Hace 30 años ingresé a San Marcos, en 1993. Acababa de salir del colegio y era yo un jovencito desgarbado de larga melena, vestido siempre de negro. Por esa razón me gané rápidamente el apelativo poco creativo, aunque inapelable, de “Metal”. San Marcos, sin embargo, me acogió como una madre amorosa acoge a su hijo. No me juzgó ni me regañó por mi ridícula apariencia ni por mi insoportable arrogancia. Al contrario, con infinito amor, me fue mostrando el mundo poco a poco, con paciencia y constancia, fue abriéndome los ojos; al punto que al poco tiempo dejé de ser metalero. Mi pequeño universo de heavy metal y de delirantes sueños de rock star no podían sostenerse ante la infinidad de cosas que San Marcos me ofrecía.
Me considero absolutamente un privilegiado, pues tuve el privilegio de hablar largas madrugadas con chicos que provenían de remotos poblados del Perú, con filósofos que habían leído a Marx y a Derrida, con poetas que maldecían a la musa, con artistas atormentados y artistas risueños, con cinéfilos empedernidos, con bibliómanos avezados, con alcohólicos, con gays, con travestis, con genios anónimos, con farsantes encantadores, con malabaristas de la palabra, con dirigentes socialistas, con punks, con sacos, con desertores de oscuras asociaciones juveniles… y todos, del primero al último, me dijeron “compañero” y me ofrecieron siempre su mano amiga.
Y es que la universidad está para eso. Para hablar, para debatir, para reflexionar, para compartir, para dialogar, para que las intensas experiencias de vida nos nutran y nos formen. Es triste pensar que uno entra a una universidad sólo para obtener un título. La universidad se llama precisamente así (“universitatis”) porque destroza nuestro “provincialismo”, nuestra estrechez de miras, y nos coloca en el mundo, nos abre al mundo. La formación universitaria aspira a ser una formación integral, universal.
La división de la universidad por facultades es meramente técnica. En realidad, quien termine una carrera universitaria debería poseer de cada conocimiento que integre su bagaje cultural “un criterio filosófico y un concepto vital”, como quería LAS. El sábado vimos, con lágrimas de impotencia, a la fuerza bruta rompiendo muros para entrar al campus de la universidad. Fue una imagen denostable, pero a la vez es también la perfecta metáfora de lo que es la universidad: el bastión contra la irracionalidad.
Resulta paradójico, pero es muy claro: tan peligroso es el pensamiento para un gobierno autoritario que se ve en la necesidad de sujetarlo, dominarlo, orientarlo. No con ideas sino con tanques y metralletas. Tales empeños han resultado siempre ridículos y por eso me siento optimista: podrán gasear, incendiar, bombardear San Marcos, pero no podrán nunca contra su espíritu de apertura e integración y con su alto destino de ser el alma mater de América.
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