La fe mueve montañas… de furia

"suponemos que todo esto no se debe ver muy bien a los ojos de ese Señor, cuya imagen protagoniza las benditas procesiones"

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Arequipa, Señor de los Milagros

“No le permito que cuestione mi fe”, escribe una persona en el Facebook; “y yo no le permito que limite mi libertad de expresión”, responde el interlocutor digital. Así, más o menos, suelen ser algunas de las discusiones más alturadas que se extienden por la red, capturando simpatizantes de uno y otro lado. El tema de octubre suelen ser las procesiones y las molestias que causan, tanto como los cohetones que se revientan a cualquier hora del día, en nombre del Señor. En estas líneas, me sumo, una vez más, al grupo de los que critican la tradición católica.

En primer lugar, creo que existe un grave error de argumentación en quienes critican la procesión como acto de fe. Por ejemplo, hay quienes se remiten a la Biblia para precisar que este libro sagrado prohíbe la veneración de imágenes; o se burlan de la eficiencia que podrían tener los cohetones para alcanzar algún lugar privilegiado en el cielo. También se cuestiona la contradicción que existiría entre predicar sobre el amor al prójimo y despertarlo a media noche con una sarta de troya o hacerle llegar tarde al trabajo. Aunque estoy de acuerdo con todos estos cuestionamientos, creo que las personas tienen derecho a creer que lo que quieran y a expresar su fe como quieran. El problema no es ese. El problema es la superposición de derechos.

Así como están las cosas, la expresión de fe se está dando a costa de los derechos de los demás, sembrando intolerancia y cosechando furias. ¿Expresar la fe es un derecho que debe estar por encima de necesidades cotidianas como transitar por las calles o descansar? Habrá quienes crean que sí y quienes sostengan que no. ¿Quién está siendo intolerante? Justamente, para este tipo de discrepancias existen las autoridades: para encontrar un punto de equilibrio. Una posibilidad es poner -de manera efectiva-, horas límite para los ruidos molestos o establecer espacios para diversos tipos de manifestaciones humanas. Pero, esas serian decisiones que acarrearían más problemas que simpatías políticas y, por eso, nadie las asume.

Para resumir, estamos frente a una situación de desequilibrio de derechos que no se corrige. Y que nos empuja, todos los años, a un sinfín de desencuentros. Al margen, suponemos que todo esto no se debe ver muy bien a los ojos de ese Señor, cuya imagen protagoniza las benditas procesiones.

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