Milei y la Argentina (III)

Seguimos con el político que hizo todo mal y le salió  todo bien: “error tipo dos”, le llama Milei, porque el “error tipo uno” es el de los que “hacen todo bien y todo les sale mal”.

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Seguimos con el político que hizo todo mal y le salió  todo bien: “error tipo dos”, le llama Milei, porque el “error tipo uno” es el de los que “hacen todo bien y todo les sale mal”. Con esta nomenclatura mileiana dejaríamos de lado a la mayoría de nuestros políticos peruanos, aquellos que haciendo todo mal les sale…todo mal: error tipo tres, se diría. Es el que tenemos hoy en demasiados países nuestros. Son como una maldición.

Es que hay algo que a los empresarios, a los políticos y a los cocineros no les puede faltar: gran olfato,  instinto, intuición. O como cada uno prefiera llamar a esa generosa capacidad para ver en grande (en Davos Milei lo ha confirmado con creces) y precisión milimétrica para los detalles: ¿no ha sido la inédita campaña de Milei paradigmática en esos dos sentidos? Tanto que si hubiera perdido, lo mismo hubiera triunfado por haber planteado la agenda política para todo lo que queda del siglo. Y por haber ofrecido una alternativa económica de la que los argentinos carecían desde el gobierno de Hipólito Yrigoyen aproximadamente. Un poco antes de la época de Perón, en los treintas.

Y de paso, un curso intensivo de economía y educación política del más alto nivel al pueblo argentino. Con el ejemplo en vivo y en directo (y a todo el que lo ha seguido en la campaña desde fuera). Lo cual  ha provocado una virtuosa desbandada de una parte de la juventud argentina:  de las obsoletas  filas estatistas,  keynesianas, al pensamiento libertario.   No  para abolir el  Estado, por ahora,  sino para regenerarlo y producir eso que llamamos institucionalidad: un bien muy escaso en el continente. Pero primero hay que arreglar radicalmente el Estado. Milei es un anarco capitalista pisando fuertemente la tierra. Cuando una persona no está dogmatizada por alguna ideología, piensa. No sigue ideologías.  ¿Y si contradice su propia ideología? Peor para la ideología.

Todo el mundo, amigos y enemigos, le repetían en la campaña, en tono de reproche o con sincera empatía, que tenía que hacer alianzas porque sino, no tendría apoyo en el Congreso para sacar adelante sus leyes que, además, se fundan en una nueva visión que las hacía ver más utópicas o improbables aún. Una revolución liberal. Pero “revolución” no en sentido jacobino, comunista o nazi (son lo mismo: poder y violencia) sino en el de “vuelta completa” de la física. Es decir, como cambio de paradigmas. Volver a la raíz y regresar al presente, una vuelta. El derecho, las leyes y la política económica inseparables de la época de Alberdi, por ejemplo, que Milei reivindica con sus actos porque es la misma política y la misma visión. Esas leyes que ahora son la pesadilla de los gobernadores y políticos “chorros”.

Él respondió siempre lo mismo a esos comentarios, guiado invariablemente por su instinto y por sus principios libertarios, sin tener en cuenta las conveniencias y cálculos políticos y los lugares comunes de los políticos normales. ¿Cómo hacer alianzas con políticos  chorros,  con sindicatos mafiosos, con periodistas “ensobrados”, con  economistas “chantas” , con “empresaurios” prebendarios , sin traicionarse a sí mismo?  Una vez más lo políticamente incorrecto (no a  los acuerdos  políticos por  infructuosos). Una vez más la infalible guía de los principios ético libertarios. Y una vez más haciendo “todo mal” (ir solo en las elecciones y ser un liberal libertario en la izquierdosa Argentina de ese momento, por ejemplo).

Lo que me asombraba  en la campaña y me  asombra ahora del Milei presidente,   es  su velocidad mental, su abrumadora memoria, su deslumbrante dominio de la economía, sus lealtades ético políticas,  su consistencia … y la expresión de su rostro , como preparado para tratar con gente muy dura desde la infancia gracias a un padre muy “especial”. Al responder  las preguntas y objeciones de sus innumerables entrevistadores, muestra  que, en  asuntos económicos, por lo menos, su capacidad  es verdaderamente asombrosa, sobre todo viniendo de un  presidente latinoamericano. 

La expresión de inocencia y la segura seriedad de un niño en pleno juego. Una mente fina y felinamente alerta, lista para las cuestiones de los exaltados periodistas que no saben por donde atacarlo. Porque al “loco” no le entran balas. Solo que en este caso  -y aquí peso mis palabras- no se trata de un niño, ni de un loco, sino de un  político argentino atípico, que nos coloca ante la presencia del genio.

Creo además que los carismas de Milei señalados anteriormente y su portentoso dominio de la economía tal como es y no como debiera ser según los sueños colectivistas, -inseparable de lo ético (que ocupa el primer lugar en él) llegó a  desanimar y desmoralizar notoriamente a sus opositores en la campaña electoral, cosa nunca vista en la política de nuestros países, por lo menos. La actitud de los  Kichner, los  Massa, los Fernández, los Larreta, los Lopez Murphy, los Kicillof, los Guzmán, etc. Y todos los “econochantas” o “burros”, como él los llama, sin mucha sofisticación que digamos, era inocultable. ¿Cómo polemizar sobre temas económicos con el Leo Messi de la economía latinoamericana y no salir vergonzosa y brutalmente  humillado en el intento?

Cabe citar a Jorge Luis Borges, para terminar este capítulo. En su opinión sobre Oscar Wilde, otro outsider de la literatura y de la moral, como Milei lo es de la política y de la economía argentina: “Leyendo y releyendo a lo largo de los años, noto un hecho que sus panegiristas no parecen haber sospechado siquiera: el hecho comprobable y elemental que Wilde casi siempre tiene razón” (“Nueva Antología Personal” CLUB Bruguera, 1980, Barcelona, pág. 243).

CONTINUARÁ

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