El ocaso de Alberto Fujimori

"Fujimori pensó, tal vez, que como antes todo le había salido bien, esta vez sería igual. Gracias a su perspicacia, disciplina oriental y a un poco de suerte había llegado a ser decano de una facultad y rector de la Universidad Agraria"

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¿Cómo explicar el ocaso de Alberto Fujimori?

En el 2,000, tras diez años de gobierno, volvió a postular para un nuevo período y ganó con las justas, pero, ante la resistencia de sus opositores, desencadenada por un primer vladivideo, se fue del Perú el 13 de noviembre al Sultanato de Brunei y de allí al Japón, donde lo esperaban sus valijas henchidas con los dólares extraídos del Ministerio de Economía y Finanzas. Desde el Japón envió su renuncia a la Presidencia de la República por un simple fax.

En el Congreso de la República, donde no tenía la mayoría absoluta, comenzaron las deserciones en su grupo y la presidenta Martha Hildebrant fue destituida por tratar de bloquear una investigación sobre las cuentas de Montesinos. Con un nuevo presidente, el Congreso vacó a Fujimori por conducta inmoral.

Así debía de haber terminado la vida política de Alberto Fujimori, instalado en Tokio en una apacible vivienda, como nacional de este país e inmune a toda posibilidad de extradición.

Pero no fue así.

Él estaba inquieto. No se sentía cómodo en Tokio. ¿Por qué? Tal vez confluyeron dos causas:

La primera, cierta censura de la sociedad japonesa a su conducta como gobernante del Perú, pero no por su gestión como presidente, sino por la acusación que pesaba sobre él y que no se ignoraba en el Japón de haber sustraído varios millones de dólares del Estado peruano. Los japoneses en general, disciplinados y honestos, no toleran conductas como esa y lo miraban mal, aunque se inclinaran hasta colocarse en ángulo recto cuando lo saludaban.

La segunda, el apetito del poder que no se le iba, como a otros que no quieren irse o, si ya no lo tienen, quieren volver, como sea (Leguía, Odría, Prado, García, Evo Morales, Maduro, por citar solo a algunos de la vecindad). La Constitución de México, que data de 1917, con gran visión, acabó con esta manía al prohibir la reelección del presidente de la República.

En 2005, Fujimori vacilaba aún en decidir su retorno al Perú, por el proceso judicial que se le seguía en Lima. Es posible que hayan intervenido entonces dos circunstancias: 1) sus patrocinadores del poder de dinero le habrían asegurado de que él podría sobreponerse a la Justicia por el apoyo popular que, según ellos, no había perdido, acompañado de cierta aquiescencia de las Fuerzas Armadas; y 2) sus consejeros jurídicos, persuadidos de que había mucha plata para honorarios, le habrían dicho que él ganaría el proceso judicial y que si ingresaba al Perú por Chile, las autoridades de este país no harían nada para no malquistarse con el Perú.

Alberto Fujimori pensó, tal vez, que como antes todo le había salido bien, esta vez sería igual. Gracias a su perspicacia, disciplina oriental y a un poco de suerte había llegado a ser decano de una facultad y rector de la Universidad Agraria, y luego presidente de la Asamblea de Rectores, y después Presidente de la República; su volteretazo hacia el liberalismo empujado por Hernando de Soto le había salido perfecto y luego su asociación con Montesinos le había brindado el apoyo de las Fuerzas Armadas para su golpe de abril de 1992, las elecciones para la Asamblea Constituyente, y sus dos elecciones subsiguientes, e incluso su fuga al Japón podía decirse que estuvo impecable.

Esa racha debía continuar, se dijo, y este fue su minuto fatal. No pensó como japonés, sino como peruano. Y lo pagó caro el resto de su vida.

Alquiló un avión que lo llevó desde Tokio a Santiago de Chile, adonde llegó el 6 de noviembre de 2005. En el aeropuerto lo esperaban algunos de sus allegados, quienes lo trasladaron al hotel Marriott.

La noticia corrió como un rayo.

Desde Lima, Alejandro Toledo, quien era presidente de la República, le pidió al canciller de Chile que expulsen a Fujimori al Perú. Pero el canciller le respondió que ese era un asunto de la Justicia.

Y, entonces, el aparato judicial peruano dio curso al trámite que debía llevar a la extradición de Fujimori, quien se había instalado en una casa del barrio Las Condes. El proceso terminó con la sentencia de la Corte Suprema de Chile del 21 de setiembre de 2007 por la cual autorizó la extradición de Fujimori. Luego, un avión lo condujo a la base aérea de Las Palmas de Lima de donde pasó a una prisión de lujo.

Se sabe lo que vino después. Y el contenido de la sentencia del 7 de abril de 2009 de la Sala Penal Especial de la Corte Suprema que condenó a Alberto Fujimori a 25 años de prisión por autoría mediata de los crímenes imputados.

Y, en esto, Fujimori también se equivocó.

El Poder Judicial que lo condenaba no era, como quizás esperaba, el mismo que él y el imprescindible Montesinos habían manipulado cuando ejercían el gobierno.

Ante lo irremediable, los capitostes políticos y del dinero, a quienes él había servido, entendieron que ya no les era útil. Y que, más bien, el apoyo de la masa de pobladores que le habían dado su voto no debía ser desaprovechado.. Debía pasar a alguien de su dinastía.

Y así fue. En las elecciones de 2011, inauguraron a su hija, una solución oportuna para ellos. No tenían otra ficha para jugarla en el envite con la misma confianza que les había deparado su padre en la década del noventa.

Vale recordar aquí que en la Edad de Oro de la literatura española se decía que nunca segundas partes fueron buenas.

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