La aguda escasez de áreas verdes para uso público en Arequipa Metropolitana es innegable y clamorosa. El suelo urbano ha experimentado, desde ya hace varias décadas, un crecimiento exponencial, sobre todo en la periferia urbana, debido a procesos informales sobre suelos mayormente eriazos; sin embargo, mucho de la urbanización formal se ha experimentado sobre suelos anteriormente agrícolas. Y muchos, mediante procedimientos cuestionables.
A esta escasez cuantitativa de áreas verdes urbanas también se agrega una preocupante escasez cualitativa debido a que las pocas áreas verdes existentes acusan deficiencias que van desde su limitado acceso público hasta podas y talas indiscriminadas de escasos árboles que luchan solos por su sobrevivencia. En otros casos, se trata de áreas verdes solo existentes en el papel. O en terrenos totalmente áridos, esperando una eventual habilitación que no parece llegar nunca.
Para nadie es un secreto que la infraestructura verde en una ciudad enclavada en uno de los desiertos más secos del planeta, como es Arequipa y el Atacama, juega un rol esencial no solo en su comportamiento microclimático y ambiental, sino también en el desarrollo de gran parte de las actividades humanas, desde trabajo y recreo, pasando por la salud y el bienestar psicofísico.
Todo esto ampliamente demostrado por importantes investigaciones científicas (van den Berg, M. y Wanda Wendel-vos, 2015). Sin embargo, aún es muy poco lo logrado en materia de provisión de espacios verdes abiertos para recreación masiva para una Arequipa Metropolitana que registra más de un millón y medio de habitantes, donde 10 distritos cuentan con menos de 1 m2/hab. de área verde y apenas otros 7 distritos con entre 1 y 5m2/hab. de área verde.
Recordemos que ya han pasado más de 40 años desde que se reservaron áreas para la habilitación de varios parques zonales, como el de Lambramani. Sin que hasta hoy se haya hecho realidad ninguno de ellos. Por el contrario, la mayoría de esas áreas hoy se encuentran parcialmente urbanizadas y sin posibilidades de revertir su urbanización. Mucho menos, de incorporarse a la infraestructura verde que tanto necesita la ciudad.
Sin embargo, el panorama no es tan oscuro y negativo si echamos una mirada a espacios estratégicos como es el caso del valle de Chilina y de todo el territorio adyacente al rio Chili hasta Uchumayo, donde se tiene la suerte de contar con un singular e importante cordón verde, en cuyo eje central discurren las aguas que permitieron facilitar la presencia de vida humana en esta parte de la región.
Es claro que sin el río Chili y el verdor natural que ofrecía el valle hubiera sido muy difícil lograr un asentamiento humano viable. Lo que seguramente motivó a las huestes de Manco Cápac en su decisión de asentarse por estos lares. Y, posteriormente, a su fundación española aquel 15 de agosto de 1540. Aquí se desarrolló una agricultura de subsistencia tras una larga historia geológica que da cuenta cómo se fue formando el valle de Chilina durante millones de años. Y en donde se registraron valiosas demostraciones culturales de ancestros que lo habitaron para dar cimiento a lo que hoy es Arequipa.
Este hermoso valle posee cualidades únicas y singulares. Una de ellas, su emplazamiento, a distancia caminable del Centro Histórico de la ciudad, lo que hace de él un espacio accesible para la población. Otro atributo importantísimo es su configuración paisajística conformada por el monte ribereño que acompaña el cauce a lo largo de su trayecto. Así como por las terrazas de cultivos y los flancos rocosos del valle que enmarcan espectaculares vistas hacia los volcanes.
Ni se diga de las actuales condiciones microclimáticas del valle gracias a la evapotranspiración generada por la valiosa vegetación. Y por la presencia del río como fuente de humedad. Todos quienes hemos tenido la oportunidad de recorrer ambas riveras a lo largo de esos 5 kilómetros podemos atestiguar qué tan marcadas y diferentes sensaciones de contacto con la naturaleza se pueden lograr a tan corta distancia de la árida urbe.
La idea del Parque Lineal del Chili adquiere sentido al contar aquí con un espacio verde con añosos árboles, aislados y en pequeños bosquecillos. Y con sistemas de riego que aseguran su supervivencia y la de cultivos en terrazas ancestrales que aún se conservan. A lo que acompañan bellos senderos con paisajes que nada tienen que envidiar a los que ofrecen emblemáticos parques de ciudades en países desarrollados. Es obvio que replicar artificialmente estas bondades en otros terrenos de la ciudad generarían importantes inversiones de tiempo y dinero, dos recursos aparentemente cada vez mas escasos en una ciudad que crece muy rápidamente pero que se desarrolla demasiado lento.
Hacer de Chilina y del Valle Urbano del Chili un espacio para recreo urbano, mediante el Parque Lineal del Chili, ofrece además un tremendo potencial. Por ejemplo, para articularse con otros importantes escenarios naturales como son el Parque Las Rocas de Chilina y la Reserva de Salinas – Aguada Blanca. Permitiría una articulación funcional para diversas actividades de recreo, deporte, turismo de aventura, complementando las de canotaje que hoy se desarrollan en la parte alta. Muy bien podrían continuar hasta Uchumayo, siempre y cuando las condiciones y la calidad de las aguas, río abajo, sean las más apropiadas.
Lamentablemente, todo este escenario podría tropezar bruscamente con la intensión de EGASA para construir Charcani VII. El impacto ambiental y paisajístico en la zona de influencia de su pretendido emplazamiento afectaría negativamente la cabecera del valle de Chilina. Y alteraría irreversiblemente el hábitat y los ecosistemas locales. Si bien esta empresa ha habilitado otras infraestructuras de generación hidroeléctrica aguas arriba del Chili, esta nueva central en particular se pretende ubicar en medio de una zona con alto valor paisajístico y cultural, así como de actividades agrícolas y recreacionales de amplio uso.
Más allá del incuestionable impacto ambiental y paisajístico, se pone en riesgo la declaración del Centro Histórico de Arequipa y su Área de Influencia como Patrimonio Cultural de la Humanidad por UNESCO. Reconocimiento que no se circunscribe al patrimonio arquitectónico de la ciudad, sino también al patrimonio cultural y paisajístico de parte del valle urbano del Chili.
Finalmente, preocupa la insistencia de EGASA en promover un sistema de generación cuyos costo-beneficio no resulta en números positivos. Y en un estudio de impacto ambiental que minimiza los irreparables daños a un ecosistema frágil como el ribereño en una ciudad de desierto. Y el impacto a la seguridad del abastecimiento de agua dulce para consumo poblacional. Esto implica un riesgoso sistema de conducción de agua hacia las plantas de tratamiento de SEDAPAR.
Según las leyes vigentes, el destino del agua debe priorizar el consumo poblacional y el uso agrícola por encima de otros usos. Lo que no se cumpliría con este proyecto que deja abierta la posibilidad de seguir implantando infraestructura similar en la parte media y baja del valle de Chilina.
En ese sentido, llama poderosamente la atención de insistir en nuevas plantas de generación hidroeléctrica en un lugar donde se goza de ingentes cantidades de suelo desértico y radiación solar como es Arequipa. Tampoco se entiende la necesidad de generar apenas 20.92 MW con Charcani VII, a un costo de US$ 2.86 millones / MW. Cuando la Planta Solar San Martin en La Joya generará 300 MW (14 veces más) a un costo de US$ 1.69 millones/MW, según cifras oficiales.
Parece ya ser hora de empezar a cubrir los desiertos arequipeños con paneles solares de última generación o, tal vez, en cada techo de las más de 250,000 viviendas arequipeñas para autogeneración, aliviando de algún modo la demanda para nueva infraestructura, o una combinación de ambas. Recordemos que en la ciudad ya operan varias instituciones y empresas que generan su propia energía eléctrica. Quizás solo así podemos esperar una gestión más responsable ambientalmente de una empresa que no solo debe pensar en atender la demanda. También en inducir a una generación eléctrica basada en otros recursos naturales que abundan, sin impactar sobre lo poco de verde que tiene la ciudad.
Para ello no basta buenas intenciones ni publicaciones que reiteran en lo obvio. Lo que se necesita con urgencia es la creación de una instancia de gestión público-privada que se encargue de aglutinar esta y otras iniciativas compatibles. Así también, estudios e investigaciones sobre los recursos y valores paisajísticos de Chilina. Un ente de esta naturaleza es la única opción para reunir esfuerzos y canalizar el interés del sector privado y de municipios vecinos. Así como de fuentes de financiamiento internacionales muy interesadas en apoyar este tipo de iniciativas de conservación ambiental dentro de un enfoque que permita la revaloración de paisajes urbano-rurales con potencial patrimonial desde una perspectiva de gestión integral. Chilina debe ser uno de los principales elementos que nos una como sociedad en torno al rescate y conservación de un espacio vital para una ciudad de desierto. Una ciudad que sigue clamando más verde para todos.
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