Castillo: la domesticación como descomposición

"El último cambio de gabinete hecho por el presidente Pedro Castillo este primero de febrero de 2022, parece significar el final de la pretensión de un gobierno de izquierda con un programa de cambios de fondo que prometiera al país el 28 de julio de 2021"

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El último cambio de gabinete hecho por el presidente Pedro Castillo este primero de febrero de 2022, parece significar el final de la pretensión de un gobierno de izquierda con un programa de cambios de fondo que prometiera al país el 28 de julio de 2021. La composición y el talante de la mayoría de los ministros nombrados, luego de dos gabinetes fallidos, así como el reguero de problemas por resolver que dejan y traen, no hacen otra cosa que expresar el retorno a la política tradicional de toma y daca de corto plazo; el que parecía haber entrado en crisis definitiva en el quinquenio anterior. 

Del programa original, el de la primera o el de la segunda vuelta, no parece quedar ni la intención de volver a mirarlo. Del proceso constituyente, referéndum para convocar a una asamblea que elabore una nueva constitución, a pesar de que la derecha, por su oposición lo mantiene en la actualidad; tampoco parece que hay preocupación en el gobierno. En otras palabras, salvo que baje el Espíritu Santo, que en política siempre es posible, la suerte del gobierno progresista parece estar echada.

Hace un par de meses, diciembre de 2021, con Castillo ad portas de una fallida vacancia, señalaba que se abrían tres caminos para su presidencia; derrocamiento, domesticación o regreso al proyecto de transformación original. El derrocamiento falló con la derrota de la vacancia. De la vuelta al proyecto original, entre los miedos, las vacilaciones y las mieles del poder, parece que nunca más se supo; por lo que hoy nos encontramos de lleno en la domesticación del otrora maestro rebelde.

Domesticar al gobierno que da muestras de salirse del guión ha sido en el ciclo neoliberal una de las formas como la derecha ha vuelto al redil a todo aquel que osara cuestionar el proyecto del cinco de abril de 1992. El ejemplo más claro fue la domesticación de Ollanta Humala, todavía en un momento de clara hegemonía conservadora. Pero con la crisis de régimen abierta con la renuncia de Kuczynski en marzo de 2018, se ha vuelto más difícil la suplantación de gobiernos progresistas por otros reaccionarios; de allí que los procesos de captura se han vuelto más elaborados y, a la vez, más ramplones. 

En el caso de Castillo, como en el de otros, se explotan sus debilidades. Es el gusto por el manejo del poder, por la ventaja de corto plazo, cuyas dimensiones ignoramos, para el amigo o el allegado; a la par que una manifiesta incompetencia, las que parecen predominar. Estas debilidades se dan junto con una suerte de “hacer el muertito” del presidente, supuestamente más allá del oleaje proceloso de la política criolla; lo que ingenuamente cree o le hacen creer, que lo llevará a buen puerto. En esta dinámica, los poderosos de siempre “el Estado profundo” lo tiene bajo control, listo para que culmine, si no media algún incidente mayor, la transición a convertirse en una marioneta total.

Sin embargo, ¿por qué no derrocarlo con algún golpe parlamentario tan de moda en la región, como hicieron con Zelaya, Lugo y Dilma? Porque la derecha no cuenta en estos momentos con una capacidad de recambio que mantenga las formas democráticas. Cualquier ajuste económico y político autoritario, no absolutamente descartable, por cierto, podría llevar a una explosión social. Recordemos sino lo que le pasó con Merino hace poco más de un año. Por ello, por ahora, Castillo está mejor descompuesto que derrocado. Empero, la hipótesis del derrocamiento tomaría vida si es que la informalidad que parece caracterizar a Castillo y su equipo amenaza en algún punto los grandes intereses del Estado profundo. En ese caso el golpe, blando o duro, volvería a asomar.

Lo que sí ocurre es que la situación del país se deteriora gravemente para todas las fuerzas políticas. Para el gobierno, porque se deteriora sin norte; para la derecha porque no puede, sino parcialmente, hacer lo que quiere; y para la izquierda, que apoyó más o menos a Castillo, porque también va a tener que pagar el costo de un gobierno de izquierda que no fue. El único consuelo, si cabe, es que en las coyunturas de crisis como la actual suceden acontecimientos que hacen que en días pasen cosas que en otras condiciones tardan años. Ojalá que los tiempos se aceleren y sea para bien.

A la izquierda, creo, le queda por hacer lo que no hizo en la coyuntura que se cierra: un bloque de fuerzas social y político, que levante un programa reformas inmediatas; y la necesidad de retomar el proceso constituyente, como única salida a la debacle de la derecha y su probable versión domesticada. Para darle un rumbo al Perú. 

Al poder no se puede aspirar a retazos. Hay que hacerlo estableciendo un liderazgo democrático que construya una mayoría nacional para una salida eficaz y responsable.

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