Una pesada y somnolienta tarde de verano, una comitiva del ejército confederado llega al desolado pueblo de Tascosa, Texas. Su misión: rescatar a prisioneros blancos que hace años fueron raptados por los indios. El teniente Jim Gary (el siempre impecable Richard Widmark) se entrevista con el sheriff de distrito, Guthrie McCabe (James Stewart en un insólito papel de autoridad corrupta) para que éste ayude a la comisión.
Así empieza este inolvidable film de John Ford, “Two Rode Together” (Columbia, 1961), un western que tiene muchos atractivos, el principal quizá sea un ritmo in crescendo que hace que la película vaya de la comedia de costumbres a la amarga denuncia social. Poco a poco el filme se va tornando más y más dramático y toca temas álgidos como el de la identidad de las personas en relación con el medio que les rodea y la enajenación a que puede llevar ese conflicto de identidad. Así como en The Searchers (1956) ya no sabemos quién es la pequeña Debbie y quién es el tío Ethan, aquí también las identidades se enajenan y se vuelven un conflicto sin solución.
El drama más agudo lo vive la señorita Marty (Shirley Jones) quien debe ver cómo en su amado hermano menor ya no hay la más mínima traza de su antiguo apellido y de su sangre y por lo tanto debe morir colgado, ajusticiado por una comunidad xenófoba. Pero al lado de esos dramas, también está presente la nota de color que en Ford no es sólo un alivio cómico sino la base en que se fundamenta su cine: la muestra de las más primarias y enraizadas costumbres de la vieja Norteamérica. La declaración de amor, por ejemplo, del teniente Gary a la bella Marty, la noche del baile militar, es una escena que se repetirá con múltiples variantes en toda la historia del cine posterior. Inolvidable es también la redención del sheriff Mccabe, que encuentra finalmente “algo” que lo satisface más que ese 10% de ganancias comerciales que lo mantenía apoltronado en su porche bebiendo cervezas frías.
“Two Rode Together”, que en castellano fue difundida como “Dos cabalgan juntos”, es una de las razones de por qué hay que ver devotamente los westerns de John Ford con la convicción de que estamos asistiendo a una de las producciones artísticas más bellas que se hayan hecho jamás.
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