por los demás pisos cuyo personal no ha venido a recoger las medicinas y otros enseres para los enfermos.
“Estamos esperando hace rato”, grita nerviosa una mujer que lleva en la mano una bolsa blanca rotulado con el nombre de su familiar enfermo. Mientras el tiempo avanza, llega más gente preguntado si ya salieron a recoger de los otros pisos. El tumulto hace que se dificulte caminar por esta zona del hospital que da la avenida Alcides Carrión.
“Vengo a ver a mi esposo que está en el módulo Virgen de Chapi”, dice una mujer que logra atravesar la puerta después de mostrar una hoja al vigilante. El mismo hombre aclara que solo pueden ingresar aquellos que tengan un pariente en uno de los módulos levantados temporalmente en los exteriores del edificio hospitalario.
“Yo estoy desde la mañana. Compro las cosas. Vengo acá. Estoy sentando hasta las 6 de la tarde, porque a las 4 pasan visita los doctores y al único que pueden informar sobre mi esposa soy yo”, dice Óscar H., de 27 años y pareja de Natalia R.V., de también 27 años.
“Mi esposa está desde el domingo (27 de mayo). Yo la traje porque sufre de taquicardia, tiene diabetes. Yo la traje por el bebé. Me dijeron la vamos a pasar a piso, el aire estaba bien solamente la taquicardia. Ella es muy nerviosa”, nos cuenta Óscar, quien luego agrega que su pareja lleva 23 semanas de embarazo.
Dos conocidos suyos también han llegado al hospital. Uno era su jefe que le contagió trabajando en el taller mecánico. El otro era su exjefe a quien planeaba pedirle ser su compadre. Este último, falleció el día anterior. “Desgraciadamente esta enfermedad es difícil”, agrega.
La lucha por una cama
Mientras platicamos con Óscar, una mujer se le acerca para preguntarle si debería esperar después de haber entregado las medicinas para su esposo. Pero él contesta que puede irse. La mujer, de unos 40 años, quiere saber si debe hacer algo más por su pareja que entró hace cinco días al nosocomio.
“Mi familiar tiene 42 años. Yo le he traído porque ha hecho un cuadro de diabetes”, dice. Cuando le consultamos si fue fácil encontrar una cama en el hospital, ella nos responde que su pareja tuvo que dormir tres días en el módulo de Triaje antes de que lo pasaran al tercer piso.
El incremento de pacientes ha dejado al hospital Honorio Delgado sin capacidad de respuesta desde mediados de mayo. El nosocomio ha tenido que referir a los menos graves al hospital Goyeneche, cada vez que se quedaba sin camas libres. A mediados de junio llegaron a superar las 100 atenciones en 24 horas, por lo que los médicos pedían la imposición de una cuarentena en la ciudad. Pero no se logró ejecutar ante la oposición de las autoridades políticas y, además, por la intervención del Ministerio de Salud.
Recientemente, el director del hospital, Richard Hernández, informó que ampliaron unas 69 camas hospitalarias en uno de los tres centros temporales. Pero a las pocas horas ya se había ocupado la mitad. El nosocomio dispone de más de 400 camas para los pacientes con covid-19.
La demanda de camas UCI es aún mayor. Existe una lista de espera de al menos 25 pacientes, agrega el galeno. A lo largo de la pandemia, la oferta ha ido creciendo, de cuatro a 30 camas, y podría aumentar aún más, pero existe un gran obstáculo: no hay suficientes especialistas.
El drama de los gastos
Clementina Álvarez visita el hospital desde el 3 de junio, luego que su esposo, José Zegarra, de 56 años, enfermó de covid-19. Ella agradece que ahora esté recuperándose. “Era un hombre sano, iba a su chacra todos los días, corría, pero un descuido lo tumbó y lo tuvimos que traer el hospital, se desmayó en la puerta”, señala.
Ahora que ha empezado a comer le prepara caldo de cuy que, según dice, es un alimento revitalizador. También intercala su dieta con guiso de bazo y sangrecita para que pueda salir pronto del nosocomio. Durante el tiempo que estuvo enfermo se contagió de una bacteria intrahospitalaria, por lo que, además del tratamiento del covid, paralelamente le dieron otros medicamentos para contrarrestar la otra infección. “Al día gastábamos 700 soles comprando las medicinas, para la nariz le compramos, la mascarilla de vapor”, señala Clementina.
Añade que gracias a que tiene personas conocidas en el hospital es que pudo estar ella y sus cuñadas pendientes de José. Indica que al principio no le daban ninguna receta, pero después comenzó a realizar fuertes gastos para las medicinas, la ropa, los pañales y todo lo que le pedían.
Mientras hace la cola para entregarle algunos utensilios de aseo y comida que preparó, indica que la enfermedad es impredecible. Clementina también se enfermó, pero tuvo síntomas leves. En cambio, su esposo que estaba recuperándose en cama, de repente decayó cuando salió un momento al patio. “Si se hubiera quedado los 14 días sin salir de la cama, quizá no estaríamos aquí”, dice una de sus cuñadas que la acompaña.
Una hora después la gente comienza a retirarse. Aparece de repente una joven repartiendo volantes en los que ofrece la venta de balones de oxígeno. A 2400 soles ofrece el balón recargado y con entrega a domicilio. Asimismo, entre los que esperan se encuentran también los trabajadores de las funerarias que están listos a ofrecer sus servicios.
La falta de información
Desde que el hospital decidió que los familiares no podían permanecer dentro, junto a los enfermos, se ha producido algunos inconvenientes con algunas personas que reclaman información de los pacientes.
En la puerta de ingreso está pegado un cartel con el número telefónico del hospital y el anexo al que deben marcar para que sean inscritos en la relación de familiares de los pacientes. Sin embargo, la gente se queja de que no les contestan o nunca les llaman para saber cómo va el paciente.
Es por eso que la mayoría prefiere estar fuera del hospital, esperando cualquier novedad que puedan recibir del personal de salud.
Y así transcurren los días en el hospital Covid- cuya entrada y pasillo ya ha visto miles de familias llegar angustiados, permanecer en la incertidumbre y llorar desconsoladamente. Aunque otras tantas, sus muros también vieron imponerse a la vida y al renacer de sus familias.
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