Racismo: ¿una patología latinoamericana?

El racismo sigue muy presente en América Latina y se puede considerar que el ‘apartheid’ de facto está tan arraigado en los hábitos mentales que no necesita leyes para existir. Se han visto algunos avances judiciales y políticos para tratar de revertir la situación, pero aún está lejos de ser resuelta.

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“En 1517 el padre Bartolomé de las Casas tuvo mucha piedad de los indios que se extenuaban en los infiernos de las minas de oro antillanas, y recomendó al emperador Carlos V la importación de negros que se extenuaran en los infiernos de las minas de oro antillanas”.

Jorge Luis Borges, Historia Universal de la Infamia (1935).

Andrés Manuel López Obrador, en una de sus recientes “mañaneras” acusó a las élites peruanas del “acoso y discriminación” que habrían forzado a Pedro Castillo a tomar decisiones que derivaron en su destitución por el Congreso. También reveló algunas de las conversaciones que tuvo con él en los 16 meses que gobernó en la Casa de Pizarro. En una de ellas, el exmaestro rural le contó que las señoras de la pituquería limeña se tapaban la nariz cuando pasaba a su lado.

López Obrador –nacido y formado en Tabasco, por lo que muchos mexicanos le tratan de naco, un mexicanismo despectivo para gente de origen indígena–, le replicó que, en sus tiempos, a Benito Juárez, oaxaqueño de ascendencia zapoteca, las señoronas de la oligarquía criolla solían decir que “iban al Juárez”, por decir el baño.

Cholos y pitucos

Desde que Castillo lanzó su campaña, que sorpresivamente le llevó a la segunda vuelta y que ganó en junio de 2021 con un 0,4% de diferencia de votos, se aprovechó de la imagen de campesino cholo, provinciano y sindicalista. Lo hizo en contraposición a la pituquería limeña racista que le impedía
gobernar.

Los corresponsales en Lima perciben de inmediato que la demanda étnica que agita Castillo no es gratuita en un país construido sobre una gran fractura: la que separa la serranía andina, de mayoría quechua y aimara, de la costa criolla que mira al Pacífico.

México tiene la población indígena más numerosa de la región, y, aunque solo representa un 12%-15% del total, su gravitación en el imaginario del nacionalismo mexicano es mucho mayor. En su felicitación por año nuevo, en un tuit con su foto ante una pirámide maya en Palenque, López Obrador señaló que fue construida 1.000 años antes de que “llegaran los europeos a invadirnos”. Como los liberales juaristas
decimonónicos, venía a decir que la nación mexicana cayó luchando contra Cortés y tardó tres siglos en curar las heridas.

Fracturas internas por racismo

En Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia la población indígena es mayoría, sobre todo en zonas rurales, donde las fisuras – geográficas, raciales, culturales– generan fricciones con frecuencia violentas. En las actuales protestas peruanas, en las que la represión policial se ha cobrado 30 vidas, los grandes medios limeños solo ven vándalos, terroristas y narcotraficantes.

«La demanda étnica que agita
Castillo no es gratuita en un país
construido sobre una gran fractura:
la que separa la serranía andina, de
mayoría quechua y aimara, de la
costa criolla que mira al Pacífico»

Pedro Angulo, el fugaz primer ministro de la presidenta Dina Boluarte, denunció que las protestas manipulaban a “las personas de las alturas que hablan quechua o aimara”. Según escribe Cecilia Méndez en La República, el apartheid de facto está tan arraigado en los hábitos mentales que no necesita leyes para existir: “El país no puede continuar en esta trayectoria infame sin deshumanizarnos a todos”.

En El Comercio, Gonzalo Banda señala que el establishment peruano parece vivir en un país que solo existe en los documentales de Netflix, en los que los peruanos con ponchos y trajes típicos solo son buenos “si forman parte del paisaje, pero que ni se les ocurra protestar”.

Reliquias del pasado

Según escribe Enrique Moradiellos en El Holocausto y la España de Franco (2022), la verdad en la historia no se refiere tanto al pasado en sí, esencialmente incognoscible, como a “las reliquias” que de él se preservan en el presente: los relatos históricos más verosímiles son los que más pruebas verificables tienen.

De su primer viaje al Perú en 1979, el historiador mexicano Enrique Krauze recuerda que percibió que la “herida abierta de la conquista” era más tangible que en México, lo que explicaba el carácter “desgarrado y fértil” de su indigenismo.

En las obras de José María Arguedas y Ciro Alegría virtuosos campesinos resisten heroicamente a gamonales que reinan desde tiempos inmemoriales en haciendas inexpugnables apoyados por militares, jueces y curas venales.

Para acabar con las formas de servidumbre feudal en las haciendas serranas, la reforma agraria del general Velasco Alvarado (1968-75) las expropió y repartió sus tierras, un cambio en la historia andina que algunos sociólogos equiparan a la abolición de la esclavitud en las Américas entre 1810 y 1888

Hasta entonces, en la Sierra peruana las haciendas no valían por su extensión sino por el número de pongos (criados indígenas, una palabra de origen quechua) que vivían en ellas. En Los rostros de la plebe (1984) Alberto Flores Galindo describió ese orden arcaico como uno de “hombres de a pie y
hombres de a caballo; unos descalzos y otros con altas botas”.

Muros y estigmas

El caso peruano no es único. En Río de Janeiro, Caracas o Guayaquil es fácil también distinguir por el color de piel predominante en las calles cuando se cruza de un barrio alto a una favela. En Lima, el Tribunal Constitucional ordenó hace poco el derribo del llamado “muro de la vergüenza” de 10
kilómetros que separa desde los años ochenta el distrito de La Molina, donde abundan mansiones, de las chabolas de adobe de Villa María del Triunfo, donde las calles son de tierra y no hay agua corriente ni alcantarillas.

Según la sentencia, el muro, coronado de alambradas, era discriminatorio e inadmisible en una democracia. La Molina no descarta llevar el asunto a los tribunales internacionales.

Aunque nadie admite ser racista, el sesgo sale a la luz en grupos cerrados, en el espacio de confidencias y bromas. Declararse mestizo significa muchas veces asumir una máscara circunstancial y de conveniencia en países en los que los códigos raciales son ubicuos, aunque no estén escritos.

«En Río de Janeiro, Caracas o
Guayaquil es fácil distinguir por el
color de piel predominante en las
calles cuando se cruza de un barrio
alto a una favela»

En Brasil, que recibió el 45% de los esclavos llevados al Nuevo Mundo, unos 4,8 millones, y el Caribe, donde fueron a parar otros 2,7 millones, predominan los prejuicios contra la negritud. En Guatemala, la Comisión para el Esclarecimiento Histórico atribuyó “al racismo” la saña de los operativos militares contra las comunidades indígenas durante la guerra que sufrió el país centroamericano durante 36 años y que se cobró las vidas de más de 200.000 personas, un 83% de ellas mayas-quiché.

Limpieza de sangre o racismo

Si hay una forma segura de repetir los viejos ciclos de violencia, es seguir impidiendo que verdades incómodas salgan a flote. La identidad, al fin y al cabo, no es un imperativo étnico, histórico o lingüístico. El problema es hacerlo en sociedades a las que resulta muy traumático reconocer su racismo. En Castro, los negros y África (1988), Carlos Moore, escritor afrocubano, denunció la dificultad de combatir las discriminación en un país que niega su existencia. En 2000 el ejército tenía cuatro generales negros de
un total de 95.

En Cuba los expedientes de limpieza de sangre no se suprimieron hasta 1870. Aunque para entonces habían perdido utilidad legal, revelaban que la sociedad colonial aceptaba las desigualdades raciales como naturales. En 1841, negros y esclavos libres –mandingas, lucumís, carabalís…– eran la mayoría: 58,5%.

Durante los virreinatos, la sociedad blanca vivía obsesionada con títulos nobiliarios, pergaminos y escudos de armas en los que se gastaba fortunas porque nobleza y poder político iban de la mano. En el siglo XIX, las elites criollas adoptaron con entusiasmo el llamado racismo científico de moda que sostenía que la “mala calidad” étnica obstruía el camino del progreso.

Cuando Arthur de Gobineau, autor de Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1855), fue miembro de la delegación diplomática francesa en Río de Janeiro, escribió que todos los brasileños excepto su amigo, el emperador Pedro II y su corte, tenían sangre negra, “la depravada ralea del
género humano”.

Poblar para civilizar

En Argentina y Chile, el lema republicano fue “poblar para civilizar”. Pero solo hasta cierto punto. Poblar es “embrutecer” cuando se puebla con chinos, indios o negros, escribió Juan Bautista Aberdi, inspirador de la constitución argentina de 1853. Hasta hoy, los apellidos de los terratenientes se reconocen en jueces, congresistas, militares y banqueros del Cono Sur.

Entre 1979 y 1983 las comunidades mapuches chilenas reconocidas disminuyeron de 3.000 a 300 por las políticas de parcelación del régimen militar. Según Elisa Loncón, expresidenta mapuche de la Convención Constitucional, el nuevo proceso de redacción de una propuesta constitucional supone un retroceso político al siglo XIX. “Ya resolvieron sin nosotros que Chile es una nación única”, dijo.

Fin de los tabúes sobre racismo

El nombramiento de la vicepresidenta afrocolombiana Francia Márquez como ministra de Igualdad y Equidad y de la afrobrasileña Anielle Franco como ministra de Igualdad Racial muestran que el silencio está llegando su fin. En su reciente discurso de toma de posesión, Lula dijo que enterrar “la trágica herencia de nuestro pasado esclavista” sería una de sus prioridades. En Brasil el 75% de los pobres y el 76% de los que mueren de forma violenta son pretos (negros). Tras ganar el mundial de 2022 con la canarinha, Ronaldo Nazario dijo “yo antes era negro, pero ya no”.

Una nación es, en cierto modo, una saga genealógica: un relato sobre quienes son sus antepasados. Ante el Foro Permanente de Afrodescendientes de la ONU en Ginebra, Márquez, elegida por el Financial Times como una de las 25 mujeres del año, pidió a la ONU que establezca mecanismos de “reparación histórica” a las víctimas del esclavismo.

«Tras ganar el mundial de 2022 con ‘la canarinha’, Ronaldo Nazario dijo ‘yo antes era negro, pero ya no’»

Barbados, que se proclamó república independiente en noviembre de 2021, planea demandar a los descendientes británicos de los dueños de plantaciones de algodón y azúcar. Entre ellos el actor Benedict Cumberbatch, que dio vida al dueño de una de ellas en Nueva Orleans en 12 años de
esclavitud (2013). Aceptó el papel, dijo, para tratar de saldar el daño cometido por un antepasado suyo que adquirió en 1728 una plantación en Barbados. Esta llegó a poseer 250 esclavos y estuvo en manos de su familia durante casi un siglo.

‘Café com leite’

El problema es que calificar racialmente implica ir en contra del valor de igualdad. Según ese discurso, el racismo sería solo una ilusión o un espejismo: el deseo de ver discriminación racial donde solo hay desigualdad económica.

Como en otros terrenos, Brasil está tomando la iniciativa a través de medidas de discriminación positiva, siguiendo el modelo de la affirmative action de EEUU. Entre 2003 y 2010, los gobiernos de Lula sacaron adelante leyes para que pretos y pardos tuvieran cuotas fijas de acceso a la administración. Y a las universidades públicas. La Universidad del Estado de Río de Janeiro les asignó un 40% de sus vacantes. Con eso triplicó su número en las facultades de medicina y derecho, pero también las demandas judiciales de quienes se sintieron perjudicados.

Era inevitable en un país de 210 millones de habitantes en el que casi todos reconocen tener ancestros de diferentes razas. Y en el que censo incluye decenas de clasificaciones determinadas por el color de la piel, entre ellas café com leite.

América Latina es ahora consciente de esos problemas, pero está aún lejos de saber cómo resolverlos.

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