Memoria de la guerra

"Así como siempre hay razones para justificar la guerra, siempre habrá apologetas de la fuerza bruta. En este caso, conservadores de izquierda, relativistas morales, antimperialistas tuertos, nostálgicos de la Unión Soviética"

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Las tropas rusas invaden Ucrania. Lo llaman ocupación. Invaden el país vecino, pero lo llaman auxiliar pueblos rusos sojuzgados. Atacan como el país imperialista que son, pero lo llaman cruzada por la libertad. Se anexarán territorios a la fuerza, pero lo llamarán garantizar la determinación de los pueblos. Siempre el lenguaje intentando sustituir a la realidad. Un mecanismo que no es patrimonio ruso, obviamente. 

Ya toman Kiev. Han tomado, bajo alguna lógica desconocida, la zona del antiguo reactor nuclear de Chernobyl. Obligarán a algún gobierno ucraniano a negociar bajo términos impuestos, con el país ocupado. Miles se desplazan. Huyen. Como en otros bombardeos modernos, se nos informa desde la prensa oficialista: sólo se atacan objetivos militares estratégicos. Las imágenes independientes nos muestran lo que ya sabemos, zonas civiles, edificios de departamentos destruidos. ¿Muertos? Sin duda. Lo que no sabemos aún, es cuántos. Es la guerra y su viejo rostro, pero ultramoderno.  

Razones para la violencia siempre se van a poder invocar: Políticas, geopolíticas, de seguridad, patrióticas, de honor, revolucionarias. El siglo XX que parecía muerto, se prolonga ante nuestros ojos que se creían muy del siglo XXI. 

Así como siempre hay razones para justificar la guerra, siempre habrá apologetas de la fuerza bruta. En este caso, conservadores de izquierda, relativistas morales, antimperialistas tuertos, nostálgicos de la Unión Soviética. Revolucionarios perdidos en un mundo que ya no los necesita o los ha sufrido demasiado. Pero que sorprendentemente siguen allí. Incluso en nuestra lejana Latinoamérica, donde al menos desde la retórica colaboran para mantener esta cultura, esta racionalidad instrumental y militante, vigente.  

Así como siempre hay apologetas, siempre habrá “líderes” carismáticos que encarnan las necesidades de revancha o representación de los progresistas que buscan reinventarse. Dijo Putin: “…quien intente ponernos obstáculo… acarreará consecuencias que nunca han experimentado en la historia”.

¿Para qué trabajar tantos años en las memorias de los conflictos, sino nos van a ayudar a distinguir entre las racionalidades de los poderosos y las experiencias, los sentimientos, las vivencias de la gente? La memoria de la guerra no es un recuerdo. Es una herramienta crítica en el presente. No para conmemorar el sufrimiento, o no solo. Para criticar sus causas, las racionalidades, las culturas y los poderes que fundan el padecer. 

Las memorias de la violencia no quedan hacia atrás, sino adelante.  

De algo debería servir la historia, la reflexión. Pero lo que vemos en el mundo y en nuestro país siembra dudas sobre los resultados de estos afanes. Lo vemos en nuestra escala de país, tan gris. Tras años de violencia política, décadas de testimonios, de luchas, de comisiones de verdad, de un puñado de juicios y de buenas investigaciones, lo que se impone es la impunidad para los violentos, la impunidad para mentir y manipular la historia, y la impunidad para ejecutar una política del miedo. 

Svetlana Alexievich nos traslada este testimonio recogido hace veinte años en la ahora ocupada Chernobyl, donde se mezclan entre los entrevistados los recuerdos no solo del reactor destruido, sino como en una única cadena, las vivencias de guerras interminables, que interpelan a la propia autora.

“Por ejemplo, usted escribe; pero lo que es yo ningún libro me ha ayudado, me ha hecho entender. Ni en el teatro ni en el cine. Yo me intento aclarar sin ellos. Yo sola. Todas las penas las padecemos nosotros mismos, pero no sabemos qué hacer con ellas. Esto no puedo entenderlo con la razón (…) Mi madre, sobre todo, no sabía qué decir. Da clases en la escuela de lengua y literatura rusa y siempre me ha enseñado a vivir como mandan los libros. Y de pronto resulta que no hay libros para esto… Mi madre se sintió perdida… Ella no sabe vivir sin los libros. Sin Chéjov, sin Tolstoi. ¿Recordar? Quiero y no quiero recordar…”.

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