Gorvachov y la decadencia de los partidos comunistas

"no parece posible que los partidos comunistas vuelvan a gobernar ni que se restablezca un socialismo como en 1991. En los demás países, los partidos comunistas siguieron reduciéndose y perdiendo significación en una caída, al parecer, irreversible"

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Mijail Gorvachov, fallecido el 30 de agosto de 2022, fue un personaje central en la disolución de la Unión Soviética y el fin del régimen establecido por el Partido Bolchevique y Lenin en noviembre de 1917.

De mi libro en elaboración Páginas de marxismo transcribo las partes siguientes:

Gorvachov, un hombre de la generación posterior a la revolución de 1917 (había nacido en 1931), percibió adónde podía llevar la insatisfacción de la mayor parte de la población por el avance tan lento hacia el bienestar que los países capitalistas tenían hacía décadas, cuyo conocimiento se filtraba desde fuera, y por la prohibición de manifestar ideas contrarias a las permitidas oficialmente. Su propuesta para salir de ambos problemas se resumió en dos palabras: perestroika y glásnost.

La perestroika o reorganización fue el siguiente paso hacia la privatización y el mercado; tuvo el efecto inmediato de estimular la presión de los tecnoburócratas jóvenes y erosionar la resistencia del grupo tradicional stalinista. Una de sus causas fue el lanzamiento de la política de privatización y liberalización de la economía en China por Deng Xiaoping, en 1978.[1] Consistió en darle a las empresas mayor libertad, reduciendo, por lo tanto, los alcances de la planificación, permitir la propiedad privada por cooperativas de servicios, manufactureras y ciertos aspectos del comercio exterior. Se derogó la colectivización de la tierra y se facultó a las cooperativas agrarias a disolverse, y a los propietarios agrarios a alquilar la tierra y vender libremente sus productos en el mercado.

Por la glásnost o transparencia, destinada a desvanecer el autoritarismo del partido, se dio mayor libertad de expresión y de religión. En enero de 1987, el pleno del comité central del Partido Comunista tuvo que aprobarla, siguiendo con un acuerdo de la XIX conferencia del partido, del 1 de julio de 1988, para suprimir del Código Penal la figura del crimen de propaganda antisoviética, utilizado para reprimir y encarcelar a quienes manifestaran opiniones contrarias al Partido Comunista, al gobierno y al régimen.

Esta política de distención se prolongó a las relaciones internacionales, y, en diciembre de 1987, Gorvachov y el presidente de Estados Unidos Ronald Reagan firmaron en Washington un tratado para desmantelar los misiles con armas nucleares. En febrero de 1989, las tropas soviéticas comenzaron a ser retiradas de Afganistán y, en diciembre de 1989, Gorvachov y George H.W. Bush, presidente de Estados Unidos, decidieron dar por terminada la guerra fría.

Frente a estas medidas en los frentes interno y externo, los dirigentes y militantes del partido se dividieron: los administradores jóvenes de las empresas las aplaudieron; la vieja guardia stalinista, a cargo de los puestos más altos en el Estado las criticaron y combatieron. En la práctica, la glásnost fue el puente hacia la consunción del sistema que Gorvachov, tal vez, quería dejar en un estadio de socialismo mezclado de capitalismo. No pudo ser; la ola del cambio se desbordó en seguida.

A propuesta de Gorvachov, la XIX conferencia del Partido Comunista aprobó la creación del cargo de presidente de la Unión Soviética y de un congreso de diputados del Pueblo. El congreso fue elegido en marzo y abril de 1989, y en marzo de 1990, este eligió a Gorvachov presidente de la Unión Soviética.

Pero la conspiración de los comunistas contrarios al comité central del partido ya no podía ser detenida.

El 12 de julio de 1990, el Congreso de Diputados del Pueblo de la República Rusa aprobó la Declaración de la Soberanía de este país, y en las elecciones de ese día, Boris Yeltsin, quien había sido secretario general del Partido Comunista en la República Rusa, ganó la presidencia de esta República con el 57% de los votos de este cuerpo. El día anterior a la elección había renunciado al Partido Comunista en el XXVIII congreso de este.

La respuesta de un grupo de militantes del partido Comunista y funcionarios de la KGB sobrevino en seguida: el 19 de marzo de 1991, intentaron un golpe de estado contra Gorvachov, parapetándose en algunos edificios públicos. Boris Yeltsin replicó, llamando a la población a salir a las calles. Solo lo acompañaron en Moscú unos cuantos miles de manifestantes, frente a la pasividad de la mayor parte de la población que se enteraba por la televisión de lo que sucedía en su país.

Los trabajadores observaron pasivamente el enfrentamiento sin que les importara su desenlace, y la burocracia más recalcitrante, desalentada, no atinó a una respuesta de masas ni de las fuerzas armadas que se negaron a obedecerla. Debelada la tentativa de golpe por un destacamento del ejército, se liberó a Gorvachov del arresto en su dacha por los sublevados. Yeltsin y los disidentes que lo acompañaban siguieron gobernando en la República de Rusia, la más grande de la Unión Soviética.

El 24 de agosto de 1991, el parlamento nacional de Ucrania declaró la independencia de esta y, unos días después el parlamento de Bielorrusia hizo lo propio. Yeltsin se reunió con los jefes de gobierno de estas dos repúblicas, firmando con ellos el tratado de Belovezhkaya, el 8 de diciembre de 1991, por el cual acordaron disolver la Unión Soviética. El referéndum de marzo de ese año, favorable a la continuación de la Unión Soviética por el 78%, no fue tenido en cuenta.Este tratado fue ratificado en Alma Ata, capital de Mongolia, el 25 de diciembre, por los once jefes de las exrepúblicas soviéticas. Gorvachov renunció ese día a todas sus funciones.[2]

También, en diciembre de 1991, Yeltsin ilegalizó al partido Comunista en el territorio de Rusia.[3]

Asegurado el control político y militar, los vencedores del aparatchic comunista, avanzaron hacia el cambio de la estructura económica; para ello pidieron el asesoramiento y apoyo económico del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Los expertos de ambas organizaciones recomendaron una privatización radical y rápida de las empresas estatales, como se había hecho en los estados europeos con regímenes similares disueltos.

La privatización tuvo dos manifestaciones: la liberalización del mercado y la venta de la mayor parte de las empresas estatales.

Por la primera, a partir del 2 de enero de 1992, el 90% de la producción quedó sometido a la comercialización libre en el mercado; se exceptuó el vodka, la energía y los transportes; se suprimieron los subsidios del Estado a las empresas, las que debían dar beneficios; y se liberalizó los precios.

En cuanto a la segunda medida, en 1992 se privatizó el 18% del total de empresas de los sectores comercio, restauración, construcción, producción agroalimentaria e industria ligera; y, por otra, 30,000 departamentos urbanos destinados a viviendas.

Siguió la privatización de otras empresas hasta llegar al 70%. El 30% restante quedó en poder del Estado.

El procedimiento de privatización consistió en distribuir entre la población vales o “vouchers” con un valor nominal resultante de dividir el valor de las empresas a ser transferidas entre los habitantes de Rusia. Con estos vales se podía comprar acciones de las empresas. Lo que sucedió fue que los ejecutivos de estas, todos comunistas o excomunistas, compraron en masa esos vales, cuyo precio descendió; en ciertos casos, hasta menos del 10% de su valor nominal, debido a que casi todos querían salir de ellos. Así, esos ejecutivos se convirtieron en los nuevos capitalistas de Rusia. ¿De dónde obtuvieron el dinero para adquirir esos vales? De préstamos bancarios que el Banco Central suministraba imprimiendo billetes sin respaldo y confiriendo a los bancos los préstamos con el dinero del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. El panorama fue de una corrupción descomunal.

Era el epílogo de la transición de una economía burocratizada al capitalismo. Un cambio cualitativo, que en 1992 hizo descender el PBI en un 20% y sumió en la miseria a numerosos hogares. Muchos de los nuevos capitalistas se hicieron multimillonarios y, con sus familias y amigas, se tornaron clientes habituales de los balnearios, hoteles, tiendas, espectáculos; y los casinos más caros de los países europeos y Estados Unidos.

[…]

Con el capitalismo y sus superestructuras bien instalados en los países que formaron la Unión Soviética y otros semejantes del Este europeo; no parece posible que los partidos comunistas vuelvan a gobernarlos ni que se restablezca un socialismo como en 1991 u otro régimen semejante a éste. En los demás países, los partidos comunistas siguieron reduciéndose y perdiendo significación en una caída, al parecer, irreversible.


[1] Paul Krugman, Pourquoi les crisis reviennent toujours, Paris, Editions du Seuil, 2009, pág. 15.

[2] En los países capitalistas se contemplaba con estupefacción esta caída. “La cuestión verdaderamente nueva es la extraordinaria fragilidad del comunismo en su fase terminal. Puesto que el hundimiento de 1989-1991 ha sido sorprendente, y nada en el comunismo impactó tanto como su manera de salir de la historia; una de las dos superpotencias mundiales explotaba sin que sus tutores ofrecieran la menor resistencia seria a su desastre”. Martin Malia, La tragédie soviétique, Histoire du socialismo en Russie 1917-1991, Paris, Éditions du Seuil, 1995, pág. 602.

[3] En consecuencia, quedaron eliminados los subsidios del gobierno a numerosos partidos comunistas, organizaciones sindicales y otras entidades del exterior; así como los viajes gratuitos a la Unión Soviética de los dirigentes de los partidos comunistas, sus cónyuges e hijos.

La lista de las organizaciones beneficiarias de esos subsidios se dio a conocer a la prensa exterior. Paul Krugman dice: “Otro efecto del colapso del régimen soviético fue que gobiernos que dependían de su generosidad ahora se quedaban solos. Como algunos de estos Estados habían sido idealizados y convertidos en ídolos por los opositores del capitalismo, su repentina pobreza; y la correspondiente revelación de su anterior dependencia, ayudaron a socavar la legitimidad de tales movimientos. Cuando Cuba parecía una nación heroica, al enfrentarse sola y con el puño cerrado a Estados Unidos, era un símbolo atractivo para los revolucionarios de toda América Latina; por supuesto mucho más atractivo que los burócratas grises de Moscú.

La pobreza de la Cuba postsoviética no solo es una desilusión en sí; sino que clara y dolorosamente muestra que la heroica postura del pasado fue solo posible debido a los enormes subsidios de esos mismos burócratas”. De vuelta a la economía de la Gran Depresión, Editorial Norma, 1999, pág. 27.

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