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Orlando Mazeyra y su escritura cruda en “El niño de la Arboleda”

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Orlando Mazeyra y su libro “El niño de la Arboleda”

El ya no tan joven escritor arequipeño, como él mismo se denomina, nos cuenta sobre sus procesos al escribir, sus maestros y el por qué no tiene miedo a la exposición como escritor de “no ficción”. Orlando Mazeyra explora en su último libro, y desde su experiencia o vivencias prestadas (como él mismo explica), su particular forma de ver y narrar la vida. Con sus altos y bajos, habla sobre temas cotidianos como el amor, la familia y los excesos, siempre con su sello personal: la escritura honesta y ruda.

El inicio: escritura dispersa camino a hacerse mordaz

Siempre dicen que tu escritura es cruda o ruda. Incluso Juan Manuel Robles (escritor) en el prólogo menciona que ésta es una de las características de tu escritura. ¿Cómo fue que adquiriste esta cualidad al momento de escribir?

Orlando Mazeira: He publicado hasta ahora 8 libros. Cuando publico “Urgente: necesito un retazo de felicidad” en Lima, era aún muy disperso y como tenía muchos recuerdos de la etapa universitaria: yo entre a ciencias de la comunicación en la UNSA, como me gustaba el fútbol iba a ser periodista deportivo. Cuando le conté a mi madre, se rió en mi cara y me dijo que me iba a morir de hambre, porque aun tiene esa mirada cuadrada de las carreras, si no son medicina, derecho o ingenierías, lo que es letras son tonterías. Entonces no me iba a pagar la universidad, dije voy a entrar a san Agustín y en la Católica entré a ingeniería de Sistemas porque esa sí me la iba a pagar.

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Orlando cuenta que en esa época la Universidad Nacional de San Agustín era un caos. En ese entonces, no iban los profesores, y él tenía que correr de una universidad a otra. Y en la Universidad Católica de Santa María estaba toda su promoción del colegio la Salle, las chicas, la fiesta, y el alcohol: por eso decidió quedarse ahí. Para su primer libro, tenia muy vivos todos esos recuerdos, por eso fue más disperso y no se deja ver hacia dónde iba a evolucionar su escritura. Pero en “La prosperidad reclusa”, su segundo libro, Mazeyra cuenta que la gente que lo leyó con atención, se dio cuenta que estaba en el camino de meterme en lo que son los vínculos más íntimos. Y en su tercero libro, ya explota.

En el 2013 aparece “Mi familia y otras miserias”, el título ya de por sí es fuerte. Me atacaron, decían que el título era muy burgués y que era un pituco arequipeño, cuando no lo soy. Mi única propiedad son mis libritos, pero cuando uno viene de un colegio particular lo llaman pituco. Incluso le contaba a Oswaldo Reynoso: “Oswaldo dicen que soy el Fernando Ampuero de Arequipa”. Oswaldo se llevaba muy mal con Ampuero así que se reía. Creo que poco a poco he mejorado, no soy quién para decirlo, pero esa mordacidad y honestidad que debe tener todo escritor, también el que escribe narrativa fantástica o ciencia ficción.

Además, menciona que la gente se olvida que Vargas Llosa escribió “La tía Julia y el escribidor” que es una novela memorable en la que se pone “Marito” o “Varguitas”, él mismo se pone como personaje. Cuenta que pasa igual con las obras de Reynoso. Esa mordacidad y ese realismo crudo lo ha ido trabajando y puliendo y él cree que se nota un poco más logrado en este último libro. Porque además, ya hay una crítica a las cosas malas que Mazeyra había notado cuando fue creciendo: falsos patriotismos o la dictadura. Incluso hay una crítica hacia los médicos, antes de que apareciera la pandemia. Muchas de sus historias se nutren de su experiencia.

Lo autobiográfico y la ficción en la escritura de Mazeyra

Como dices, el personaje se llama igual que tú, entonces ¿Qué tan autobiográficos son estos escritos? ¿Qué tanto está basado en tu experiencia y qué tanto es ficción?

Reynoso siempre nos daba tres consejos: leer, leer, leer. Segundo: escribir, escribir, escribir. Y el tercero era vivir intensamente, porque si no vives intensamente de qué vas a escribir. Cuando Asimov inventa Ciudad Lunar y crea un perro robot, él no ha estado en la luna, nunca ha visto un perro robot. Ahí también late algo bibliográfico de Asimov, que seguramente ha volcado de un perro “real” que tuvo imaginándolo como un perro robot. No hay ningún escritor que escape de lo autobiográfico.

Sería complicado decir 80% de realidad 20% de ficción. Yo siempre recuerdo el término del elemento añadido: tu añades y quitas cosas, ensombreces o reverdeces a las personas que has conocido, el cine que has visto, las canciones que has escuchado. Si tú eres un boletero y todo el día estas escuchando historias en la combi, algo de eso te va a quedar, aunque estés gritando “baja Goyeneche”.

Eres lo que consumes y en la ficción se nota eso. Uno se presta a experiencias propias, pero también ajenas. Te prestas de la historia ajena y lo pones en primera persona: te pones como el personaje. A veces esta 50/50, a veces la que gana es la ficción, pero todo nace de algo que me ha marcado. Esas cosas se quedan grabadas. Siempre recurro a la frase “lo que no queda en la memoria no sirve para la ficción” y yo no tengo ningún miedo de ese exhibicionismo, y eso lo he aprendido de mis maestros.

Novela fragmentaria: escritura a tramos cortos

Hablando del libro, tú escribes relatos cortos y el libro se siente como un relato completo. A pesar de que son cuentos y se sienten como pasajes de vida de una misma persona, sin tener mucho contexto de lo que pasaba entre relatos, ¿Así lo planteaste el libro? ¿Cuál fue el proceso para que resulte así?

Son como pedazos de vida, como postales, y así lo sienten muchos lectores. La verdad es que yo también, cuando lo voy haciendo y lo armo para entregarlo a la editora de Peso Pluma, siento que iba por ahí la cuestión. Yo no me puedo obligar a escribir novelas porque demandan mucho tiempo: es largo aliento. Son muchos personajes, historias que se cruzan, se descruzan.

Orlando menciona que él, lamentablemente, ya es hijo de la tecnología, todo lo escribe en Word. Por eso, cuando abre el editor de texto, solo quiere que la historia acabe, lo que hace que sus historias sean brevísimas, de dos hojas o dos hojas y media de Word. Menciona que él es de tramos cortos, y por eso parece como que fuera un rompecabezas de un mismo personaje que siempre reaparece, una personaje desordenado e incompleto.

Por eso muchos lo leen como novela episódica, que no me molesta, porque cada escritor debe encontrar su forma de escribir y no quedarse paralizados con la teoría. Yo cuando escribo no soy esquemático, no sigo reglas, así que sí son como retazos de vida. Y me gustaría que los lectores lo disfruten así, como novela fragmentaria.

Historias breves: más posibilidades de conmover al lector

Este libro es bastante fácil de leer debido a que son relatos cortos. No es no es algo que tome mucho tiempo de leer, ni que se vuelva tedioso. ¿Al escribirlo tú lo planteaste de esta forma?

Como sabes, según los estudios, los peruanos no leemos ni un libro al año. Y pasa porque a la gente en la escuela la espantan y la hacen leer El Quijote, o el Mío Cid. Por eso cuando veo que en la universidad los hacen leer, me encantan que sean historias breves. Así, si no te gusta la primera, lees la segunda o la tercera. Es normal decir “¿cuándo va a terminar? incluso con las películas lentas. La ventaja de los relatos breves, es que, si no te gusta uno, puedes pasar a otro.

Un escritor arequipeño me dijo sobre “Bitácora del último de los veleros” que no le gustaba como escribía, que era muy autobiográfico. Pero que terminó el libro y que la historia que le dedico a mi perro lo hizo llorar. El libro tiene como 30 historias breves, y a él solo le gustó una, pero para mí ese es el premio. 29 le parecieron pésimas, pero 1 le hizo llorar. Lo que más recuerdo de la ficción es la que te conmueve y te estruja el corazón. Entonces lograr que un lector, sonría, suspire o llore es que has cumplido tu meta y es lo que yo siempre trato de hacer.

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