Kiss Me Deadly (Robert Aldrich, 1955) es un clásico absoluto del film noir americano no por su argumento (que es relativamente sencillo) ni por las actuaciones de sus protagonistas (que eran estrellas de mediana categoría); sino por el tratamiento del guion de la novela de Mickey Spillane y por la magistral puesta en escena del director.
Ralph Meeker interpreta al rudo detective Mike Hammer, un hombre brutal, machista y amoral. En la novela de Spillane, el autor se deleita contándonos las aventuras de este singular personaje que no pasa desapercibido nunca. En su película, Aldrich cuestiona el accionar de Hammer y lo somete al escrutinio del público. Un año antes, en 1954, el poeta Christopher La Farge publicó un ensayo en el que compara a Mike Hammer con el senador McCarthy. La Farge considera que ambos son dos “ungidos” instrumentos de la redención de América, dispuestos a todo para “extirpar el mal de la sociedad”, entiéndase la homosexualidad y el comunismo.
Sin duda, Aldrich y el guionista AI Bezzerides leyeron este ensayo y lo utilizaron para pintar un Mike Hammer cínico y fascista. No hay que olvidar que Aldrich tenía en su núcleo familiar fuertes conexiones con la política y el poder: su abuelo fue senador, su tío fue embajador en Inglaterra y por vía materna estaba emparentado con los Rockefeller. Con estos vínculos rompió Aldrich en 1941 cuando se fue a trabajar a la RKO y se unió a grupos de izquierda. Y a pesar de simpatizar siempre con esa tendencia, Aldrich nunca estuvo en la lista negra del FBI, quizá precisamente por sus conexiones familiares con grupos de poder.
Así que tenemos al rudo Mike Hammer devenido en antihéroe con connotaciones políticas que va tras la pista de un crimen y que se topa con algo mayor: con el propio Estado, con la justicia divina y con el Apocalipsis. El tono de la película es oscuro, asfixiante, sombrío. Sabemos que Hammer no está pisándole los talones a simples mafiosos, sino a fuerzas oscuras mayores. Incluso los personajes parecen tocados por esa locura y angustia de estar dirigiéndose a una inevitable destrucción: Gabrielle (Gaby Rodgers) es una víctima temerosa con un corte de cabello sorprendente y que se revela como una desquiciada impostora; Velda (Maxine Cooper) es una simpática y amable secretaria que no duda en romper sus códigos morales para ayudar a su jefe… En ese mundo de amoralidad y de locura, nuestro héroe tratará de desenmarañar un misterio cuya luz lo revelará a él y a nosotros.
Aldrich construye así una obra maestra: film noir pero con mucha luz, con nítidos encuadres, con geométricas composiciones que a pesar de su claridad no hacen más que abrumarnos. Si algo aclara la nitidez de la fotografía del film es la evidencia de la paranoia y del misterio. Mike Hammer, un bruto que no sabe qué hacer (y esa podría ser la definición del ser humano) avanza a trompicones, a puñetazos, machacando algunos huesos o amenazando con hacerlo, mientras disfruta de esa violencia con una sádica sonrisa. Ralph Meeker lo interpreta estupendamente pues nos ofrece la imagen de un hombre violento, pero a la vez tonto, empecinado en lo que cree e incapaz de la menor amabilidad. Lo que podría conseguir con un “por favor” Mike lo consigue con un puñetazo. Para él, la amenaza es la forma más efectiva de comunicación. Y, por supuesto, es muy atractivo para las mujeres (como casi todas las películas de esta época, “Kiss Me Deadly” no aprobaría el Test de Bechdel). Es que, en realidad, luego de sentirse uno ofendido por la brutalidad de este personaje, no queda sino sentir lástima por él. Es como decía Cortázar en “El Perseguidor”, “un mono que quiere aprender a leer”.
El ladrón Michel, encarnado por Jean-Paul Belmondo en “À bout de soufflé” de Jean-Luc Godard, está inspirado en este personaje. De hecho, los grandes directores de la Nouvelle Vague declararon en su momento que el cine de Hitchcock y el de Aldrich (en especial Kiss Me Deadly) era lo que más los había inspirado. En “À bout de soufflé”, por ejemplo, esa cámara que se mueve sin prisa por un París soleado mientras sentimos inquietud y opresión por la errática vida de Michel y su inevitable final, es la misma cámara que en “Kiss Me Deadly” nos presenta la atmósfera extraña de Los Ángeles, con sus suburbios soleados y tranquilos donde la muerte acecha. Michel y Mike Hammer son dos nihilistas que intentan darle un mordisco a la jugosa manzana de la vida que, en el fondo, ellos lo saben, está envenenada.
Decir que “Kiss Me Deadly” representa el temor de una explosión nuclear en los inicios de la Guerra Fría es una interpretación válida, convencionalmente aceptada, pero sin duda la película no representa solamente eso. El final de la película, con su cataclismo nuclear y su regreso atávico al mar primigenio nos invita a reflexiones de mayor alcance. En “Los 400 golpes” (1959), Antoine Doinel regresa también al mar luego de un vagabundeo por los límites de la moral. En “Kiss Me Deadly”, el asunto policial trasciende a asunto metafísico, político y social. La disolución apocalíptica está presente como un recordatorio que nos previene de la desmesura tecnológica a la que nos hemos entregado. Y este mensaje visual abrasador y letal es la propuesta fatalista de Aldrich en esta película brillante que redefinió el género noir.
Síguenos también en nuestras redes sociales:
Búscanos en Facebook, Twitter, Instagram y YouTube.