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Arequipa

Estamos jodidos, todos ustedes

“en el arte actual la preocupación por la humanidad y sus tragedias redunda en el beneficio individual. Sin importar que las obras de los artistas sociales afecten la realidad que critican o señalan, a ellos, en caso de entrar en el circuito del arte mundial, no les irá nada mal”

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Sumando ausencias fue una acción colectiva realizada en el 2016 en la Plaza de Bolívar de Bogotá en la que cientos de ciudadanos, bajo la dirección de la artista Doris Salcedo, cosieron 1.900 pedazos de tela con los nombres escritos en cenizas de 1.900 víctimas del conflicto armado colombiano. Carlos Granés comenta que al final de este espectacular evento el único nombre que todos podían recordar fue el de Doris Salcedo. En su libro  Salvajes de una nueva época, Granés desarrolla la idea:  “en el arte actual la preocupación por la humanidad y sus tragedias redunda en el beneficio individual. Sin importar que las obras de los artistas sociales afecten la realidad que critican o señalan, a ellos, en caso de entrar en el circuito del arte mundial, no les irá nada mal”.

Parece razonable entonces que un artista auténticamente levantisco tendría que imponerse el absoluto anonimato al realizar obras de arte con intencionalidad política. Incluso sería imprescindible eliminar seudónimos y cualquier indicio que conduzca a un autor singular. Lo que el arte produce es lo único que importa. Porque es muy claro que el sistema ha asimilado al arte contemporáneo. La habilidad del capitalismo para digerir la rebeldía es realmente prodigiosa. Los mensajes políticos empaquetados en proyectos artísticos son inevitablemente inoculados con el aura de una actividad prestigiosa; y entonces el elemento activo, el elemento contestatario, se ahoga en la resonancia de la celebridad del artista. El público, los comentaristas, la prensa, no dirigen su atención al trágico tema de la obra, sino a un acontecimiento de impacto internacional en el ámbito del arte conceptual. 

Yo agregaría que los creadores con temática activista pecan de ingenuidad al suponer que su obra es verdaderamente disruptiva. Como se ha visto con el genial Banksy, el orden establecido tan creativamente denunciado es el que hace posible las subastas; donde millonarios se pelean por adquirir sus obras para exhibirlas en sus exclusivos salones. El acto de activismo más poderoso de un artista en el mundo contemporáneo sería negarse a entrar en el sistema jerárquico del prestigio. 

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