“Au Hasard Balthazar”: una plegaria de amor y dolor

"Balthazar es un santo, y como tal, asciende su Gólgota cargando su cruz a manera de alforjas, azotado por dos gandules, sangrante. Y luego muere. como morimos todos: cargados de un peso que no comprendemos, que acaso llevamos ya sólo por costumbre"

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A través de la mirada acuosa y vacía de un cándido burrito, Balthazar, se sucederá el espectáculo de la miseria humana: la depravación, la violencia, la crueldad, la soledad. En este filme de Robert Bresson (1966), Balthazar es un ser inocente (¿encarnación del hombre pobre, pobre?) que debe soportar los duros golpes de la vida. Su destino es sufrir la violencia y la estupidez humanas. No tiene posibilidad de escapar de ese destino porque su condición no es heroica sino paciente.

Sin embargo, como el niño pobre que de adulto conocerá la miseria, Balthazar conoce también las caricias y la ternura de una mano amiga. Conforme crezca, el mundo le mostrará su lado más duro y cruel. Le chamuscarán la cola, le darán patadas, lo herirán; trabajará arreando pesados bultos, girando sin sosiego en la noria, tirando de carros vetustos y, muchas veces, sin recibir siquiera el pienso. Tal como un obrero, como un descamisado. Pero en ese devenir sórdido, su pureza se mantendrá intacta.

Balthazar es el emblema de la santidad. Cuando Marie quiere preservar su castidad, recurre a él, parapetándose detrás de él, utilizándolo como escudo salvador. Cuando Marie ha decidido desbarrancarse y entregarse al pillo Gerárd, Balthazar ya no está: allí, en el imperio del pecado, la luz de la bondad ha cedido su puesto a las sombras. Nadie puede ver que Balthazar es un santo, excepto la madre de Marie, una mujer que lo ha perdido todo y que, sentada en un poyo, contempla con lucidez su desesperada y honda soledad.

Balthazar es un santo, y como tal, asciende su Gólgota cargando su cruz a manera de alforjas, azotado por dos gandules, sangrante. Y luego muere. como morimos todos: cargados de un peso que no comprendemos, que acaso llevamos ya sólo por costumbre, entre seres que son nuestros semejantes pero que, a la vez, son seres tan distintos y distantes… Seres que nos miran, que quizá se compadecen un poco de nuestra suerte, pero que luego continúan con lo suyo… la vida sigue su curso. Todo nuestro sufrimiento y nuestra ulterior muerte no tienen ninguna trascendencia en eso que llaman el mundo.

Bresson elaboró así, algo más que una película. “Au Hasard Balthazar” es una compleja y asombrosa plegaria llena de piadosa devoción. Los puntos de contacto entre Balthazar y el príncipe Mishkin son evidentes porque ambos son dos seres purísimos, llenos de perfecta bondad. Pero si el príncipe idiota tiene un pathos y está agitado por emociones que no puede procesar, Balthazar, en cambio, es la imagen prístina del ser puramente sufriente. En él no hay ninguna queja, ninguna exteriorización de emociones. No es siquiera un mártir, porque el martirio apunta a una razón noble y última. Balthazar no sufre “por algo”. Sufre solamente. Y nuevamente aquí diremos: como el ser humano.

Se me ocurre que para entender la película quizá sea requisito haber visto antes a los ojos a un querido animal transido de dolor. Algunos hemos tenido esa amarga experiencia y realmente es devastadora. El animal no se explica razones, es incapaz de “ennoblecer” su dolor. Sufre solamente y te mira con sus llorosos ojos como perdonándote… Me pregunto si no será necesaria esa experiencia para dar con el quid del asunto en esta exquisita obra de Bresson. Ingmar Bergman, por ejemplo, no entendió nada y declaró que le aburrió la película… Dada la economía del lenguaje cinematográfico bresonniano, su religiosa austeridad, su puesta en escena tan alejada del artificio grandilocuente, no es de extrañar que muchos no entiendan el cine de Robert Bresson. Pero es un cine que interpela, que duele, que emociona y que nos reencuentra con nuestra íntima condición humana.

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