La disputa originaria de nuestra vida republicana entre la aristocracia arequipeña y la limeña (aliada con el militarismo), después de 50 años de enfrentamiento se definió a favor de los limeños y, al bloque dominante arequipeño, en plena recomposición por el año de 1876, no le quedó otra cosa que emular a los capitalinos en algunos aspectos secundarios, con el secreto propósito de no quedarse a la zaga. Así, sucedió que Arequipa no pudo quedarse sin “su Chorrillos” y, para el efecto, una sociedad auspiciada por el superintendente del ferrocarril, Mr. Flint, realizó una serie de mejoras en Mejía, para convertir este paraje en “El Chorrillos” arequipeño.
Mejía, que antes de la construcción ferrocarrilera solo tenía cuatro casuchas de mala muerte y peor vida de igual número de machero, a partir de 1871 ve incrementar su población paulatinamente y, alrededor de 1873, se comienzan a levantar un templo y varias casas de material noble que, el cronista de La Bolsa con pluma entusiasta llama “bonitos y elegantes edificios”.
En 1876, el balneario de Mejía –perdón, el Chorillos arequipens is – además de las cons trucciones s eñaladas , ofrecía a los tras humantes mistianos que iban a él en busca de humedecer sus resecas pieles, un “magnífico billar”, unos recién construidos “cuartos para desnudarse cerca del baño” (no se crea por esta expresión de la página 3 de La Bolsa del 11 de setiembre de 1876, que nuestros antepasados se bañaban desnudos, ¡no!; por el contrario, lo hacían recontra vestidos, si el ajuar de baño de los arequipeños de entonces sólo dejaba descubiertos: la cara, el cuello y, a veces las manos y los tobillos), y hasta “un regular hotel en el que por dos soles diarios se dará cama, mesa y servicio”.
Querido lector de Texao, vaya usted el próximo verano a Mejía y “con un cabo de vela” busque usté el hotel de la referencia; si lo encuentra me avisa para ir con mis cacharpas (que los jóvenes de hoy llaman: chivas) a pasar tres meses en sus instalaciones.
Juan Guillermo Carpio Muñoz
Texao. Arequipa y Mostajo. La Historia de un Pueblo y un Hombre. Tomo I. Pág. 635
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