Arequipa: La historia del Puente Grau cuyas funciones nunca se apagan

De cómo fue posible culminar una obra emblemática para la ciudad, en un texto de Juan Guillermo Carpio Muñoz

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Puente Grau en Arequipa
Puente Grau en Arequipa

La última anécdota publicada en los fascículos de Texao (Nro. 14. P. 41. “Y colorín colorado…ese puente y esta historia, todavía no han terminado”) prometían, paralelamente, terminar la historia de la construcción del Puente Grau y la publicación de la investigación sobre Arequipa que me ocupa. Como toda promesa es deuda y toda deuda se paga, ahora que comienzo la sección “anécdotas”, infórmense como se terminó el puente.

Dejé establecido que hasta 1884 se habían hecho los cimientos, estribos y machones de los tres arcos grandes por donde, desde aquella lejana fecha, encorsetado discurre el Chili. Al empezar 1885, se realizaron varias faenas populares que tuvieron por fin aglomerar piedras al pie de los machones, para defenderlos de las entradas del río. Simultáneamente y como desde tiempo inmemorial se hacía, se colocó un puente provisional de maderas y rieles, uniendo las quintas de Vargas y de Sánchez.

La novedad en este caso, fue que como el puente provisional lo levantó el contratista del puente definitivo apoyándolo en los machones levantados, se sintió con derecho – el contratista — a cobrar 5 centavos de pontazgo. Hubo un gran barullo, en el que intervinieron hasta las verduleras y lecheras pobres de la utra banda, pero don Juan Rodríguez (recuérdense, el arquitecto y contratista) siguió llenando su bolsa, ante la vista y paciencia del Concejo que se hizo de la vista gorda, seguramente porque sumido en la crisis económica de aquellos días, había incumplido con las entregas al contratista que, con las penurias de la caja municipal, se estaba damnificando con la demora. Como decía una crónica de La Bolsa: “A pesar pues, de la penosa situación que nos traspasa”, recién en los primeros días de setiembre de 1885 el Concejo Provincial determinó continuar con los trabajos del puente”.

Para la Arequipa de entonces, la construcción del Puente Grau fue una obra monumental. Imagínese usted el esfuerzo que significaba llevar a lomo de borrico, mulas, caballos y hasta utilizando yuntas de bueyes; más de cinco mil cargas de sillares de dimensiones corrientes y unas tres mil cargas de sillares de mayores portes, desde Añashuayco hasta la obra.

Agregue usted, el corte de esos sillares, el traslado de más de cien rieles que prestó la empresa del ferrocarril; la producción y puesta en obra de cerca de tres mil fanegas de la reputada cal yureña, traslado de aproximadamente diez mil cargas de ripio; y otro tanto de cargas de escombros que, desde el ruinoso templo de San Agustín, desde la Tercera Orden; desde la iglesia de Santo Domingo y desde cualquier casa de la población que los tuviera, fueron llevados para rellenar los terraplenes del caso. Además se necesitaron por centenas, barretas, palas, picos, quepiñas, reatas. En la Fundición El Águila del herrero Cayetano Arenas, se hicieron un millar de enormes tornillos para la edificación.

Ahora, agregue los trabajos de edificación en sí: desviar el río, hacer las zanjas, construir cimientos, agenciarse desde enormes piedras hasta montañas de pequeños cantos rodados; labrar los sillares, edificar los machones trabajando sobre improvisados tabladillos. En fin, fueron cientos de miles de horas – hombre que se emplearon, en la mayoría de casos fueron muchísimos caymeños, yanahuarinos, sanlazarinos, miraflorinos, anónimos y pobres que, a cambio de un almuerzo y unos sorbos de chicha que les permitiese sobrevivir, sudaron la gota gorda y levantaron el puente de nuestra relación. Algunos, hasta entregaron su vida en la aventura, como sucedió con el peón Victoriano Quispe, quien trabajando uno de los arcos la mañana del 9 de mayo de 1887, se desbarrancó quedando muerto en el acto.

Cuando se construían los arcos se fabricaba también un peine para defensa, pero el río entró con tal fuerza — era diciembre de 1885 — que obligó a desechar el peine y a construir en su reemplazo un “arco invertido” entre los machones centrales, que lo edificó Aquilino Cappelletti y Augusto Valz al finalizar 1886. El 12 de marzo de 1887 se terminó de cerrar al arco central, con una ceremonia que fue apadrinada por el alcalde Luis Llosa, ante la presencia de una comitiva municipal, numerosos vecinos y a los aires de unas tocatas que ejecutaba la banda del batallón Ayacucho. Sin embargo, recién el 2 de mayo de aquel año se cerró el último arco del puente, con una ceremonia parecida a la anterior que fue rematada con un lunch en el que se escucharon muchos brindis.

Pero la alegría no fue completa, pues si bien los arcos del puente estaban cerrados, el Puente Grau era un monumento blanco chimbando el río; no unía las bandas de la ciudad, ya que dado el desnivel del terreno entre las quintas Vargas y Sánchez; todavía no se habían hecho las vías de acceso al puente.

Exactamente un año demoraron las gestiones y los trabajos para poner el puente en funcionamiento; que a rellenar de escombros y hacer muros de retén en la banda de la ciudad; que a abrir camino en bajada trayendo abajo algunas precarias viviendas de Callapa y la “subida de las cortaderas” (así se llamaba la calle Cortaderas); hacer terraplenes, aproches y muros de retén, etc. en la otra banda. El trabajo de dar acceso al puente se realizó también por faenas gratuitas en lo fundamental. Allí volvieron a botar los bofes y tragaron polvo en cantidad, los vecinos pobres de San Lázaro, Miraflores, Cayma, Yanahuara – cada uno en su banda -; pero, también participó la tropa del batallón Tarapacá, conformado por 317 soldados y 70 rabonas, ofrecidos en servicio por su jefe, el Coronel Carrión.

El domingo 22 de abril de 1888, cuando los trabajos del terraplén del lado de la subida de “las cortaderas” estaban muy avanzados, cruzó el puente el primer ser viviente: ¡un borrico!, que al decir del cronista de La Bolsa fue “el primer mamífero paquidermo solípedo que ha tenido tan grande honor”.

El 1° de mayo, invitados por el coronel Ramos Pacheco a servirse lunch en su quinta del Carmen Alto, pasaron por el puente a caballo; el coronel Carrión, el médico Morales Alpaca, el abogado Manuel María del Valle y “otros amigos”, mientras la tropa del Tarapacá vitoreaba el acontecimiento. Sin inauguración oficial, hombres y bestias pasaban por el Puente Grau con gran contento…Hasta que el Concejo prohibió que pasen las bestias mientras no se ¡terminen! los trabajos. Efectivamente, vino el rajeo y torteo de las bóvedas de los arcos; pero ya los pimpollos y los pollos de Arequipa habían convertido al puente, en el idílico puente de los paseos; y de felices encuentros, amenizados por románticas retretas de la banda del Tarapacá que se verificaban – por entonces- dos veces por semana encima del río.

El 15 de diciembre de 1888, fue decretado el tráfico libre por el Puente Grau por el Alcalde de Arequipa. Ya usted ve que hacer un puente no era comerse un aurimelo; por eso cuando pase por ahí recuerde estas líneas de Texao y quítese el imaginario sombrero, en memoria de esos cholololos anónimos que sudaron la gota gorda para hacerle a usted esa repisa que le evita la dificultad de tener que chimbar el río, y hasta mojarse el plumero. Gloria a sus constructores que nos hicieron un sobrio y sólido puente; que en más de ciento veintisiete años sigue cumpliendo sus valiosas funciones de facilitarnos el paso de una a la ́utra banda de mi padre el río Chili.

(En las citas textuales que se hacen en esta obra se respeta la ortografía de sus originales)

Juan Guillermo Carpio Muñoz
Texao. Arequipa y Mostajo. La Historia de un Pueblo y un Hombre Tomo III. Págs. 20 – 22

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