De “Manhattan Transfer” a “Años Inolvidables” hay sólo una sutil lágrima de tiempo

Leyendo ahora “Años inolvidables” vuelvo a repasar esa melancólica vista de Manhattan y recupero ambientes, situaciones y caracteres que pasé muy a vuela pluma

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Confieso que cuando empecé a leer “Manhattan Transfer” no entendí gran cosa y estuve a punto de devolver la novela al estante. Continué porque tampoco se trata de una novela muy densa e inextricable, de hecho, la prosa de Dos Passos es directa y sencilla. El problema, según lo veía entonces, era la forma de mosaico de la novela: el desarrollo de pequeñas historias que no culminan, personajes que aparecen en dos o tres páginas y que luego no vuelven más… Conforme uno avanza en la lectura, descubre sutiles bellezas que termina por agradecer.

Por ejemplo, una imagen que se me ha quedado grabada para siempre es aquel paseo que Ellen y Jimmy dan por un parque de la Sexta Avenida, una fría tarde de domingo de 1920. Jimmy ha ido a buscar a Ellen a la casa de huéspedes en la que ella vive, ha esperado a que ella termine de despertarse y que se arregle y luego la ha llevado a comer con el escaso dinero que tiene. Ambos son jóvenes, ambos sufren el ser parte de una sociedad que no entienden y ambos sonríen ante la triste soledad de Manhattan un domingo por la tarde.

Terminé la novela con la firme convicción de haber leído una historia bella, sutil e inolvidable. Una historia triste para más señas. La tristeza de Dos Passos me pareció oscura y melancólica. Por aquel tiempo había leído “Viaje al fin de la noche” y me pareció hallar conexiones entre esa melancolía de Dos Passos y el negro pesimismo de Céline. La sorpresa me ha llegado ayer que leía “Años inolvidables”. En estas memorias, Dos Passos cuenta no sólo su experiencia en los estertores de la Primera Guerra (lo que establece más que una coincidencia con Céline), sino que escribe a la letra: “Wright McCormick, uno de mis compañeros de la universidad, tenía un empleo de reportero en un periódico, cuyo nombre no recuerdo. Salía con una chica estupenda llamada Elsie Rizer, que estaba intentando hacerse un nombre en el teatro. Empecé a dar crédito a la afirmación de mi padre, según la cual las mujeres son siempre más interesantes que los hombres”.

Wright McCormick y Elsie Rizer, es decir, Jimmy Herf y Ellen Thatcher, el periodista y la actriz, los personajes centrales de “Manhattan Transfer”. Y, efectivamente, Ellen es mucho más interesante que todos los hombres que la rodean. Leyendo ahora “Años inolvidables” vuelvo a repasar esa melancólica vista de Manhattan y recupero ambientes, situaciones y caracteres que pasé muy a vuela pluma. Así que mi recomendación es leer ambos libros, uno detrás del otro.

Leer ambos libros de manera seguida asegura aterrizar las ideas que se formulan en “Manhattan Transfer”: hacer palpable y próximo lo que pertenece al ámbito de la ficcionalidad. El lector, como un aplicado fiscalizador de coincidencias, va cotejando con su lapicero rojo qué episodios son “reales” y cuáles “inventados”. Además, “Años Inolvidables” ofrece la no menos interesante oportunidad de conocer de cerca a Hemingway, a E. E. Cummigs, a los Fitzgerald… Hay sorpresas.

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