Kafka en la villa de Yanahuara

"Pero, ¿qué tiene que ver Kafka con la villa de Yanahuara?  Nada en realidad. Es que ¿tiene que haber un vínculo obligatorio para reconocer a un genio de centenaria universalidad?"

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Es tan extraño, como gratificante, saber que a un gobierno municipal (el de Yanahuara y su alcalde Javier Bolliger Marroquín) se le ha ocurrido la idea, -no menos extraña en un país  poco dado a las cosas del espíritu, en plena bancarrota ético política-  organizar una Fiesta del Libro en homenaje al más grande escritor del siglo XX y, según otros, de la historia occidental, incluso por encima de Joyce y Proust, sus célebres colegas y contemporáneos: Franz Kafka.

 Un gobierno municipal que no solo colabora con el arte y la cultura sino que la hace directamente, ha devenido una verdadera rareza en nuestro paupérrimo status institucional.  Por eso tan loable la idea de una Fiesta del Libro en homenaje a Kafka, como un oasis en el desierto burocrático de nuestro paradójico nuevo milenio. Lo que, además, provoca un agradable alivio: escuchar una noticia por fin afirmativa y estimulante (y no solo sobre los Rolex de Dina y su Waiki Oscorima, o  los males deportivos y extradeportivos  de Cuevita, etc, etc.)   

Alegra saber que hay una institución que hace  algo bien importante, más allá de la política,  más allá del populismo y del folklorismo repetitivo (modo  Saya) del nacionalismo pitufo -de ceviche y fútbol- para homenajear a un abogado-escritor-judío-checo que, antes de morir,  encargó la incineración de  su obra literaria a su “pata” Max Brod, que ahora es más conocido que Franz por no haberle hecho caso ¡Aleluya!  Por él podemos leer a Kakfa.

Pero, ¿qué tiene que ver Kafka con la villa de Yanahuara?  Nada en realidad. Es que ¿tiene que haber un vínculo obligatorio para reconocer a un genio de centenaria universalidad? Homenajear a quien lo merece es  una necesidad  y un deber de todos, máxime si lo merece tanto como en este caso. Aunque ahora sí de verdad, Kafka tiene que ver con la villa de Yanahuara, ya que su municipio,  al rendirle merecido homenaje, va a contactar a Kafka en espíritu con toda la ciudad. Y muchos chicos y chicas podrán oír hablar de él en esa Fiesta y podrán animarse a leer La Metamorfosis, porque sabrán por su propia experiencia que ese libro está a su alcance intelectual, y a cualquier edad. Por eso, y por  muchas otras cosas más, su autor es considerado un genio por todos.    

Es que Kafka tenía la “cabeza redonda” para sentir y “pensar en diferentes direcciones” (Francis Picabia). Por ello tenía en cuenta no solo el mundo externo e interno (¡santos dualismos abstractos¡) sino también el tiempo y el misterio. El inapelable absurdo aquí y ahora. Los infinitos laberintos y jerarquías estatales, el adoctrinamiento embrutecedor, la incomunicación por y a pesar del lenguaje. Los monólogos en forma de diálogo…de sordos, el desprecio del individuo y la exaltación del Estado. La pérdida de identidad, la angustia y el miedo a la soledad y a la muerte. Y la llegada del nihilismo que Nietzsche anuncio  proféticamente en su siglo. No solo hay Ser, también hay Nada.

Por eso tuvo que expresar alegórica o simbólicamente, a través de un horroroso insecto, o de un tal Joseph K, oficinista bancario, o de un anodino agricultor en infinita espera burocrática, toda la complejidad de la problemática humana de nuestro tiempo: ese tiempo al que estamos arrojados, aquí y ahora, el Dasein  de Heidegger. Cada quien  con su proyecto de vida que le dé sentido subjetivo a lo que no lo tiene objetivamente. Si te apetece. Sin olvidar el desapercibido humor de Kafka.

Esa problemática que se expresa en parte en otras obras, autores o eventos aparentemente disímiles, en la misma época o poco después, que han sabido captar el aire de su tiempo en uno o más de sus rasgos. Tiempo que es todavía el nuestro. Como lo hicieron los mencionados Joyce y Proust o la Fenomenología de Husserl. O la Ontología de su poco generoso discípulo Heidegger, o su lúcido amigo Karl Jaspers. Tal vez el Psicoanálisis de Freud y Jung, o la filosofía crónica e intuitiva de Bergson, o la Relatividad anti relativista de Einstein. Quizás el Perspectivismo absoluto  de Ortega y Gasset, o el exaltante Expresionismo alemán, o el Existencialismo de Camus, Sartre, Merleau-Ponty o Marcel.

O en la endiablada complejidad del lenguaje, develada, por ejemplo, en el futurismo ruso o  en el Tractatus de Wittgenstein. De ahí tal vez la vuelta a la hermenéutica y por tanto a la interpretación -su tema central- como creación de sentido. Última posibilidad para cumplir la tarea de las tareas, tan cara a Heidegger: la recuperación del ser, del olvidado ser integral y cabal en su propio contexto físico o metafísico. Sin las abstracciones, reducciones, simplificaciones o generalizaciones de la ciencia. El lenguaje como problema.

 Esa recuperación del ser se logró por primera, según Milán Kundera, justo por el lenguaje, gracias a  Miguel de Cervantes Saavedra en El Quijote. La literatura usa por primera vez el lenguaje  de la gente, el lenguaje de la calle  para expresar todo el ser. El arte como última opción para decir aquí y ahora lo que está en la punta de la nariz. Lo evidente, lo manifiesto que, sin embargo, se nos escapa como el agua entre los dedos de una mano ciega.  

Esa recuperación implica cierto cambio de eje en la filosofía occidental: del kantiano conocimiento de la realidad fenoménica, sin la cosa en sí, al problema del sentido y los valores en la postmodernidad, por así llamarla. Todo lo cual supone hacerse cargo de la falta de sentido objetivo intrínseca a la vida, a toda  realidad. Y la falta de finalidad independiente de nuestros sueños, ideales y proyectos personales de vida. Es todo lo que tenemos en el poco tiempo que tenemos los  seres humanos, después de “la muerte de Dios”.

Pero “la muerte de Dios” no tiene que ver con el ateísmo (todavía hay que aclararlo) sino con el descreimiento disimulado de los creyentes. Y con los diversos sustitutos de la función  divina (la Patria, el Estado, la Raza, el Partido, el equipo de futbol o cualquier otro reemplazo humano, demasiado humano) para llenar el vacío de fundamento, de sostén o principio  que le dé razón de ser y unidad al ser entero y a cada cosa y a cada detalle, que lo justifique y nos consuele. Para no sufrir por adelantado hasta el día que llegue nuestro alejamiento definitivo.     

Pero Kakfa también amó como solo Kafka pudo amar. Y en esto tampoco fue kafkiano, como se puede ver en esta carta a Milena: “El día es tan corto. Transcurre y termina con usted y fuera de usted solo hay unas pocas nimiedades”.

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