¿Quiénes son los semiintelectuales?

"Los semiintelectuales son aquellos - y sobre todo los que se asumen como tales - que cumplen la función de fajas de transmisión, de puentes, de traductores de los conocimientos"

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Cuando el reciente fallecimiento de Víctor Patiño notificó que era el columnista más leído de la prensa peruana, muchos levantaron las cejas porque habían supuesto que César Hildebrandt, Beto Ortiz, Aldo Mariátegui o Marco Sifuentes ocupan ese lugar e influyen sobre cientos de miles a la hora de formarse una opinión u optar por determinada posición. 

Resulta que en nuestro medio, con una tele y una política magalyzadas, en la que los de arriba creen que los de abajo solo merecen crónica roja, fútbol y calatas, Patiño, desde su columna que firmaba como El Búho (al lado de la calata de El Trome), sin mayor pretensión que comentar lo que pasaba en la tele, desplegaba sus conocimientos de historia, literatura, cine, filosofía, fútbol, política, rock y sociología en un lenguaje llano y entretenido, para beneficio de los de abajo. De los que trabajan duro, pero no acumulan, abriéndoles nuevos horizontes cada mañana.

Por eso, he cavilado sobre los importantes servicios que cumplen los semiintelectuales en la sociedad moderna y sus potencialidades – como en el caso de Patiño -. Pero, ¿decirle a alguien “semiintelectual” no es menospreciarlo? ¿No es decirle que su IQ o sus conocimientos no alcanzan el nivel de un intelectual?

Para aclarar los conceptos recurro a Umberto Eco, conocido intelectual italiano -semiólogo y novelista para más señas- quien dice que un intelectual es un creador o descubridor de nuevos conocimientos o técnicas para beneficio de la humanidad. Y que para ser intelectual no se necesitan títulos académicos: que intelectual es el agricultor que experimenta con injertos y nos entrega nuevos frutos o granos. En cambio, dice, no es un intelectual el profesor de filosofía que todos los años repite sus lecciones sobre Heidegger. Así, resulta claro que en el Perú, en cada rama de ciencia o tecnología, los verdaderos intelectuales se cuenten con los dedos de una mano.

Entonces, separando la paja del grano, he llegado a la convicción de que muchos de los profesores universitarios más pintiparados del medio, o esas grandes firmas de las columnas de opinión de diarios y revistas, que ven por encima del hombro al resto de mortales, son sólo semiintelectuales. Porque no han hecho avanzar el horizonte de conocimientos de su ciencia o disciplina. A lo más, están al día de lo que se cuece en las universidades del primer mundo. Y difunden -en nuestro país de ciegos- las nuevas investigaciones y papers de las zonas más iluminadas del globo.

Los semiintelectuales son aquellos – y sobre todo los que se asumen como tales – que cumplen la función de fajas de transmisión, de puentes, de traductores de los conocimientos y técnicas que producen los intelectuales para llevarlos a quienes no han tenido la oportunidad de profundizar los conocimientos que les brindó la educación elemental. El doctor Huertas y su programa radial es otro gran ejemplo.

En un país de analfabetos funcionales -dicho sea con todo respeto- en el que la gente no tiene tiempo (porque la calle está dura y camarón que se duerme…) ni ganas de leer más de cinco minutos, los semiintelectuales – como los maestros, periodistas y sacerdotes – cumplen la valiosa función de diseminar conocimientos, reflexiones y hasta recetas, para hacer sus vidas más llevaderas a quienes no tuvieron el privilegio de la educación superior. Un/a semiintelectual es una persona curiosa que trabaja con la mente a la caza permanente de más conocimientos. Y se expresa, ya sea escribiendo o charlando, para difundirlos y diseminarlos en su entorno, día a día. Eso es lo que hizo Patiño, cumpliendo con el encargo que hiciera hace más de dos décadas otro periodista brillante como Víctor Hurtado, hoy reconocido como académico de la Lengua, quien escribiera un célebre artículo titulado “Góngora pal campesino”.

Algunos dirán que todos los profesionales, egresados de una universidad, son semiintelectuales. Que tengan la capacidad de cumplir esa función no significa que la hagan. Porque hay profesionales, nivel Acuña o Carlos Álvarez, que se durmieron sobre sus diplomas. Y no leen porque eso cansa. Entonces, su trabajo en la administración pública, por ejemplo, se limita al agobiante copy and paste. Esa ley del mínimo esfuerzo, combinada con la de Pepe el vivo, es la que hace décadas rige la vida de la mayoría de peruanos. Y es la que nos ha llevado al desastre. De esa lógica cotidiana son producto, tanto político comechado, mediocre y tanto empresario corrupto que nos tienen podridos y por reventar. Entonces, antes de criticar la paja en ojo ajeno…

Tampoco es cierto que los semiintelectuales constituyan una capa social en particular. En realidad, cada clase social genera sus propios semiintelectuales. Lo que pasó fue que, a lo largo de la historia, las clases dominantes aprovecharon del sistema escolar público para cooptar, persuadir o cautivarlos para que defiendan sus intereses a quienes recibían más educación. Esos “doctores” de los que habló Arguedas. Sin embargo, don Manuel González Prada, anarquista, quiso dar vuelta a la tortilla. Proclamó la necesidad de construir un frente de los trabajadores manuales con los que llamó trabajadores intelectuales, contra los poderosos. Proclama que sólo fue acogida una generación después, y llevada a la práctica por Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui.

Quiso el destino que el nieto del segundo – Aldo M., otro semiintelectual, con poses de intelectual -, desde su posición de clase, dedicara su vida a destruir ese puente o frente establecido entre los trabajadores manuales y quienes habiendo recibido una educación superior pusieron sus conocimientos al servicio de la causa histórica de los desposeídos. Gracias a su obsesivo empeño, y el de la ultraderecha, los llamados “caviares” han sido estigmatizados. Y son muy pocos los que resisten y los jóvenes que quieran seguirlos. Pero, la siembra que hicieron los semiintelectuales de izquierda de hace una generación, ha suscitado que proletarios y campesinos envíen a su prole a las universidades y haya semiintelectuales con autoconciencia y autoestima, fieles a sus orígenes.

Esos semiintelectuales no están en charlas ni mesas redondas con los intelectuales de moda, ni aparecen en la tele o los diarios. Su lugar es otro: el aula humilde, la asamblea del barrio, del edificio, de los padres de familia o la del sindicato. Y son activistas de las redes sociales, es decir, son dinámicas bacterias en la panza del sistema.

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