Arequipa: recuerdos de libertad y el apretado encierro en el penal Socabaya

En el penal, la literatura se convierte en una puerta abierta, un hilo que conecta vidas marcadas por el sufrimiento, pero también por la esperanza

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Cuando Marco* —interno del penal Socabaya— pronuncia la frase que ha marcado su vida: “Cuando murió mi papá fui feliz”, su voz tranquila contrasta con el eco de su pasado, un pasado que ha llevado a cuestas desde la niñez. Su padre, un hombre de brutalidad inhumana, sembró en él un miedo que se desbordaba como el caudal de un río. Marco, con apenas siete años, y su hermana de dos, se convirtieron en sobrevivientes de una experiencia que aún hoy lo persigue: el día en que su padre los lanzó al río Magdalena.

Aquel mediodía, la familia se acercó a las aguas que lucían tranquilas y engañosas. Fue una trampa letal. En el caos, Marco y su hermana solo encontraron refugio en un gran árbol, aferrándose a la vida, mientras sus padres fueron arrastrados por la corriente. Los pescadores, guiados por la urgencia del grito, se lanzaban al agua para rescatar a los niños. “Siempre tenía pesadillas yo con el agua, siempre que soñaba, soñaba con el río, ahogándome”, recuerda. Su acento colombiano resuena con la sinceridad de quien ha enfrentado a la muerte y ha salido, si no indemne, al menos vivo.

Hoy, Marco es uno de los más de 2 mil 300 internos del penal de Socabaya, en Arequipa, donde cumple una condena por agresión sexual. En el Pabellón A, donde los días se suceden en una monotonía angustiante, un pequeño grupo de 40 reos se ha reunido para participar en un taller de lectura. La rutina se rompe en una tarde cualquiera con la llegada de Carla Galdós y Raúl Romero, mediadores de lectura que introducen un respiro en el ambiente opresivo del encierro.

Los internos, en medio de un ruidoso partido de fútbol que se oye a lo lejos, se disponen a escuchar. La lectura de fragmentos de “El Erizo” —del autor Yero Chuquicaña— y “Orientación Vocacional” —de Pierre Castro— no solo busca entretener, sino también invitar a la reflexión sobre sus propias vidas. Galdós y Romero, que visitan el penal anualmente como parte de una colaboración con el Hay Festival Arequipa, traen consigo una tarea adicional: que los reos compartan sus recuerdos.

Otro recuerdo desde el penal de Socabaya

El ambiente se vuelve más íntimo. Algunos se animan a hablar, mientras que otros prefieren plasmar sus historias en papel. Ruben*, otro interno que recuerda su infancia, comienza a relatar una anécdota que lo transporta a tiempos más simples, antes de las sombras del presente. “Tenía siete años, estaba en primaria y muchas veces faltaba al colegio para ir a pasear con mis amiguitos al parque Selva Alegre. Una vez, mi amigo Salcedo* y yo nos mojamos los zapatos hasta las rodillas y, para colmo, perdimos nuestro pasaje”, comparte su nostalgia.

Al no tener pasaje para regresar, decidieron escabullirse en un microbús. “Los cobradores eran señores gordos y malos”, dice, recordando la mezcla de miedo y picardía de aquellos días. Se esconden de la mirada del cobrador, pero el destino es implacable. Al final, entregan su tesoro, una bolsa de pescaditos, como pago por el viaje.

“Ahora, aquí, en este lugar, volví a encontrar al cobrador y le hice recordar que le debía el pasaje de aquella época”, ríe Rubén, haciendo que el pasado, aunque envuelto en tragedia y dolor, emerja también como un refugio para la alegría.

Así, en la calidez de la memoria, entre lecturas y recuerdos, estos hombres encuentran en su vulnerabilidad un atisbo de humanidad que desafía la brutalidad de sus circunstancias. En el penal Socabaya, la literatura se convierte en una puerta abierta, un hilo que conecta vidas marcadas por el sufrimiento, pero también por la risa, la complicidad y, sobre todo, la esperanza de que, incluso en el encierro, siempre hay un camino hacia la libertad.

Intimidad y hacinamiento

El espacio para el diálogo intimista o el disfrute para la literatura, resulta excepcional si se considera que el penal alberga demasiados internos. El número de presos es casi 4 veces la capacidad operativa con la que fue diseñado, tanto el penal de varones, como el de mujeres.

Así, a noviembre de 2023, la población de varones era de 2,214 reclusos, cuando la capacidad es de 667. Entre ellos, 143 son extranjeros, la mayoría venezolanos (96), colombianos (33) y otros (14), entre los que predominan los mexicanos.

Los delitos que purgan estos internos son, en este orden, el robo agravado, violencia sexual, hurto agravado y tráfico ilícito de drogas.

Los penales de Arequipa (varones, mujeres y penal de Camaná), sumaban a esa fecha 2,673 internos, cuando la capacidad total es de 822. De ese total, 495 internos están procesados y 2178 tienen la calidad de sentenciados, lo que también resulta excepcional, pues la proporción siempre era inversa. Y eso también les ha devuelto el sueño de libertad, pues muchos ya están por cumplir su condena y pagar su deuda con la sociedad.

*Nota aclaratoria: Los nombres de los internos mencionados en este texto son ficticios, ya que prefirieron no revelar su identidad.

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Autor

  • Liz Campos Rimachi

    Egresada de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional de San Agustín, es periodista de investigación especializada en temas políticos y sociales, de educación, salud y controversias regionales.

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