Máximo está sobre los restos de lo que alguna vez fue su taller. Apenas algunos diminutos retazos de madera y pequeñas herramientas de carpintería logran distinguirse entre las cenizas. No hay tablas gruesas, ni maquinaria, ni siquiera un banco donde se pueda sentar a recordar los 25 años de trabajo que se consumieron en el fuego, en Arequipa.
Esa madrugada del 10 de septiembre, una llamada lo despertó. Salió de su casa a toda prisa a las 4 de la mañana, con el corazón acelerado y la angustia carcomiéndole el alma. Media hora después, llegó para encontrar su taller, su vida, su historia, envueltos en llamas.
El fuego, descontrolado, lo devoraba todo a su paso. Él y otros carpinteros —acompañados de sus familias— con la desesperación reflejada en los ojos, intentaron abrirse camino hacia sus locales. Pero el humo y el calor abrasador los mantuvieron a raya. “Solo nos quedaba mirar lo que le sucedía a todas nuestras cosas”, dice Máximo, con una voz que apenas se oye, como si se ahogara entre la tristeza y la impotencia.
Todos los pequeños talleres de carpintería y los grandes comercios de venta de madera —llamados madereros— que ocupaban dos locales bajo el número 520-B de la avenida Jesús quedaron reducidos a polvo negro y ruinas. Al menos 10 familias dedicadas a la ebanistería y carpintería, perdieron todo. “El incendio nos ha dejado totalmente en la intemperie… Al ver nuestras cosas así, no sabemos qué hacer todavía”, se lamenta Máximo mientras muestra lo que quedó de su taller, un lugar que fue su única fuente de trabajo durante más de dos décadas.
Rubén, otro carpintero con el rostro endurecido por la pena, asegura que en 15 años nunca había visto algo así. Las llamas alcanzaron cinco metros de altura, un espectáculo infernal que dejó a todos sorprendidos. Rubén no cree que el fuego haya sido accidental. Está convencido de que bandas criminales son las responsables. Durante meses, los madereros fueron amenazados con extorsiones: 2 mil soles semanales para evitar represalias. Muchos se negaron a pagar, y Rubén no duda que el incendio es el precio de haberse resistido.
“Esto ha sido provocado por los extorsionadores y no por un corto circuito”, asegura. Desestima que una falla de energía de electricidad haya desencadenado el incendio. Explicó que todos los inquilinos —madereros y carpinteros— tienen como acuerdo bajar sus palancas cuando se retiran del local entre las 5:30 y 6:00 de la tarde
Carpinteros piden ayuda a autoridades de Arequipa
Al día siguiente —11 de septiembre—, la Unidad de Criminalística de la Policía llegó al lugar para realizar el peritaje. Los carpinteros y madereros —con sus esposas y sus hijos pequeños— se quedaron en la calle a esperar la intervención. Solo se les permitió a unos pocos entrar y dar sus declaraciones. Cuando los peritos se retiraron, los inquilinos volvieron a entrar para limpiar y retirar los escombros. Algunos trataron de recuperar los materiales que aún podían servir.
Las autoridades iniciaron las investigaciones para determinar si el incendio fue un accidente o un acto criminal. Sin embargo, para los carpinteros, esto no es suficiente. Perdieron no solo sus herramientas, sino también su sustento. Sin ingresos, no pueden pagar los colegios de sus hijos ni las deudas que se acumulan tras los préstamos tomados para invertir en sus talleres. “A las autoridades, a ver si por humanidad nos pueden considerar en algo para darnos un apoyo para recuperarnos y trabajar”, ruega María, una de las esposas, mientras sostiene la mano de su hijo de cinco años.
Por otro lado, los madereros exigen ser reubicados hacia los terrenos destinados para la creación de un parque industrial, en el distrito de Yura.
*Nota aclaratoria: Los nombres de los carpinteros mencionados en este texto son inventados, ya que los afectados prefirieron no revelar su identidad.
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