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“Sí, quédense”, libro de Manuel Lozada Andrade

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Uno de los aspectos más  sugestivos del libro publicado por Quimera Editorial, que comentamos, es el método que ha utilizado el autor para expresarse literariamente y la perspectiva que eso implica: una inédita simbiosis entre historia, ensayo, saga  familiar o autobiográfica e incluso metafísica en forma de cuento, entre otros varios aspectos cruciales. Y cuando digo “metafísica”, peso la palabra: me refiero y hablo de la buena, a lo Heidegger de Ser y Tiempo, digamos; pero expresada desde su más auténtica identidad hispano-andino-caymeña: “el paso del tiempo es una mierda”, dice uno de los personajes. A eso nos referimos cuando hablamos de metafísica. Podemos prescindir del espacio, cerrando los ojos, pero no del tiempo, tema metafísico si los hay (Borges).

Esa variedad disciplinaria o temática genera una saludable ambigüedad (porque también hay de la otra) que no puedo dejar de asociar, por devoción, a los inclasificables cuentos-ensayo insuflados de metafísica de Jorge Luis Borges, a pesar de las diferencias. Estos cuentos pueden verse como fragmentos a través del cristal arequipeño -o tal vez habría que decir caymeño- en un contexto global o planetario, reconstruido gracias a la memoria, a la conciencia personal y a la fructuosa infancia del autor, con un lenguaje que no imita ni quiere imitar lo local, y menos lo folclórico, ni tampoco los imperativos de la moda cosmopolita al uso, porque no imita simplemente. Es un creador.

Incendio, sillar, Malakoff, viaje, democracia, guitarra, impermanencia, libertad, reglas, regreso, cruce, destino, ropa. Y, sin embargo, el carácter fragmentario de este libro inclasificable no impide su consistente unidad: pueden ser las últimas horas de un caudillo militar peruano en el siglo XIX, o las tribulaciones de Suni, la empleada del hogar pequeño burgués en el siglo XXI, tan convincente cómo el resto de personajes, etc.  

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Que se trata de un escritor nómade no lo dicen solo sus viajes por diversos continentes. O sus largos años fuera del país a pesar de su relativa juventud. También la multiplicidad de sus saberes y su gran curiosidad y sensibilidad, sin aspaviento ni falsa modestia. Todo lo cual, probablemente, lo llevan a entender los varios problemas esenciales del hombre -y de la mujer- en el mundo de hoy, como se puede ver en este libro.

¿Su lenguaje? Una manera de contar en que el autor se expresa con sobria autenticidad y un manejo discreto pero eficaz y pertinente del lenguaje castellano. Y de metáforas que confirman su vena poética, presente siempre en los buenos prosistas que no se expresan con versos, pero no son menos poetas. Lo que me recuerda la Elegía de Borges a su amigo Abramowicz  en “Los Conjurados”

                            “Ginebra te creía un hombre de leyes, de dictámenes y de causas, pero en cada palabra , en cada silencio, eras un poeta”

En este caso todo ello exacerbado por la distancia física que producen los largos viajes fuera de la patria. Los que producen a su vez una vinculación más intensa y un conocimiento más exacto de la propia realidad. Una forma segura de mirar a la vez con amor y con frialdad clínica la propia tierra, a los paisanos y a nosotros mismos. Tal como se puede percibir en este libro. 

Cada fragmento -cada cristal de tiempo-  presenta Arequipa ante el mundo y, al mundo, a través de Arequipa. Sin perder la sencillez del acento provinciano de una Arequipa reconstruida gracias a la memoria literaria de Manuel Lozada, el autor de éste raro y sorprendente libro, perfectamente escrito.

Insisto: usted encontrará una consistente unidad a pesar de la heterogeneidad temática, a propósito de su motivación esencial y a partir de ella: la ciudad, cuando está en nuestro corazón y en nuestro espíritu, internalizada e incorporada. Arequipa: sí, quédense 

Y termino con una frase de Suni, la muy verosimil empleada del hogar en  “Incendio”. “La felicidad en mi vida será escasa, tal vez mi boca olvide como se sonríe, tal vez pierda la fe en Diosito. Pero estas manos nunca dejarán de moverse, el agua no dejará de fluir, el jabón no dejará de hacer espuma. Han tocado el timbre de la puerta principal, de seguro es el primer invitado a la fiesta del niño Miguel. Ojalá la pase bonito. Pero yo, ahora, sigo lavando ropa”.

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