En un país con estas características no nos debe extrañar que escuchemos propuestas disparatadas, aunque a nadie o a pocos sorprendan. En estos días de cambio de gabinete (dos en menos de una semana) hemos escuchado una en particular, lanzada por la derecha; los lobbys y la mayoría de medios de comunicación, que pretende nada menos que el presidente, que fue elegido en elecciones limpias y legales, “abdique”. Como si fuese un “monarca”, de su poder presidencial y lo transfiera (ni siquiera que lo delegue) a un primer ministro para que éste gobierne. Digo esto porque esta “solución” significaría convertir a la democracia y al presidente en simples adornos detrás de los cuales se escondería el control del poder por los perdedores del último proceso electoral. Una nueva variante de lo que podemos llamar un “golpe blando”.
Así, por la mala gestión de un presidente y la voluntad de una derecha golpista, debería desaparecer fácticamente la regla de oro de toda democracia; es decir, que gobierna el que gana una elección para dar paso a una suerte de falso régimen parlamentario chicha. Es penoso ver al Defensor del Pueblo, a congresistas elegidos, connotados juristas y hasta intelectuales progresistas avalar esta idea que consagraría un “régimen de excepción”; que poco o nada tiene que ver con la democracia y si más bien con un golpe de Estado que esconde el intento de la derecha y el fujimorismo de apropiarse de un poder que perdieron en un proceso electoral legal y legítimo.
Uno podría concluir que la no solución a la crisis que nos atormenta convierte a la política y la democracia en procesos impredecibles cuyo signo es la incertidumbre; negándoles tanto a una como a la otra (me refiero a la democracia y a la política) una de sus principales atributos: reducir la incertidumbre que provoca el conflicto en toda sociedad democrática.
Por eso no nos debe extrañar que hoy lo que más resalta de este proceso político sea, de un lado, los pedidos de vacancia (o renuncia o abdicación del poder presidencial) o de cierre del parlamento; y por el otro, la incapacidad de un Ejecutivo que pueda sentar las bases para resolver esta prolongada crisis. Un ejemplo lo hemos tenido con el penoso gabinete Valer que duró apenas tres días profundizando esta crisis. Y otro en este último gabinete encabezado por Aníbal Torres que difícilmente podrá incrementar la legitimidad de un gobierno que requiere ampliar sus alianzas; mejorar personal político, ser más transparente y ganar nuevamente a una opinión pública que hoy camina a darle la espalda al propio presidente Pedro Castillo.
De otro lado, este gabinete demuestra que la administración del MEF vuelve a la derecha y que los aliados políticos de este gobierno; Perú Libre, el llamado partido magisterial y algunas personas independientes constituyen una coalición insuficiente para frenar, desde la calle y en el Congreso, las propuestas de vacancia o renuncia presidencial que después del gabinete Valer y de este último han ido en aumento.
Por eso no sería extraño que este gabinete al momento del pedir al Congreso el voto de confianza busque el apoyo de partidos como Podemos; APP, Somos Perú y de la derecha, ofreciéndoles, por ejemplo, que la Asamblea Constituyente no va y la continuidad de una política económica neoliberal; como también que nos enfrente una vez más al dilema de vacancia o cierre del parlamento o nuevas elecciones generales como hoy se escucha crecientemente. Por eso la crisis continuará. Pero esta catástrofe no es sinónimo de apocalipsis sino más bien de que las cosas no cambian; que el presente es una constante repetición del pasado.
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