Curandero ácrata: la propuesta de Germán y Pedro Rondón (FOTOS)

"Dos generaciones, dos visiones del mundo y dos modos de reaccionar frente a él a través del objeto construido desde dentro de uno mismo"

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La exposición de escultura e instalación de Germán y Pedro Rondón, va hasta fines de mes en el Centro Cultural de la UNSA, en Arequipa. Fotos: Erick Rodríguez

Por Eduardo Ugarte y Chocano(*).- El ceramista Germán Rondón Valdivia se dedicaba a su exitosa serie de conejos humanizados por ropa y accesorios que mostraban oficio de seres urbanos cuando llegó la pandemia, y los noticiarios radiales y televisivos y las noticias impresas ya no tenían espacio para lo bueno; porque no había nada bueno, ni siquiera para el arte o espectáculo, todo se cerró o encerró.

Así Germán cerró su serie conejil, todo soporte de información y conexión con el exterior. Y se encerró entre ramas y troncos, hojas y frutos del huerto vecino a su taller. Este encierro lo liberó de angustias y temores provocados por el mundo real y humano que agrede desde afuera, pero está ausente en tierra de capulíes, limones, papayas, mandarinas; manzanas, duraznos, higos negros y blancos, rocotos amarillos y rojos, aromático orégano y un palto por florecer sobre esparcidas rosas; el mundo botánico que dirigió sus dedos a modelar símiles como seres de próxima evolución alentados por uno mayor compartido y fusión de todos: el Curandero, no como ser que usa las plantas para curar, sino como símbolo de la liberación del nuevo Germán que agradecido recrea su cerámica en nueva serie.

Esta nueva serie con el tema “plantas” no es representación de las de su huerto, son recreación en la línea formal de sostén y fruto; ascendentes por heliotropismo y configuradas por las funciones de hojas y tallos reconocibles con la imaginación ante su contemplación o una despertada vida en nuestro interior como cura a la angustia y temores; con o sin pandemia. Una cura mental motivada por la renovación de la vida en barro cocido. Sin embargo, no contento, solamente liberado, nuestro ceramista espera una nueva eclosión entre sus manos.


En contraparte, cruzando literal y simbólicamente una puerta, nos encontramos con la instalación Ácrata, de su hijo Pedro Rondón Almuelle; quien afirmando desde el título libertad plena en su quehacer artístico y de vida, expone un escudo con laureles de alambre de púas y una bisagra por corazón que se abre y cierra con el vaivén de los sentimientos; construido con lo que se le iba ocurriendo mientras lo armaba, sin ningún propósito que no sea el hacer. Delante, una paloma anidando en un nido también de alambre de púas. Una obra de su interés por la dualidad de la vida, el contraste entre el símbolo de libertad y el instrumento de prisión y cerco; pero como signo de supervivencia se adaptaron creando la vida en el más inesperado y agresivo habitáculo, como puede ser el metálico y punzante nido.

Dos generaciones, dos visiones del mundo y dos modos de reaccionar frente a él a través del objeto construido desde dentro de uno mismo.

(*) Crítico de arte

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