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Extender el voto preferencial

"el actual Congreso no aprobaría una reforma tan audaz, no inscrita en nuestra tradición, y que podría afectar los intereses de los grupos políticos hoy inscritos para participar en elecciones"

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Mi propuesta de cambiar de sistema electoral para que los electores puedan escoger entre los mejores de todas las listas al Parlamento no ha despertado el menor interés. No por ello deja de ser una propuesta que puede encaminar por mejores rumbos a nuestro sistema político a través del voto. 

La apatía, aún entre los enterados, es explicable: primero, porque a estas alturas del desprestigio del Congreso, muy pocos piensan que una reforma más pueda mejorarlo; segundo, porque no creen que en las próximas elecciones hayan cambios radicales en la composición de las listas de candidatos que seguirán llenas de improvisados, incapaces y corruptos y, tercero, porque la vieron ilusa, no factible, tomando en cuenta que el actual Congreso no aprobaría una reforma tan audaz, no inscrita en nuestra tradición, y que podría afectar los intereses de los grupos políticos hoy inscritos para participar en elecciones.

Para quienes no tuvieron ocasión de leer mi propuesta, diré que es muy sencilla: se trata de abandonar el sistema de elección por la lista de un partido, y adoptar uno nuevo en el que los electores puedan escoger parlamentarios más allá de las fronteras de los partidos, entre todas ellas. Sería como extender el voto preferencial, pero ya no dentro de un partido, sino entre todas las listas que compitan. Se trata de devolverle al elector la capacidad de escoger no al grupo (que puede traer de contrabando a algunos indeseables) sino a cada uno de los que quiere que los represente. El nuevo sistema -que técnicamente se llama nominal- individualizaría a los escogidos por su nombre y apellido y ya no se elegirían en paquete, como funcionó hasta las elecciones del Congreso del 2021.

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El desprestigio del Parlamento entre los peruanos viene de muchos años atrás. Habría que remontarse hasta 1978 para encontrar en la memoria colectiva a buenos representantes del pueblo. Entonces confluyeron en la Asamblea Constituyente Víctor Raúl Haya de la Torre, Luis Alberto Sánchez, Andrés Townsed. Luis Bedoya Reyes, Andrés Aramburú, Jorge Polar, Carlos Malpica o Javier Diez Canseco. Luego ha habido una degradación lenta, pero persistente. Hasta llegar a la crisis de representación que tenemos hoy en la que los elegidos no honran su palabra y compromiso con sus electores. Y a la primera de bastos, transfugan a una nueva tienda o a convertirse en “no agrupados”; para no hablar de las fechorías de muchos.

Pero el Congreso existe y seguirá existiendo, porque es una institución fundamental de la República y del Estado de Derecho. Y aunque haya millones que solo eligen fórmula presidencial y dejen de elegir parlamentarios, su creciente peso en la vida política -a contramano de su ínfimo prestigio- ha llevado a que algunos hablen que en los últimos tiempos estemos sometidos a una “dictadura congresal”.

Respecto de la factibilidad de la propuesta, resulta poco serio dictar su muerte sin, siquiera, examinarla y debatirla. Porque, como sabemos, no solo la vida nos da sorpresas. El vaivén de la política parlamentaria también puede abrir una oportunidad si la propuesta pega en la opinión pública.

A los escépticos habría que decirles que ni el gigantesco poder económico del conglomerado financiero de banca y AFP han podido contra la propuesta de sucesivos retiros de los fondos de pensiones. Porque ha sido una sentida demanda ciudadana a la que no ha podido negarse a aprobar este Congreso.

Igual si los enterados le dan bola a la propuesta. Si los periodistas la someten a la opinión ciudadana. Si los abogados piensan en las reformas constitucionales y legales que hay que hacer. Y si los políticos la atienden con la mente abierta. Verán que no solo no es costosa o complicada, sino que favorecería al ciudadano de a pie que sí vota por los parlamentarios. Al que sinceramente se interesa en que mejore la calidad de la representación congresal. Si la opinión ciudadana la aprueba, su factibilidad se abrirá paso.

En resumen, el elector ya no sería obligado a escoger y votar por un partido, sino que podría escoger sus representantes entre todos los partidos. Extendería el poder de su voto. Y se podría evitar que los indeseables que confían en las locomotoras de las listas que jalan los votos, resulten elegidos con cantidades diminutas. Como hasta ahora sucede.

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