¿Contigo, Perú?

"Hablan desde, por y para Lima, e imaginan que lo hacen para el Perú. Por ello, aparentes deslices como que quienes protestan en estos días lo hacen motivados, azuzados (tan incapaces de deliberar los pobrecitos indios)"

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En estos días de quebranto ha quedado en evidencia la grosera falacia de que somos un país más o menos integrado y con una identidad, un ethos compartido (esa comunidad imaginada de la que hablaba Anderson); no lo somos en absoluto y esa ilusoria patria de todas las sangres con la que alguna vez soñó Arguedas es más bien lo que luego, y amargamente, comprobó: el territorio de confrontación entre un zorro de arriba y un zorro de abajo. El primero, que enuncia su prevalencia y centralidad -radicada topológicamente en Lima-, desde un término vacío: “Perú”. Un término que se pretende convocador y totalizante, con sus himnos y sus tropos jurídicos, pero que es, en realidad, violento y segregador.

Y el segundo, que gesta su discurso, sus pretensiones de diálogo. También, su violenta impugnación, desde las márgenes, desde la alteridad a la que se le pretende confinar. El otro estigmatizado sigue siendo el indio (o terruco), incapaz de agencia y propenso siempre a la violencia. Un otro que debe educarse, combatirse, o aniquilar. Porque, para la centralidad autoritaria, fue, es, un peligro. (“Hay que proteger a Lima de la asonada que planean hacer” -esos indios, no peruanos-, declaró hace poco el premier Otárola, en un altisonante mensaje al Perú).

Creo que también ha quedado expuesta esa pretensión de centralidad en quienes pretenden analizar o enjuiciar esa confrontación. No es de ningún modo anecdótico que la intelectocracia (no puedo imaginar otro término) situada en el estrado del prestigio (medios de comunicación, textualidad académica, espacios de opinión), sea limeña, generalmente progresista y compuesta por individuos de 70 años a más*.

Los sesenteros, esas voces que emergieron de la revolución cubana y del Mayo del 68. Ahora, desde sus posiciones de poder, inquieren, interpelan una realidad que ya no se ajusta a sus esquemas interpretativos. Porque su actividad hermenéutica está, como nunca, condicionada por su lugar de enunciación. Hablan desde, por y para Lima, e imaginan que lo hacen para el Perú. Por ello, aparentes deslices como que quienes protestan en estos días lo hacen motivados, azuzados (tan incapaces de deliberar los pobrecitos indios). O que son instrumentos de voluntades taimadas y ocultas (hordas castillistas), o que planifican sus actos de violencia para atacar sin motivo al Estado (terroristas, sin más), no son más que expresión de su incapacidad para comprender eso que antes fue fervoroso ideario juvenil. Rebeldes del ayer, terruqueadores del hoy.

*Cierto es también que existe una nutrida tribuna de politólogos y opinólogos al uso, de diversas edades e ideologías variopintas. Son habituales participantes en programas televisivos, plataformas digitales de debate y medios impresos y electrónicos, en los que vierten sus reflexiones y pareceres, notablemente monocordes y mediatizados, también por el lugar desde el que enuncian: Lima.

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