Una primera observaciĂłn es que los llamados “progresismos” son un conjunto muy heterogĂ©neo, y no pueden ser interpretados en singular. Son los propios actores quienes lo dejan en claro, como ocurre cuando algunos se distancian claramente de la gestiĂłn de Ortega en Nicaragua o Maduro en Venezuela. El calificativo de “nacional popular” no puede generalizarse. Ha sido utilizado sobre todo en Argentina y Bolivia, pero no en otros sitios, como bajo el gobierno de “Pepe” Mujica en Uruguay; y tambiĂ©n eran comunes otros rĂłtulos (como podrĂa ser “revoluciĂłn ciudadana” en el Ecuador con Rafael Correa). En AmĂ©rica Latina están en marcha cambios polĂticos que algunos interpretan como un nuevo empuje de los progresismos. Los ejemplos más citados son Gabriel Boric y sus seguidores en Chile y Gustavo Petro con el Pacto HistĂłrico en Colombia, asĂ como las expectativas de un triunfo de Lula da Silva en las prĂłximas elecciones brasileñas.
Se ha sostenido que esto es parte de una tendencia regional que, bajo rasgos comunes, vira a la izquierda, como plantea recientemente Nicolás Lynch(1). Otros abordajes son más mesurados, no olvidan las contradicciones en los progresismos y proponen renovar ideas y prácticas; esa es la postura, como hace, por ejemplo, de José de Echave(2). Estamos, como puede verse, ante un debate que atrapa y merece algunas reflexiones esperando que puedan ser útiles.
Es cierto que casi todos se autonombran como “progresistas”, y que incluso mantienen una “internacional progresista” latinoamericana; tambiĂ©n es acertado indicar que defienden programas con mayor presencia estatal y reivindican la justicia. Pero no hubo unanimidades en implementar esas estrategias porque se manejan distintas concepciones sobre la polĂtica, la economĂa y el desarrollo. Las diferencias no han sido menores; para ilustrarlas, en Bolivia y Ecuador se modificaron los regĂmenes tributarios sobre hidrocarburos, y eso nunca ocurriĂł en Brasil; en Argentina se aplicaron impuestos a las exportaciones de granos, pero no en Uruguay.
Para hacer todo un poco más complicado, hay diferencias notables entre los sucesivos progresismos dentro del mismo agrupamiento partidario y en el mismo paĂs. Eso es evidente cuando se compara Alberto Fernández con NĂ©stor Kirchner, o Luis Arce con Evo Morales. De todos modos, esas expresiones se identifican a sĂ mismas como expresiones de una misma corriente, y en sus discursos y varias de sus prácticas se diferencian nĂtidamente de otro conjunto donde se ubican partidos conservadores o de derecha.
Teniendo presente que es un agrupamiento heterogéneo, en estos momentos se pueden identificar dos tendencias. Una corresponde a las posiciones de Gustavo Petro y el programa de gobierno del Pacto Histórico en Colombia. La otra a las reacciones a esas ideas que expresó Lula da Silva desde Brasil, y que son parte de los progresismos convencionales que gobernaban en la década pasada. Atendiendo a la brevedad se los puede denominar como progresismo-P y progresismo-L, según esos dos protagonistas.
En su discurso de victoria, Petro le propuso al “progresismo latinoamericano” “dejar de pensar la justicia social, la redistribuciĂłn de la riqueza y el futuro sostenible sobre la base del petrĂłleo, el carbĂłn y el gas”(3). Su idea no era nueva, ya que unos meses antes, llamĂł a sus “aliados ideolĂłgicos”, entre ellos a Lula da Silva, para unirse en una “gran coaliciĂłn” para dejar atrás la dependencia petrolera y pasar a una economĂa descarbonizada. Es más, planteĂł detener nuevas concesiones petroleras y el fracking en Colombia, y esa meta se encuentra en su programa de gobierno. AgregĂł que su “gobierno será de transiciones, del extractivismo hacia la producciĂłn, del autoritarismo hacia la democracia, de la violencia hacia la paz”.
Esas posiciones expresan el progresismo-P. Si se repitiera en otros paĂses, serĂa como si Boric y su coaliciĂłn sostuvieran que Chile debiera abandonar paulatinamente la dependencia de la minerĂa para enfocarse en otros sectores productivos, que el kirchnerismo en Argentina desmontara los masivos apoyos y subsidios a mineras o petroleras, o que el Partido de los Trabajadores en Brasil y el Frente Amplio en Uruguay comprendieran que son necesarias alternativas a la dependencia de los monocultivos de exportaciĂłn.
Pero cuando a Lula da Silva se le preguntĂł sobre ese plan de Petro de despetrolizar las economĂas, respondiĂł que era “irreal” para Brasil, y no sĂłlo eso, sino que tambiĂ©n lo era a nivel mundial(4). Sostuvo que se debĂa continuar con el petrĂłleo, y en su campaña asoman planes para acentuar las explotaciones de hidrocarburos. Son respuestas propias del progresismo-L, y que enseguida recibieron el apoyo del empresariado y reforzaron su imagen de un juicioso respeto del mercado. El plan de Petro, en cambio, recibiĂł una catarata de crĂticas desde el poder econĂłmico dentro y fuera de Colombia.
Por lo tanto, estamos ante dos concepciones polĂticas distintas. La reacciĂłn de Lula ilustra el compromiso del progresismo-L en defensa de los extractivismos petroleros, y las economĂas basadas en Ă©stos. Pero además fueron muy cristalinas en revelar otro aspecto en esas posturas: entienden que no hay alternativas posibles, y que su mero planteo es “irreal”. Esta ha sido la posiciĂłn tĂpica en los progresismos latinoamericanos desde la dĂ©cada pasada.
Conciben que la explotaciĂłn de recursos naturales y su inserciĂłn en la globalizaciĂłn exportándolos como materias primas, son indispensables e inevitables, asegurarĂan el crecimiento econĂłmico, y no hay alternativas viables. Entienden que ese tipo de desarrollo asegura que los beneficios econĂłmicos superarĂan o justificarĂan sus impactos sociales y ambientales. Como esas prácticas provocan duras crĂticas e incluso resistencias ciudadanas, las respuestas estatales fueron defensivas y paulatinamente erosionaron la salvaguarda de derechos y debilitaron la democracia. El paso de los años ha confirmado que esos desarrollos no resolvieron la pobreza ni aseguraron la calidad de vida, pero resultaron en una pĂ©rdida, por izquierda, de legitimidad polĂtica de los progresismos.
En cambio, el progresismo-P reconoce que existen esas contradicciones, no las oculta, y postula algunas medidas para superarlas. Esos planteamientos no son nuevos, ya que el mismo tipo de reclamo se escucha desde la dĂ©cada pasada. Existieron demandas por otro tipo de polĂticas econĂłmicas, que no siguieran insistiendo en proteger y amparar los extractivismos, diversificar las acciones sociales más allá del asistencialismo y el consumismo, proteger efectivamente el ambiente, y realmente radicalizar la democracia, asegurando todos los derechos. Eran reclamos para renovar a los progresismos por izquierda, y que deben ser interpretados desde un marco conceptual que reconoce que izquierda y progresismo son regĂmenes polĂticos diferentes.
Esas demandas fueron casi siempre ignoradas, minimizadas o atacadas por polĂticos e intelectuales del progresismo convencional, y eso se repite hoy en dĂa. Basta un ejemplo: JosĂ© Natanson, el politĂłlogo que dirige Le Monde Diplomatique Argentina, acuñó la etiqueta “ambientalismo bobo”(5) para burlarse de las comunidades locales que resisten la minerĂa en el sur de ese paĂs.
Para dejar bien en claro la cuestiĂłn, es como si en PerĂş, un analista que se autodefine como progresista aprovecha su espacio en un canal de televisiĂłn para estigmatizar las movilizaciones campesinas o indĂgenas frente a mineras o petroleras, desembocando en ideas muy similares a las de Alan GarcĂa al denunciar que frenan un deseado progreso. Natanson ejemplifica a analistas con una estridente pobreza conceptual y desconexiĂłn de los movimientos sociales, para muchas veces ser ecos de las posturas gubernamentales. Aunque sus contenidos son distintos, la racionalidad es análoga a la que se escucha en la prensa conservadora, y por ello no son Ăştiles para una renovaciĂłn desde la izquierda.
Atendiendo el compromiso con no caer los simplismos, es posible retomar la reflexiĂłn. Si bien los progresismos convencionales se diferenciaron de la izquierda que les dio origen, no representan ni posturas conservadoras ni neoliberales. La crĂtica que trata como neoliberales por ejemplo a las medidas de Alberto Fernández en Argentina o Luis Arce en Bolivia, son incorrectas. En realidad revelan un uso inadecuado del concepto de neoliberalismo. Pero tampoco puede caerse en el otro extremo, asumiendo que el progresismo-P representa una nueva izquierda radical anticapitalista; recordemos que el mismo Petro dejĂł en claro en su discurso de victoria que su polĂtica se mantendrĂa dentro del capitalismo.Â
Tras esquivar esos excesos, sĂ se puede afirmar que el progresismo-P busca resolver algunas de las contradicciones sociales y ambientales más severas en las que estaban atrapados los progresismos convencionales. Como se adelantĂł arriba, las demandas de una renovaciĂłn desde la izquierda se repitieron desde mediados de la dĂ©cada pasada, pero fueron repetidamente minimizadas o ignoradas. Como Petro triunfĂł en Colombia, y en su discurso se reconocen algunos de esos elementos, la cuestiĂłn ya no puede desatenderse.Â
Es importante no perder de vista que el antecedente más importante a ese empuje ocurriĂł en Ecuador, con la candidatura de Yaku PĂ©rez al frente del partido indĂgena, Pachakutik, en 2021. Su plataforma tuvo un talante intercultural, y priorizĂł entre otros temas la defensa del agua y el ambiente. Su desempeño electoral fue muy bueno y estuvo a punto de alcanzar el balotaje. Y lo hizo compitiendo tambiĂ©n contra un candidato del progresismo convencional, lo que sirviĂł para dejar en claro las diferencias entre las dos posiciones. Tampoco puede olvidarse que, en esa campaña, las crĂticas contra PĂ©rez estuvieron teñidas por el racismo y las burlas. Tanto desde la derecha como desde el progresismo.Â
Disputas de este tipo se siguen repitiendo hoy en dĂa. Por ejemplo, en Bolivia, el Movimiento al Socialismo (MAS) se fracturĂł en tres corrientes. Una que persiste en el liderazgo de Evo Morales. Una que está encolumnada con el actual presidente Arce. Y otra que defiende al vicepresidente David Choquehuanca. Entre las dos primeras no hay mayores diferencias ideolĂłgicas, ya que ambas buscan financiarse desde los extractivismos. Los enfrentamientos se deben, en varios casos, a distintos grupos que disputan captar y controlar excedentes cada vez más escasos. Son ejemplos de progresismos-L. La tercera, en cambio, retoma algunas de las ideas iniciales de ese proceso de cambio. Aquellas que quedaron en el camino, como las concepciones indĂgenas y campesinas del Vivir Bien. Es una perspectiva con similitudes a Yaku PĂ©rez de Ecuador y que se asemeja a las preocupaciones de Petro en Colombia.
Bajo las condiciones actuales los progresismos-L pueden volverse más conservadoras o bien buscar su renovaciĂłn desde la izquierda. Si apuestan a esa segunda oportunidad, tiene razĂłn De Echave en reclamar que a la justicia social se le deben agregar otras como la ambiental. O la de gĂ©nero, o transformaciones hacia una diversificaciĂłn productiva, y ello requerirá un programa de transiciones. Sabemos que esto no es sencillo porque implica rupturas con estrategias capitalistas muy arraigadas desde el punto de vista econĂłmico y polĂtico, pero tambiĂ©n cultural. Pero ese es justamente el desafĂo de una izquierda del siglo XXI.
Lo novedoso es que esas dos perspectivas progresistas, la “P” y la “L”, ya no pueden ignorarse. Porque fueron puestas en evidencia por un lĂder polĂtico que llegĂł a una presidencia. Calificarlas como propias de izquierdas infantiles o funcionales a la derecha, como hicieron en el pasado los progresismos, ahora carece de sustento. Etiquetarlas como radicales, extremistas, peligrosas o comunistas, como repite la derecha es igualmente infundado. La nueva lĂnea de fractura, como reconociĂł Petro, está entre la “polĂtica de la vida”. Aquella que, por ejemplo, defiende el ambiente, y la “polĂtica de la muerte” basada en los combustibles fĂłsiles.Â
Notas
1 Triunfo de Petro: Âżhecho aislado o tendencia regional?, N. Lynch, Otra Mirada, 28 junio 2022.
2 Los gobiernos progresistas ÂżUn segundo momento para hacer correcciones?, J. de Echave, Otra Mirada, 6 julio 2022.
3 Gustavo Petro, que lidera encuestas en Colombia, busca crear frente antipetrĂłleo, A. Jaramillo y O. Medina, Bloomberg, 14 de enero 2022.
4 Sorpresivamente, Lula da Silva dice que propuesta de Petro de detener exploración petrolera es “irreal”, Semana (Bogotá), 4 mayo 2022.
5 Contra el ambientalismo bobo, C5N, 16 marzo 2021, https://www.youtube.com/watch?v=qFK3EoSXVt8
* Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de EcologĂa Social (CLAES). Una primera versiĂłn de algunas de estas ideas se publicĂł en el semanario Voces (Montevideo). En las redes: @eduardo-gudynas
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