Desde que Pedro Castillo ganĆ³ la primera vuelta, en las elecciones del aƱo pasado, fue visto en una amenaza por la Lima de regia prosapia y sus estratos, cĆŗmulos y nimbus, blancos y blancuzcos.
Pero, cuando se supo que habĆa ganado las elecciones y se habĆa convertido en el primer Presidente de la RepĆŗblica de origen popular, tocado con un sombrero campesino, fue transformado en el enemigo pĆŗblico nĀŗ 1 de quienes hasta ese momento disponĆan del Poder Ejecutivo, como su propiedad privada. Eso no podĆa ser. La
Lima seƱorial de encanto y primor volviĆ³ entonces a sus tiempos virreinales, y, al paso del Presidente y su breve comitiva, desde los balcones y ventanas comenzaron a llover aguas sin el aviso de āagua vaā y los perros los siguieron ladrĆ”ndoles furiosamente. Al lector no avisado le informo que esas aguas se arrojan ahora desde las pĆ”ginas de ciertos diarios y revistas.
Un vistazo histĆ³rico a la presencia de Pedro Castillo en el Palacio de Gobierno, desde fines de julio hasta ahora, revela diĆ”fanamente el ataque concertado de todos contra Pedro Castillo. Lo embisten desde todos los Ć”ngulos y a diario, sin que importe la causa o no exista ninguna.
Y Ć©l no les ha hecho nada. No los ha agredido, y ni siquiera los ha criticado, abrigando la esperanza de ganar aunque sea un dĆa de tranquilidad. Esperanza inĆŗtil.
Al contrario, sus agresores, viendo en esa prudencia debilidad, han arreciado sus ataques, dictaminando que todo lo que hace y no hace estĆ” mal. No les basta con tratar de imponerle ministros y otros funcionarios y dictarle lo que debe hacer y no hacer. Quieren verlo de rodillas y despuĆ©s sacarlo de la Presidencia, y hacernos sentir que, al atacarlo a Ć©l, nos zahieren a nosotros, sus iguales, a quienes lo hemos puesto en la Presidencia de la RepĆŗblica.
Hasta ahora no lo han dejado trabajar. Ni, por supuesto hay ya la posibilidad de algĆŗn cambio de importancia social en nuestro paĆs, puesto que esos cambios dependen del Congreso de la RepĆŗblica, y este ha olvidado que su funciĆ³n primera es dictar las leyes en aplicaciĆ³n de la ConstituciĆ³n, y no dedicarse a hostilizar a su gusto al Presidente de la RepĆŗblica. Evidentemente, este Congreso ha perdido su razĆ³n de ser. El problema no es el
Presidente de la RepĆŗblica, sino el Congreso de la RepĆŗblica y los grupos circunstanciales que lo dominan, por lo cual, dicho sea de paso cobran unos sueldos enormes que el pueblo es obligado a pagar con recursos que deberĆan ser destinados a servicios pĆŗblicos en dĆ©ficit.
Ladran, Sancho, es seƱal de que cabalgamos. Ya estĆ” bien determinado que esta expresiĆ³n no es de la obra cumbre de la lengua castellana Don Quijote de la Mancha. Leo en Internet que su origen se halla en el poema de Johann Wolfgang von Goethe Ladran (KlƤffer):
En busca de fortuna y de placeres
MƔs siempre atrƔs nos ladran,
Ladran con fuerzaā¦
Quisieran los perros del potrero
Por siempre acompaƱarnos
Pero sus estridentes ladridos
SĆ³lo son seƱal de que cabalgamos
Se dice que Ruben DarĆo le aƱadiĆ³ el nombre Sancho, que ya se usaba.
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